La tribuna
Muface no tiene quien le escriba
En 2017 se cumplieron setenta y cinco años de la muerte del gran escritor, biógrafo, novelista, historiador, ensayista, dramaturgo, conferenciante y poeta austríaco, nacido en Viena en 1881, Stefan Zweig. En dos ocasiones tuve oportunidad de dedicarle mis habituales columnas, Caleidoscopio, en este periódico el pasado año. Celebraba sobre todo que la efeméride había confirmado la vigencia y el auge de su fama y su prestigio en la Literatura, que años atrás parecían lastimosamente olvidados. Confieso que inicié su lectura en mi más tierna precocidad como lector y tal vez de una manera morbosa, curioso por conocer los secretos de alcoba de Luis XVI y María Antonieta, que el autor contaba muy explícitamente en su biografía sobre la desgraciada reina francesa de origen austríaco. Entonces era un libro vedado a un lector de mi edad imberbe.
Pero inmediatamente después vinieron lecturas a cual más estimulantes: sus novelas La piedad peligrosa o La impaciencia del corazón (1939) -auténtica master piece-, Veinticuatro horas de la vida de una mujer (1929) -de la que se han hecho cinco versiones cinematográficas-; Los ojos del hermano eterno (1922), La confusión de los sentimientos (1925) -de gran efecto en la sociedad burguesa de su tiempo por la emancipación de la mujer que Zweig defendía-, Carta de una desconocida (1922) -dos veces llevada al cine-, Amok (1922), Caleidoscopio, conjunto de relatos breves escrito en 1936 y publicado tras su muerte en 1945; Momentos estelares de la humanidad (1927), miniaturas históricas con el deslumbrante El minuto mundial de Waterloo, de la que hice una adaptación en un guión para la radio, la Cope de los primeros años, en la que José Luis Gómez era la voz de Napoleón y tantas más.
Entre la lectura de tan fascinante narrativa alternaba también con muchas de sus biografías. Desde la ya citada María Antonieta (1932) hasta la de otra reina legendaria María Estuardo (1934) pasando por Fouché, el genio tenebroso (1929) -que tanto me impactó-, Erasmo de Rotterdam (1934), Balzac, la novela de una vida (1920) -publicado solo o en una trilogía en la que también se incluían Dickens y Dostoievski-, Américo Vespucio: la historia de un error histórico (1931) y en este importante capítulo de la prolífica y múltiple bibliografía de Stefan Zweig, tres admirables trípticos biográficos: El primero dedicado a tres nombres excepcionales Tres poetas de sus vidas: Casanova, Stendhal y Tolstoi (1932). El segundo a tres suicidas famosos: La lucha contra el demonio: Hölderlin, Kleist y Nietzsche (1921). El texto que poseo (como otros que era difícil encontrar en España entonces) está publicado en Buenos Aires. Tiene al inicio una cita del propio Nietzsche realmente estremecedora: "Amo a los que no saben vivir sino para desaparecer, porque son los que llegan al otro lado". El tercero es una profunda visión biográfica y científica de tres personalidades que desarrollaron un método de sanación psíquica: La curación por el espíritu: Franz Anton Mesmer, Mary Baker Eddy y Sigmund Freud (1931). Recordaríamos muchos más títulos pero excederían de nuestro espacio.
Porque es difícil sintetizar en un artículo la inmensa y asombrosa diversidad literaria de Stefan Zweig que colma de manera copiosa distintos géneros. Su mejor retrato se muestra extraordinariamente clarividente en El mundo de ayer, titulado también Memorias de un europeo, (1942), que escribió tras dejar Europa como tantos otros judíos que huían del progreso del nacionalsocialismo y del amenazador terror nazi (entre 1939 y 1941) y terminó poco antes de suicidarse junto a su esposa en Petrópolis (Brasil), obsesionado por el creciente poderío hitleriano. Se publicó póstumamente en Estocolmo el mismo año de su muerte, el 22 de febrero de 1942. "Cada día he aprendido a amar más este país y quisiera no haber tenido que reconstruir mi vida en otro lugar después de que el mundo de mi propia lengua se hundió y se perdió para mí, y mi patria espiritual, Europa, se destruyó a sí misma". Estas eran las palabras de despedida de Stefan Zweig en su nota de suicidio.
Pero para mí son sumamente reveladoras sus confesiones en un pequeño libro, titulado en España Tiempo y mundo (1904-1940), que adquirí en una librería de viejo en mis años de estudios en Madrid, memoria indeleble de escritores que dejaron honda huella en innumerables lectores, donde recopila conferencias pronunciadas en distintas capitales europeas: una ingeniosa recensión, 1914 y hoy, sobre la publicación de la novela Eté 1914, de Roger Martin de Gard, Premio Nobel de Literatura en 1937. Otra conferencia que nunca llegó a celebrarse en Estocolmo, La Historia como fuente de poesía, es toda una genial semblanza histórica plena de fascinantes imágenes y sugerentes revelaciones. Hay un impagable capítulo dedicado a Thomas Mann (Premio Nobel de Literatura en 1929), el autor de una de las más sensacionales creaciones de la novelística universal, La montaña mágica (1924). En aquellos Tiempos de opresión (1939). Stefan Zweig, un gran referente de la intelectualidad europea de su tiempo, un autor imprescindible, celebraba la "alegría espiritual" que proporcionaba la nueva publicación del escritor alemán, Lotte in Weimar, que situaba por encima de Los Buddenbrook (1901) y La montaña mágica.
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