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La colmena
Magdalena Trillo
Trump y Putin
Crónicas levantiscas
Los países se joden cuando la polémica política se instala en las casas a la hora de comer, cuando el tema de discusión entra por la cocina. Pongamos por caso el Brexit en el Reino Unido o el procés en España y, de modo muy especial, en Cataluña. Eso sí que era un veneno que rompía amistades y que distanciaba a las familias, que amenazaba con romper a España de verdad y de la que surgió un partido ultra renovado, Vox, los verdes de Donald Trump que tuvieron su exitoso nacimiento en las elecciones andaluzas de 2018. Sin Cataluña ni la gestión de Rajoy durante esos meses, Abascal no sería hoy la tercera fuerza del Congreso.
Pedro Sánchez ha cerrado la herida sangrante, Cataluña tiene un presidente más que aceptable, Salvador Illa, un socialista serio, católico y dialogante, alérgico a las polémicas. La calma ha regresado a sus calles de Barcelona y a las cocinas de las familias, pero los costes políticos para el PSOE y para el Estado han sido tremendos. Aun así, el veneno está fuera del cuerpo, eso es un mérito del presidente del Gobierno: el principal riesgo del país está bajo control.
Sánchez es un presidente con una baja popularidad, pero lo más sustancial de la mala imagen que proyecta es el odio que causa en una parte importante de la población, tanta inquina que a veces causa miedo. El migueltelladismo se ha extendido con la complacencia de Alberto Núñez Feijóo, y hay gente que se despierta cada mañana con la aflicción de que Sánchez no se haya ido aún, es su único tema de conversación, una obsesión tóxica que provoca una angustia tan intensa como estéril. Los chicos de Trump y de Viktor Orban arrojan mucha crispación en la madre de todas las redes, que es la red de Elon Musk.
Sánchez no es un tipo empático, sus gestos son altivos, pero eso no explica el odio africano que genera, más bien parece que el presidente del Gobierno es tributario de la animadversión que los independentistas catalanes de Junts generan en todo el país de modo consciente. Son unos provocadores, humillan a sabiendas y la opinión pública se rebela contra ellos y, de camino, contra su aliado socialista.
Junts no quiere menores inmigrantes en Cataluña; Jordi Turull no acepta “el café para todos” en el reparto de los menas, hiere así y de modo voluntario la dignidad andaluza; sus diputados llevan a un terrorista al Congreso para que declare que el CNI está implicado en los atentados de las Ramblas y Cambrils, y Puigdemont hace alarde del desprecio a los españoles. Ni nos considera. Irrita, y es lógico, pero aquel peligro real, sistémico, está conjurado.
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