Vacaciones en un parking

Cansado de dormir en hoteles con aire acondicionado, camas grandes y baño con puerta y bidé? ¿Cansado de ir a restaurantes y que te pongan la comida por delante? ¿Estás harto de darte una ducha sin preocuparte por si se te acaba el agua caliente? ¿No te seduce ya la idea de dormir plácidamente sin escuchar a los vecinos cómo se hacen el desayuno mientras escuchan a Manzanita a toda pastilla a las 8 de la mañana? Pide un préstamo y vive la mayor experiencia de tu vida, sé como los caracoles o como tu amigo el de las mechas rubias que hace surf y que tiene la planta de los pies negros.

Me encantaría conocer al genio que ha convencido a tanta gente de que viajar en autocaravana o en una camper es una buena idea. Me imagino que será un comercial de la Volkswagen, uno que vende váteres químicos o un diseñador de cocinas en miniatura que estaba al borde de la quiebra porque las niñas se han dado cuenta de que lo de cocinar no es un juego tan divertido.

Una furgoneta camperizada o una autocaravana nueva te puede costar mínimo unos 60.000 euros, y según las chorraditas que le quieras añadir se puede ir hasta el infinito y más allá.

Pero no te voy a quitar yo las ganas de irte de vacaciones a un parking, faltaría más. Un estilo de vida que compensa, ¡claro que sí! ¿Quién no ha soñado alguna vez con limpiar las deposiciones de su pareja?

Al imaginar a estos seres de luz sentados al volante de su autocaravana, disfrutando de la brisa marina de camino al terraplén situado a seis kilómetros de la playa, sólo se me ocurren actividades motivantes, de esas que te acercan a la vida de antes, de unión con la naturaleza y con la vida de nuestros antepasados: ducharse al aire libre, sintiendo la arena o la gravilla en los pies descalzos, buscar árboles con sombra donde poder descansar del sol abrasador, hacer la colada en un cubo, o si tienes suerte en una lavandería de una gasolinera: esto no es tan idílico pero después de una semana de frotar ropa sudada ver una lavadora y una secadora industrial me imagino que será como ver al mismísimo Dios.

Hacer de comer en un espacio tan reducido debe ser como volver a la infancia; acabo de ver un vídeo en internet de una mujer llorando arrodillada en el suelo enmoquetado de su casa con ruedas porque se le había escurrido el cuenco del arroz a la marinera que acababa de hacer. Por supuesto había manchado el sofá, las paredes, los ordenadores que estaban encima de la mesa y las sábanas de la cama: todo lleno de arroz amarillo, caldillo y gambas. Es lo que tiene vivir en menos de 6 metros cuadrados. Pero igual que se cae uno se levanta, en eso consiste la vida: se limpia todo con toallitas húmedas y a disfrutar, aunque te lleves una semana oliendo a marisco. El poder superar estas pequeñas cosas es lo que nos hace fuertes.

Si quieres poner a prueba tu relación, romperte el dedo pequeño del pie, curar tu claustrofobia, saber si te caen bien los hijos de tu pareja o superar el miedo a las arañas no dudes en unirte al club: ver las estrellas sentado en una silla de playa bebiéndote un gintonic en un vaso de plástico no tiene precio. ¡Oh, no! No hay hielo.

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