Editorial
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Aunque finalmente no se ha plasmado en un acuerdo cerrado, el Gobierno y el principal partido de la oposición han hecho durante esta semana algo tan infrecuente en esta legislatura que constituye una noticia relevante: han hablado con propuestas encima de la mesa. El milagro lo ha obrado la amenaza de Estados Unidos de imponer a la Unión Europea aranceles elevados que iban a golpear con dureza a la economía española. El decreto aprobado por el Ejecutivo tiene por delante un mes de trámite parlamentario y los cauces de diálogo siguen abiertos, a pesar de diferencias sustanciales, por lo que no se descarta un consenso final. Una novedad en una legislatura presidida por el histrionismo y la crispación en la relación de los dos grupos políticos que, juntos, representan a una inmensa mayoría de los españoles. El cambio de talante se ha visto en las personas a las que tanto el Ejecutivo como el PP han encargado la interlocución en esta cuestión. Los ministros Carlos Cuerpo y Luis Planas se caracterizan por imprimir solvencia y moderación a un Gobierno que no está sobrado de ninguna de las dos cosas. Algo muy similar cabría decir de Juan Bravo, vicesecretario general de Economía del PP, que marca un discurso sensato y se distingue por estar ausente de las broncas tan frecuentes en su partido. Bravo dejó un buen recuerdo de su paso por la Consejería de Hacienda de la Junta en la legislatura del cambio y en Madrid goza de un prestigio consolidado. Ellos han hecho esta semana, aunque el acuerdo final parezca lejano, algo que se echa mucho en falta: establecer un clima de diálogo, sosiego y colaboración institucional entre los dos partidos que sustentan el sistema democrático.
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