Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Seguramente, cuando mañana levante el vuelo camino de la capital brasileña para presentar allí, en pleno corazón paulista, las pinturas que conforman mi exposición Sala de mapas, la sensación de irrealidad, como de vacío gravitacional que cualquier pasajero nota justamente en ese instante en que la aeronave deja de estar en contacto con la pista y, por tanto, con nuestra realidad de seres humanos a los que la naturaleza no premió, como a las aves, con la milagrosa facultad del vuelo, entre mis sienes se van a suceder muchas viejas imágenes de mis vuelos anteriores, durante lo que dura un parpadeo, como cuentan que les ocurre a los que vuelven del trance de la muerte, pero finalmente recuperan el aliento de vivir.
Esa sucesión de imágenes de toda una vida, condensadas en unos pocos segundos, es un claro reflejo de mis intenciones cuando, en mitad del confinamiento provocado por la maldita pandemia, me sorprendí pintando una suerte de paisajes que no se ajustaban a los cánones establecidos puesto que, en realidad, eran fragmentos de mapas de las ciudades que más amo sobre los que fui pintando con una intención más emocional que paisajística, y con una vocación muy cercana a lo religioso o metafísico, como la de aquellos monjes que se dedicaban a crear e iluminar los códices medievales, tan bien recreados por Umberto Eco en El nombre de la rosa, y más tarde por Jean - Jacques Annaud en su película homónima de 1986.
Pero estos mapas de ciudades amadas, que después de Sao Paulo se podrán contemplar en Río de Janeiro en cuanto arranque noviembre, me han permitido fantasear con la anhelada posibilidad de la ubicuidad, porque sé que allá a donde vayan mis pinturas irán también los mejores momentos vividos en todas esas ciudades, condensados en formas y colores al igual que hacen, aunque con un planteamiento muy distinto y distante, dos colegas y sin embargo amigos, Juan Villa y Alonso Gil, que también presentan en estos días sus últimos trabajos en Huelva y en Sevilla, aunque remitan literalmente, o de manera figurada, a sus inmediatos parajes de Doñana en el caso del almonteño Villa, y a los lejanos de Nueva Delhi, Extremadura, México, o el Sahara Occidental, en el caso del extremeño Gil, de manera que los tres estamos jugando a la vez con los mismos conceptos de distancia y de territorio en tres puntos del planeta que están más o menos cerca de los orígenes que inspiraron nuestras obras, o muy distantes de nosotros mismos, tan sólo en función de nuestras emociones y de las experiencias sensibles derivadas de su plasmación en los distintos soportes que usamos, esos que establecen una renovada dialéctica entre lo espacial y lo temporal.
Pero estos dos conceptos tan abstractos, que están arañando nuestras sienes desde que tenemos conciencia de ser tan fieramente humanos, nos tienen atados de pies y manos con el pecado más mortal de nuestra especie.
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