León Lasa

Blaise Pascal y la Laponia española

La tribuna

El verdadero lujo hoy día es el espacio, la ausencia de multitudes. No lo digo yo. El 88% de la población española se concentra en el 29% de la superficie

Blaise Pascal y la Laponia española
Blaise Pascal y la Laponia española / Rosell

17 de mayo 2021 - 01:38

No me refiero al territorio apenas habitado de los samis, a ese finis terrae del norte de Europa donde se pueden observar -si se es afortunado- las auroras boreales y uno de los paisajes mas hermosos del planeta. No escribo de esas tierras que recorrí a pie durante varios meses hace años, yendo de Kirkenes hasta Rovaniemi (En Noruega. Almuzara). Pienso en ese territorio interior de la Península, que abarca las estribaciones del Sistema Ibérico, y cuyos vértices podríamos ubicar en las provincias de Soria, al norte, y Teruel y Zaragoza, algo más al sur y al este. Ahí, en esas tierras tan hermosas como desconocidas, la densidad de habitantes por kilómetro cuadrado es, incluso, en muchas partes, inferior a la de Laponia o Siberia, y el frío de invierno nada tiene que envidiarle. Decía Pascal: "Todos los problemas del hombre vienen de no saber estar solo, consigo mismo, en silencio, en una habitación". Pocos lugares más propicios para, según el francés, no complicarse la vida.

Silencio. Aunque bien es verdad que se encuentra enclavado en un sentido amplio en la llamada España vacía, quienes amen de verdad el silencio en la era del ruido, no tienen necesariamente que alojarse con los monjes de Silos para experimentarlo. Es cierto que pocos lugares como el claustro del ciprés cantado por Gerardo Diego, para atisbar la calmada quietud de las estrellas; pero el silencio, ese bien cada vez más escaso, se desparrama generosamente por estas latitudes ibéricas. Los pueblos son pequeños, contenidos, de escasa y menguante población, sin apenas tráfico. En la ribera de un Duero recién nacido no se oye más que el balanceo de las ramas desnudas de un viejo olmo, o las hojas marchitas de un castaño. A veces un rumor apenas perceptible apunta a un zorro, o, si dejamos volar un poco la imaginación, a un lobo. La calma es, en casi cualquier rincón, a casi cualquier hora, soberana. De lo que no se puede hablar debemos guardar silencio, decía Witttgenstein. Pero no lo hacemos.

Tiempo. Una hora no es una hora en las Tierras Altas de Soria, ni en la Alcarria ni en las Merindades. Una hora no son, en esos territorios, sesenta minutos. Una hora ahí es mucho más: un lugar intermedio entre un instante y una eternidad. No existen, o no se ven, o no están tan accesibles, las máquinas robatiempo. Las posibilidades de ser molestado, perturbado, descienden de manera exponencial. El tiempo, si queremos, es todo nuestro. Las tentaciones, las ofertas, los estímulos para malgastarlo escasean. Ya no dependemos solo de nuestra voluntad. Hay fuerzas que se coaligan para ello. Internet funciona lo sucinto. La televisión únicamente sintoniza algunas cadenas, y el móvil a veces carece de cobertura. Pero quedan los libros. Nuevos o ya leídos. Que albergan no solamente contenidos, sino recuerdos y anotaciones de otra época. Es verdad lo que dicen en Irlanda y recoge Heinrich Boll en su Diario Irlandés: "Cuando Dios hizo el tiempo, lo hizo de sobra". La vida es larga si no la malgastamos, repetían los clásicos.

Quietud. No sé dónde oí alguna vez que el único lugar en el que uno puede hoy día estar solo y en silencio sin que lo tomen por loco es en los bancos de alguna iglesia, con la mente en blanco, dejándose arrastrar por sus propios pensamientos o, si se es afortunado y se cree, rezando. Apenas quedan reductos de quietud fuera de los espacios sagrados y del propio hogar. Por eso algunos valoramos tanto los territorios de quietud que conocemos: el interior de España, esa España vacía tan denostada, la Patagonia, las islas Svaldbard, la Antartida, la Laponia finesa con sus interminables bosques de abedules. Lugares para encontrarse a sí mismo, sitios en los que caminar kilómetros en completa soledad, sin que nada pertube el ánimo, horizontes de ensimismamiento y sosiego.

Coda. El verdadero lujo hoy día es el espacio, la ausencia de multitudes. No lo digo yo. El 88% de la población española se concentra en el 29% de la superficie. El 12% residual en el 71% restante. En esa España casi vacía los servicios públicos funcionan razonablemente bien, créanme. Castilla-León puntuó en primer lugar en el informe PISA de educación; y es también en esa España donde se alcanzan las tasas de longevidad más elevadas. Por último, si llaman a la puerta a la hora que sea, en cualquier aldea perdida, no es ya el lechero, sino Amazon que nos trae una botella de Talisker o un queso de Idiazábal. El paraíso no está tan lejos.

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