El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
Navidad del niño pobre
Buscando la sombra a las tres de la tarde en la plaza del pueblo de El Granado me puse a pensar en la bufanda que me hizo mi abuela; en la bufanda, en los guantes, en los gorros y en los abrigos que hace años que no me pongo porque ya casi no hace frío en invierno. Son prendas “de banquillo”: nunca salen de titular y año tras año van cambiando de la caja al armario y del armario a la caja, sin quejarse y sin jugar ningún partido. Me miran mientras las acuno entre mis brazos, las cambio de sitio y me dicen en un susurro: este año tampoco me usarás, no sé para qué tanto viaje…
Pues allí estaba yo disfrutando de la feria de artesanía el pasado domingo, huyendo del sol y buscando un descanso entre el puesto de canastos de caña y el de los quesos. Me arrimé a José Cabaco, el de los canastos, que a la sombra de la iglesia manejaba con maestría las tiras de caña y les daba forma, sentado en una silla de nea, disfrutando con su gente.
El sol, implacable, seguía su camino hacia el oeste, como todos los días. Yo echando de menos un abanico, con mis botines y mis calcetines de invierno, sin anestesia. Aunque había gente que lo estaba pasando peor que yo, aunque intentaban disimularlo: vestidos de punto de manga larga, medias tupidas, botas hasta la rodilla y algunos pequeños hasta llevaban leotardos. Cuando pasaba alguien por mi lado en chanclas lo agradecía, era como un soplo de aire fresco.
Hay un lugar en Ecuador donde la temperatura media a lo largo de todo el año es de 19,4º centígrados, con variaciones de temperatura que no sobrepasan en promedio los 1,7º centígrados: Vilcabamba. Este lugar se conoce también como “Valle Sagrado” o “Valle de la Longevidad” porque sus habitantes suelen alcanzar una edad avanzada. El estrés del cambio de armario se lo ahorran, puede que sea por eso. La misma ropa durante todo el año: nada de sobresaltos, ni lipotimias ni el miedo de cuando ves el mapa todo rojo en el telediario en verano, que parece que vamos a salir ardiendo en cualquier momento, literalmente.
Se estima que se ha perdido casi un mes de invierno en los últimos 60 años: empieza más tarde y termina antes, suavizándose el frío y volviéndose más extremo el calor en verano.
Yo estoy preocupada por la temporada de níscalos, a ver cómo se presenta este año. Tiene que llover y hacer frío, en ese orden. Ya tengo preparado el canasto de José, la brocha y la navaja, que en cuanto sienta la tierra moverse saldré rauda hacia los pinos. Mi amigo José Luis, en La Mata de los Olmos, en Teruel, ya llenó más de una cesta de estas setas. Unos con tanto y otros con tan poco: la rubia quiere ser morena, la morena desea ser rubia, el del norte quiere más sol y los de por aquí queremos ponernos la bufanda en invierno y que no se vuelva a secar la laguna de El Portil.
Dicen que “cuando metas las castañas en el horno es que llegó el otoño” y que “si a la abeja ves beber, muy pronto verás llover”. Aún no he visto el humo en la plaza de La Merced ni en La Palmera, así que esperaré un poco para hacer el cambio de armario. ¡Feliz jueves!
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