Tierra blanca

Postrimerías

14 de enero 2025 - 03:04

Escuchamos con perplejidad y algo de vergüenza ajena las declaraciones del próximo inquilino de la Casa Blanca, ese individuo incalificable que ya durante su primera presidencia dijo ambicionar el territorio de Groenlandia, y recordamos a modo de bálsamo desintoxicante al gran explorador y etnólogo Knud Rasmussen, su rastro luminoso. Como es sabido, la denominada tierra verde, equívocamente bautizada por un vikingo noruego, es sobre todo blanca y sus primitivos pobladores, mal llamados esquimales, fueron y son una de las familias del pueblo inuit, aún hoy vinculado a Dinamarca. Hijo de padre danés y groenlandesa inuit, Rasmussen nació en la inmensa isla de los hielos perpetuos y aprendió de niño el idioma nativo, con el que pudo comunicarse entre muchas gentes que no se conocían de nada. En su preciosa edición de los Mitos y leyendas inuit, publicada por Siruela, donde recogió el repertorio reunido por Rasmussen, Blanca Ortiz Ostalé cuenta que el explorador era un hombre risueño al que no le interesaban los hitos de conquista, sino las personas. Fue el primero que se encontró con los misteriosos inuit polares, que nunca habían tenido contacto con daneses, promovió las expediciones Thule y en la quinta de ellas, entre 1921 y 1924, cruzó el Paso del Noroeste tras recorrer 18.000 kilómetros en trineo. De sus investigaciones sobre el terreno dedujo que todos los inuit, desde Groenlandia hasta el estrecho de Bering, pasando por el Canadá y Alaska, eran un solo pueblo, que muchos siglos atrás habría hecho el mismo viaje pero a la inversa. Gracias a su admirable trabajo de recopilación, ese legado oral ha quedado consignado para siempre. Junto a la estación que permitió a Rasmussen financiar sus viajes de exploración, se estableció en 1941, en vísperas de la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, una base aérea que obligó a desalojar a los residentes en la zona. Fue sólo una de las más de treinta, muchas de ellas construidas durante la Guerra Fría, donde los norteamericanos dejaron toneladas de chatarra contaminada con amianto, plomo y hasta residuos nucleares, altamente peligrosos si sigue avanzando el deshielo. No es un secreto que el renovado interés de la superpotencia está ligado a las reservas de gas y petróleo, las posibilidades de la minería y la posición estratégica del territorio en las nuevas rutas árticas, disputadas con rivales, especialmente Rusia y China, guiados por la misma mentalidad extractiva. Si nadie lo remedia, el mundo que recreó Rasmussen, ya entonces declinante o casi desaparecido, sólo existirá en esos hermosos relatos donde siguen latiendo los mitos de los inuit y su antigua forma de vida.

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