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Muface no tiene quien le escriba
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Se quejaba una amiga de que la hubieran invitado a una boda el 1 de noviembre. Que les rompía el puente, que qué poca cabeza tenían sus amigos, etc. Por parte de los novios lo comprendo: es más barata una boda en noviembre que en octubre. Hay que hacer economías y, de hecho, se está casando gente los martes. Como sucede que, haya la crisis de vivienda que haya, casarse es una costumbre que sigue teniendo el común de los mortales –desafiando el poliamor y el tanque de pirañas de Tinder–, el negocio nupcial se abre camino sobre las lápidas de mármol y las coronas de flores. “Por encima de mi cadáver” es una expresión que debió de pasársele por la cabeza a la wedding planner. Puede que hasta considerasen que la novia fuera de negro. El 1 de noviembre los españoles hemos ido siempre a los cementerios a honrar la memoria de nuestros difuntos. Aunque en realidad es el día de Todos los Santos, el de los difuntos en general es el día 2. Cierto es que ya casi nadie se entierra, ahora todo es ceniza que se esparce al viento.
Algunos afrontan el primero de noviembre con resaca de Halloween. Esta fiesta, como la tortilla con o sin cebolla y la duración de la Feria de Sevilla, provoca choques frontales. Los contrarios miran con desdén a los partidarios, como si fueran seres infantiloides, irresponsables que están mancillando la pureza española de la fiesta de Tosantos, con sus huesos de ídem, sus fiestas nocturnas con velas en los pueblos, sus moradas letanías y procesiones lúgubres. En Santa Ana la Real, provincia de Huelva, el Ayuntamiento te invita a una sardina si pides un vino en la plaza, a medianoche, mientras toca la banda. En realidad, se parece más a la fiesta de Halloween de una comunidad de vecinos que a un funeral. Eso sí, con el decorado realista de la iglesia, las casas con sobrao, el cementerio y las eras. Costumbres preciosas, desde luego, pero el urbanita que detesta Halloween tampoco las solía celebrar antes. Es una queja vacía la suya, estéril, de Scrooge aguafiestas al que fastidia el regocijo a su alrededor. Para apreciar Halloween solo hay que tener niños pequeños: su ilusión con las calabacitas de plástico, las gominolas y esos mofletes maquillados y esos sombreritos de bruja, manda de un porrazo a hacer puñetas los atildados peros a la diversión. Yo, por mi parte, estoy a favor de todas las fiestas. (Menos de Nochevieja, pero no nos adelantemos; de esto hablaremos el mes que viene).
Bien mirado, tiene su aquel casarse el 1 ó el 2 de noviembre. Frente a la purpurina solar de la celebración conyugal, la ceniza que nos recuerda que somos materia volátil, fugaz polvo de estrellas en la noche. Es un método económico –¡incluso ahorrativo!– de ejercer el memento mori y de recordar el tempus fugit. A la muerte le sienta bien el latín. También la mejor poesía, como estos versos de Luis de Góngora: “goza cuello, cabello, labio y frente, / antes que lo que fue en tu edad dorada (...) / se vuelva, mas tú y ello, juntamente, / en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”. O Garcilaso: “coged de vuestra alegre primavera / el dulce fruto, antes que el tiempo airado / cubra de nieve la hermosa cumbre”. Pero también la presencia de la muerte en unos esponsales hace presente aquello de “hasta que la muerte nos separe”. Hay dos escuelas de pensamiento, los que piensan que esa separación por la muerte no debería existir, y los que se sienten aliviados. Por fortuna, es un campo abierto a la interpretación. La literal vendría a decir: la parca nos separa temporalmente, cuando muere uno de los esposos. Más adelante se reunirán en el otro lado. Por tanto, esto no se cumpliría en el caso de parejas que mueren a la vez, en un accidente de tráfico o de aviación. Hay muchos chistes al respecto, pero hoy no pegan.
¿Se siente usted, lector, incómodo al remover estos asuntos? Eso es lo esperado al meditar sobre la muerte. Los ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola comienzan así siempre: memento mori. Nuestro San Ignacio secular y hollywoodiense vendría a ser Tim Burton, y La Novia Cadáver su sermón. Qué más da por dónde comience la meditación siempre que nos lleve a buen puerto. La meditación sobre la muerte siempre está orientada a abrazar la vida más fuerte, con más consciencia. Tempus fugit y carpe diem son padre e hijo respectivamente. Aprovechemos, pues, la vida hasta el tuétano. Aunque nos hayan fastidiado el puente de noviembre. Vayamos a esa boda y bailemos hasta el amanecer. Que mañana… sabe Dios dónde estaremos.
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