Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Voces nuevas
Llovía a cántaros. Fuera, el sonido del mar se entremezclaba con la furia de los rayos que irrumpían en la noche enfadados, hambrientos de calma. Uno de ellos fue el que me despertó sobresaltada a las 2:00 de la mañana hace hoy una semana. Con el corazón a mil me incorporé en seco y pensé que el fin del mundo había llegado y me había pillado sola, en el piso que tiene mi familia en El Portil, donde resido desde hace poco más de un año. Miré el móvil para interesarme por alguien que, sabía, estaba en carretera. “Estoy en casa, he llegado bien”, me dijo. Y a continuación, llegó el caos. Dispuesta a curiosear en Instagram para mitigar el miedo a la tormenta, me topé con imágenes escalofriantes de un temporal que se había comido, literalmente, gran parte del Levante español. Alertas de la Aemet, el consejo de muchos de no salir de casa, el pánico de decenas de familias que lo estaban perdiendo todo y mis compañeros de redacción despiertos en plena noche para informar, atónitos de lo que estaba ocurriendo: aviso rojo en Huelva por “riesgo extremo”. La DANA irrumpía en la provincia y yo no podía dejar de pensar, aún estando asustada por el momento, en la gran suerte que teníamos de encontrarnos en esta parte del Atlántico, donde un experto me había explicado horas antes que el temporal no se cebaría como en Valencia.
Apagué el móvil, cerré los ojos y me imaginé durmiendo, en vez de en El Portil, en uno de los 70 municipios valencianos afectados, situados entre las comarcas de L’Horta Sud, La Plana de Utiel-Requena, La Hoya de Buñol o La Ribera Alta. Cuánta gente se habría ido a la cama sola esa noche y no pudo despedirse de su novio, de su amigo o de su hermano. Me agarré fuerte a la almohada y pensé en que, nada más amanecer, hablaría con mi madre para decirle lo mucho que la quería y que, a pesar del temporal, todo estaba en orden en casa. Luego me dormí convencida de lo idiotas que somos los seres humanos, pero también de nuestra respuesta. Necesitamos catástrofes naturales, pandemias o el fin del mundo para darnos cuenta de lo importante. De esas personas que lo son todo y también de las que no. Y solo entonces, respondemos demostrando lo que somos: gente que es capaz de dejarse la vida por salvar a quienes lo necesitan. La respuesta de España con Valencia estos días me sigue dejando sin aliento. No puedo evitar sentirme orgullosa de la solidaridad que el pueblo ha mostrado “salvando al pueblo”. Pero no puedo evitar entristecerme al pensar que cuando esto pase, volveremos a olvidarnos de todo demasiado rápido. Como ocurrió en 2020 con una pandemia que para muchos, ya parece de otro siglo.
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