Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Tirando del hilo
El reloj abarcaba toda la sala. Sus manecillas se regodeaban en cada una de las paradas. Mientras, una voz inerte respondía a un contestador sin visitas. El autómata ocupaba su puesto para cumplir condena temporal a jornada completa. Su dedo acariciaba la pantalla llena de imágenes incoloras y textos que se hacían ininteligibles. -Mejor mañana, ya si eso otro día, uf, no sé si te lo voy a poder hacer- refunfuñaba el zombie cumple horas. El tiempo estaba encarcelado en el calendario y el minutero cuchicheaba para correr aún más rápido. El humano programado resoplaba, agotado por el hastío que produce caminar sin saber dónde. Los bufidos se escurrían entre sus dientes, dando paso a la desidia y el hastío. Parecía estar dentro de La persistencia de la memoria de Dalí que, inspirado por la teoría de la relatividad de Einstein, nos habló sobre el binomio espacio-tiempo. Como en el cuadro, en aquella estancia el tiempo transcurría de manera diferente, parecía que los relojes también estaban derretidos y que los segundos asfixiaban los cogotes.
En los años sesenta, Michael Ende escribió una fábula sobre el saqueo de nuestro tiempo. En ella, los ciudadanos de una ciudad empezaron a recibir la visita de unos enigmáticos hombres de traje gris. Éstos eran agentes de la Caja de Ahorros del Tiempo y prometían a los habitantes distintos intereses siempre que depositaran en su banco las horas ahorradas cada día. Los comerciantes de tiempo fueron conquistando la sociedad y solo Momo, una niña que vivía en las ruinas de un anfiteatro, pudo derrotar a los grises banqueros que pretendían conquistar las horas robadas de toda una ciudad.
El libro nos demuestra que estamos hechos de tiempo y que nuestras venas son relojes de arena que corren para buscar más granos a los que abrazar. Nuestros órganos son agujas que entrechocan con el sonido del corazón. Nuestro aliento es el termómetro que mide la premura o el recreo. Y aún así, a veces somos los cómplices perfectos para perderlo y sabotearnos a nosotros mismos. Para cumplir horarios y no metas y, como un hámster en su rueda, meternos en un círculo interminable que aniquila nuestra curiosidad.
Se dice que Dalí hacía fotografías del sueño pintadas a mano. Quizás nos sanara esbozar nuestras fantasías para trasladarlas a la realidad y así estirar nuestra línea temporal. Despojarnos del pasar de las horas, del tic-tac angustioso y de su cuenta atrás, como si se tratara de una condena que debemos cumplir. ¿Y después qué? ¿Sentirnos perdidos por nuestros anhelos más recónditos? ¿Por utopías incumplidas? Parece que hoy es ahora y sueña con abrir los ojos despejados de excusas. Siendo los dueños de nuestro tiempo, venzamos a los hombres grises que nos persiguen y acechan y, como esa niña despierta, luchemos por conquistar lo que le pertenece.
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