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Alo tonto a lo tonto, Trump habla una y otra vez de una tercera guerra mundial. A lo tonto a lo tonto Europa se rearma ante el distanciamiento de los Estados Unidos por el oeste y la amenaza de Rusia por el este, a la que se deben sumar las de los islamistas, el Sahel y la geoestrategia africana de Rusia y China por el sur. A lo tonto a lo tonto Francia y Alemania, las primeras, pero no las únicas, se plantean el retorno del servicio militar obligatorio. A lo tonto a lo tonto Francia y Reino Unido hacen valer su poder nuclear –unas 515 cabezas nucleares, de las que 400 están desplegadas– frente a las 5.977 ojivas nucleares rusas, la cifra más alta del mundo, de las que unas 1.588 están colocadas en misiles o se encuentran en bases con fuerzas operativas. A lo tonto a lo tanto Macron saca pecho a lo De Gaulle afirmando que “nuestra disuasión nuclear nos protege mucho más que a muchos de nuestros vecinos, es completa, soberana, francesa de punta a punta”. A lo tonto a lo tonto, según el ministro de Exteriores ruso, Washington ya no es, como lo fue desde 1945, “la mente maestra del mal”, ahora lo es Europa. A lo tonto a lo tonto se está produciendo una reconfiguración histórica del tablero geopolítico mundial.
Durante la guerra fría Europa Occidental estaba en medio del enfrentamiento entre los Estados Unidos y la URSS, bajo el paraguas protector del primero. Incluso durante la gran crisis de los misiles de octubre de 1962 los ciudadanos de las democracias europeas tenían la sensación de que las bombas atómicas pasarían sobre ellos, camino de Moscú o de Washington. No era cierto, por supuesto, pero así lo percibimos los europeos. Aquí no cundió el pánico nuclear que recorría Estados Unidos desde los años 50, con simulacros de alerta en los colegios y refugios anti atómicos en las casas. Ahora, si oímos a todos los líderes europeos, ya no estamos entre dos fuerzas, sino frente a una.
¿Exageraciones? Quizás sí. Quizás no. La inevitabilidad de las catástrofes, cuya segura explosión parece tan clara cuando se contempla desde la perspectiva histórica, no suele manifestarse tan claramente a quienes lo vivieron. Los pocos que podían veranear lo hicieron en julio de 1936: lean Un veraneo de muerte. San Sebastián 1936 de Guillermo Cortázar (Espuela de Plata). Al volver de Múnich en septiembre de 1938, Chamberlain proclamó “la paz para nuestro tiempo”. Cuidado.
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