Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Días atrás en su artículo titulado Esta Huelva pinta mucho, Javier Ronchel afirmaba que “la riqueza artística de la provincia merece atención, difusión y promoción, y tiene ahora una oportunidad inmejorable con el Museo de Bellas Artes”, una afirmación que, leída desde la lejanía y sin más datos que los que él aporta, me crea unas sensaciones contradictorias, ya que ese batallón de artistas plásticos en particular, y todos los onubenses amantes del arte en general, llevamos tantos años escuchando promesas y cosechando decepciones, que ya cuesta trabajo seguir creyendo en un milagro tantas veces pospuesto, por más que uno se tenga por un hombre de fe en el progreso y en el devenir de la civilización. Pero mi fe y mis creencias suelen chocar, por desgracia, con las muy distintas percepciones del tiempo que se barajan en cuanto se trata de escudriñar en las entretelas de cualquier asunto que está en manos de la clase política, y le afecta a un amplio colectivo, como en este caso y en estos tiempos en que, por estar todavía sumidos en la vorágine electoral, se hace necesario volver sobre el valor elástico de las palabras de los políticos, puesto que la experiencia nos está demostrando que los altos estamentos del poder se hacen verdaderos juegos de manos para que los cambios de criterio no deriven en mentiras o en argumentos de mentores enmascarados.
Y al margen de que, finalmente, el viejo y noble edificio del Banco de España pueda convertirse en el nuevo Museo de Bellas Artes de Huelva, pueda tener su sección de Contemporáneo, y ya soñemos con la posibilidad de verlo como una realidad de puertas abiertas para todos los artistas nombrados en el artículo de Ronchel, lo cierto es que una buena parte de esa larga nómina, ya en edad de merecer un respeto, no podemos olvidar que por entonces, cuando éramos jóvenes sin reparos, ya intuimos la alargada sombra de la incertidumbre como los ciudadanos inquietos que éramos, y sospecho que se hizo un hueco en nuestras fantasías y en aquellos universos paralelos que creamos para hacer más llevadera nuestra travesía por este valle de lágrimas. Pero ahora, cuando todo parece apuntar a que los todavía supervivientes de aquella generación que hizo de bisagra entre el viejo régimen y el país que se reencontró a sí mismo en democracia con el gozo y disfrute de las libertades reconquistadas ya nos podemos morir tranquilos, aquella negra sombra que siempre nos acechó agazapada al pie de nuestros cabezales, parece despertar de nuevo para ocupar su lugar en las alturas cuando esa infame palabra, censura, ha vuelto para quedarse y hacer realidad la vieja sentencia de Juan Benet: “En definitiva, lo que arruina las cosas es la memoria, no la intemperie”.
También te puede interesar
Lo último