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Mañana es Lunes de Pentecostés. Estamos en plena celebración de la Romería del Rocío, en unos días en los que se espera que pasen más de un millón de personas por una aldea que tiene poco más de 2.200 habitantes el resto del año. Esta semana ha llegado gente de toda España, también de Europa y otros continentes, y hay 300 medios de comunicación acreditados para informar de la peregrinación. Y aún así, El Rocío es mucho más que esto. Mucho más que esta aldea. Bastante más que estos diez días con un extraordinario flujo de cientos de miles de personas. ¿Cuánto vale todo eso? ¿Cuánto vale El Rocío?
Es atrevido tratar de cuantificar o dimensionar lo inabarcable. Porque El Rocío es infinito y nunca se podrá acotar. Pero más que un desafío es una pregunta retórica que no hace más que subrayar el extraordinario valor de lo incalculable. Nada así puede tener precio ni cotización de mercado definidos, pero nadie dudará que El Rocío es una marca sin parangón por sus características, un patrimonio de la provincia de Huelva para todo el mundo.
Lo mejor de esto, para esta provincia, es que no es la única. Jabugo es la otra gran marca extraída de la toponimia onubense, un tesoro cuyo nombre trasciende significados, límites y fronteras. Porque si hay un pueblo andaluz que sea conocido en una buena parte del mundo, ese es Jabugo.
No hay en España, y prácticamente en Europa, un nombre tan reconocible y apreciado, reconvertido en sinónimo de calidad y prestigio en el sector gastronómico. La Rioja tiene mucho de eso por sus vinos, incluso Jerez, pero Jabugo llega más lejos e incorpora un grado de excelencia que eleva su valor a esa categoría de lo incalculable. Es la otra gran marca de Huelva, que puede ser reconocible muy lejos, una joya exclusiva, por más que intenten acercarse sucedáneos salmantinos.
La Unesco también entendió en 1994 que el Parque Nacional de Doñana es un enclave único en el planeta para declararlo Patrimonio Mundial. Almonte es un municipio absolutamente privilegiado, con una riqueza fabulosa, esa incalculable de la que hablamos, que también la encuentra en un ecosistema único en Europa, símbolo y referente universal de un rico entorno natural. Como le ocurre a El Rocío, integrado en él, posee una raíz singular, muy especial por su propia naturaleza, por su historia, por su riqueza cultural y antropológica, que tienen tanto del realismo mágico macondiano. Como dicen los almonteños, y estos días recordaba su alcalde, Doñana no se puede entender sin El Rocío, y El Rocío no se puede entender sin Doñana. Son uno solo, pero son dos. Como la Madre de las Marismas, Virgen del Rocío y laguna, un punto de encuentro para dos versiones de una misma identidad. Dos marcas, siguiendo la misma lectura, de carácter global y, por supuesto, de valor incalculable.
Seguramente pocos municipios habrá en todo el mundo que tengan en su territorio dos señas tan reconocibles y valiosas como Almonte con El Rocío y Doñana. Pero es que seguramente pocas provincias también haya como Huelva, que a esas dos sume una tercera, Jabugo, tan poderosa como las anteriores, cada una con sus cualidades pero, las tres, tan reconocibles, universales, valoradas y envidiadas.
La provincia de Huelva tiene más marcas preciadas, con potencial, proyección y valor. Las recogía aquella extraordinaria campaña del Patronato Provincial de Turismo con los carteles de Óscar Mariné. Pero ninguna de esas otras llegan a acercarse a la dimensión de las otras tres, objetos de deseo, cualquiera de ellas, por cualquier otro territorio.
No hay tres marcas tan potentes en ninguna otra provincia española como El Rocío, Jabugo y Doñana. Son marcas con valores asociados de enorme impacto positivo, con muchísimo que aportar y proyectar para todo su entorno.
Y la pregunta ahora, con esos tres poderosos productos identificados y admirados, ¿por qué Huelva no saca más provecho? ¿Qué ocurre para que no sean un reclamo efectivo con el que acentuar la identidad entre los onubenses y ser reconocida en el exterior para alimentar la marca Huelva?
Deberían ser fuente de oportunidades, de progreso, de reforzar nuestra identidad, más allá del habitual chovinismo improductivo, y que se consiga convertirlas en un patrimonio a aprovechar, fuente de ingresos al final, como otros en otro lugar habrían hecho ya, o hacen con marcas mucho menos potentes.
Hace falta, para empezar, que en el propio territorio se sepa apreciar de verdad lo que significan patrimonialmente estas tres marcas de primerísimo nivel, y que puedan constituirse en un motor de progreso más para la provincia. Y no necesariamente hablando de turismo, ni, en ese caso, de su peor versión para abrirse a las masas. Porque el reconocimiento y el prestigio asociados a El Rocío, Jabugo y Doñana llevan, precisamente, a pensar en acciones que refuercen esa posición preeminente y se hagan desde dentro, sin que nadie venga a arrebatar nada que los propios onubenses podríamos hacer con más arrojo y ambición.
Aquí confluye el camino en ese problema estructural de la provincia de Huelva, que es la falta de inversión pública, el pésimo mantenimiento y dotación de infraestructuras, impropias de este siglo, y, en el caso de Doñana, unas ayudas millonarias anunciadas, teóricamente movilizadas para estimular su área de influencia, pero de las que todavía hay muchas dudas sobre su efectividad real por su formulación actual.
La tarea es titánica, si queremos aprovechar todo el enorme potencial de estas tres marcas universales de que dispone Huelva. Pero es asequible. Se puede hacer. Quizá sólo basta con entender mejor qué es El Rocío, Jabugo y Doñana, saber de la vital importancia que tiene conservarlas y potenciarlas, y determinar qué pueden aportar a una provincia que tiene demasiadas necesidades como para desperdiciar los recursos propios.
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