Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Se acaba el año. Se cierra el libro de doce meses de alegrías, de problemas, de esperanzas y de temores. El 2024 se va y se hunde en ese mar donde solo quedan los recuerdos, donde las olas de la vida hicieron naufragar los encantos de cada mes o tal vez donde disfrutamos las sorpresas de cada día.
Ahora, nos preparamos al interregno de unos días aguardando esa pequeña fantasía que hace unir las manecillas del reloj, para que en el instante misterioso de la madrugada saltemos de un año a otro acompañados del rito de las doce uva, del brindis con el champan en la velada familiar o del ambiente social, donde todos vamos a disimular los disgustos para sentir o disfrazar las horas con el gozo de la música, del baile o simplemente calentando la imaginación con los recuerdos vividos y soñados en compañía de tantos seres que fueron formando parte de nuestra existencia.
Hace años, esa noche final de los doce meses, vi arder una alta palmera onubense que como una antorcha, quemaba la alta copa de su gigantesca altura. Pensé que sus más de cien años de vida se iban a truncar de golpe, pero la palmera se salvó. Tenía ganas de vivir. En esta ocasión, cuando el año se nos va, la palmera ya no está. No vive erguida y desmelenada bateando las alas de sus largas hojas al viento marinero de nuestra ciudad. Pero ella no feneció de muerte vegetal natural. Le cortaron el latir de su sabia cuando unos malos y terribles vientos la hicieron doblarse y metieron el miedo de su caída, en el corazón de mentes jardineras con conciencia del peligro, para quienes bajo ella hacían camino cotidiano de su deambular callejero.
Aquel símbolo querido de una ciudad que creció en un siglo, vivió en otro y se fue en el tercero, que sintió el latir de nuestras tradiciones festivas, religiosas y cotidiana, no ha dejado un vacio de recuerdos, un éxtasis de añoranzas, como esa película que comenzó cuando nacimos y que ya no verá nuestro final, porque en la rueda del tiempo todo se le acabó.
Ayer, estaba en el centro de nuestra ciudad. Hoy , como una nave en un mar sin horizontes, se encuentra varada en la orilla de nuestra memoria.
Nos parece imposible creer que al pasar por la placita del “Bacalao” , ya no la veremos. pero su figura solemne, altiva sigue firmando añoranzas del pasado, con sus verdes hojas sobre el azul del cielo onubense.
La Palmera, así con mayúscula, es también en 2024, la ultima hoja de un libro onubense, choquero, que persistirá en ese tiempo donde los años no cuentan, porque la fuerza del corazón la harán vivir eternamente, al igual que nuestra alma, cuando se cierre el plazo terrenal establecido y naveguemos en un cielo de luz y descanso para el que nos preparamos toda una vida.
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