España ante el cambio en Washington

Son muchos los analistas que proclaman que la vuelta de Donald Trump a la Presidencia de los Estados Unidos, formalizada ayer en la ceremonia celebrada en el Capitolio, va a suponer la quiebra definitiva del orden mundial surgido de la caída del Muro de Berlín en 1989 y de la victoria occidental en la Guerra Fría. Todavía es prematuro establecer conclusiones tan tajantes y habrá que ver cómo se desarrollan los primeros meses del nuevo mandato y las medidas que va a adoptar la nueva Administración. Pero de lo que no cabe duda es de que se va a producir un giro en la geoestrategia mundial que va a afectar a los equilibrios internacionales. En ese sentido, España va a tener que replantearse sus relaciones con la que todavía es la primera potencia mundial y con la que comparte intereses económicos y militares muy importantes. Para nadie es un secreto que Trump es la bestia negra de la izquierda europea y que Pedro Sánchez, como uno de sus últimos representantes con responsabilidades de gobierno, no pierde ocasión para denostar al nuevo presidente y todo lo que representa. Tampoco hay que hilar muy fino para concluir la opinión que pueda tener Trump sobre la situación española. El hecho de que Santiago Abascal sea el único político de España invitado a la toma de posesión es tan ilustrativo como las críticas al escaso gasto de defensa en los presupuestos españoles. Pero por encima de cualquier otra circunstancia, España es para Washington el país que alberga las bases de Rota y Morón, ambas en territorio andaluz. La importancia que la nueva Casa Blanca otorgue a estas instalaciones militares determinará el desarrollo de las relaciones entre los dos países. Aunque el maximalismo parece la marca trumpista por excelencia, es de esperar que el pragmatismo se imponga y que ambos países puedan mantener el modelo de relación que ha imperado hasta ahora.