La vocación del maestro Pablo

Voces nuevas

04 de octubre 2024 - 03:06

Mi padre me decía de niña que las notas no eran tan importantes, que la relevancia estaba en que yo fuera una persona buena. Él me enseñaba a escuchar a los demás, a ponerme en el lugar de mis compañeros, a felicitar a otros niños cuando hacían algo bien, a decirles lo buenos que eran en algo, a trabajar duro y a ser perseverante. Mi padre cada día se esforzaba por enseñar a los demás a ser mejores. Él siempre tenía una palabra cálida, una caricia en forma de mirada, un consejo capaz de calmar, una vivencia que contar. Por eso, a mi padre lo conocían (y lo conocen) en nuestro pueblo como el maestro Pablo. Cuando mis hermanos, mi madre y yo jugamos a buscarlo entre los innumerables recuerdos de nuestra memoria, siempre nos viene a la cabeza la imagen de mi padre estudiando, escribiendo, leyendo, corrigiendo exámenes, aprendiendo. Para él, toda sabiduría era poca y aunque de niña no lograba comprenderlo bien, ahora, de mayor, lo veo muy claro. Él aprendía para enseñar y lo hacía en la escuela, en el instituto o a sus hijos en casa. Porque si había algo que tenía mi padre era capacidad para llegar a los demás. Una sensibilidad única para conectar y hacer sentir a cualquier estudiante como un hijo más. En mi colegio, para muchos, él también era un padre. Curiosamente sentía una predilección especial por los más incomprendidos, por aquellos que se sentaban al final y a los que nadie se paraba a mirar. Y quizá por la comprensión que él siempre les mostraba, conseguía ganarse su respeto logrando, incluso, que muchos de ellos aprobaran.

Ahora, muchos quieren ser docentes y es por eso, en parte, que hay más profesores que sitio en las aulas. La mayoría con carreras, idiomas y algún máster. Sin embargo, me pregunto cuántos de ellos serán maestros como mi padre. De esos que enseñan valores humanos y de los que logran captar la atención del alumnado mostrando humanidad y tendiéndoles la mano. Yo tuve la suerte de conocer al mejor maestro, que además fue mi padre. Él ya no está pero permanecerá por siempre su legado. Quedarán los relatos que escribieron en su honor, las poesías que nacieron de sus clases, la sintaxis y la buena literatura contada desde el alma. Pero por encima de todo quedará su amor infinito por la enseñanza. Mañana, 5 de octubre, es el Día Mundial de los Docentes. Es la fecha en la que la Unesco decidió rendir homenaje a una de las profesiones más valiosas en cualquier sociedad: la de maestro. Esa persona que tiene el deber de formar a las nuevas generaciones y garantizar el desarrollo de los países. Porque no hay mañana sin educación y no hay futuro sin profesores. Ojalá primara la calidad sobre la cantidad. El mundo necesita aprendizaje, pero mucha más vocación, escucha y empatía en las clases.

stats