Federico Soriguer

El extraño caso de la doctora Blasco

La tribuna

10869461 2025-02-12
El extraño caso de la doctora Blasco

12 de febrero 2025 - 03:06

La destitución de la doctora María Blasco como directora del CNIO (Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas), cuestiona una manera determinada de entender la política científica española. El CNIO fue fundado en 1998. Recuerdo muy bien la visita que, en 1999, hicieron sus responsables al viejo Hospital Carlos Haya para presentar el recién creado centro y sus proyectos. Bien pronto fuimos conscientes de que, en realidad, lo que querían eran muestras biológicas de las que carecían. La reunión no fue bien. La prepotencia no es la mejor carta de presentación cuando se está pidiendo un favor. Desde entonces el CNIO se ha convertido en uno de los grandes centros de investigación de la UE, pero, a juzgar por lo que está ocurriendo, más parece que no se haya redimido del todo del pecado original que hizo que fracasara aquella modesta reunión en el hospital Carlos Haya de Málaga. Tal vez sea lo que algunos sociólogos llaman la trampa de la excelencia. Excelente es un adjetivo por encima del cual solo es posible el superlativo de “excelentísimo”. Es lo que puede haber ocurrido con su directora. Debe ser muy difícil la gestión democrática de una institución compleja (la única posible hoy día) cuando para resaltar los liderazgos hay que utilizar superlativos. Las palabras como las armas a veces las carga el diablo. No se puede liderar un centro de excelencia enajenándolo, es decir, viviendo por encima o fuera de la realidad del propio centro, que es también fuera de la realidad del propio país y de la comunidad a la que sirve. Desde la dirección del CNIO, un centro público de investigación pagado por todos los españoles, Blasco se convirtió en una de las científicas más conocidas de España. Y mejor remuneradas. Una cuestión que no es baladí. Hoy ya deberíamos saber que quienes trabajan para el sector público ni pueden ni deben tener los salarios propios de esos modernos condotieros que son los actuales chief executive officer (CEO). Ninguno de los directores científicos de los númerosos institutos de investigación acreditados por el ISCIII que hay en el país (yo lo he sido) hemos cobrado nada por serlo. Es un honor y un privilegio. Se llama salario cultural. No se es más inteligente por cobrar más. Ni se es más productivo. Ni tampoco, necesariamente, más fiel a la institución. Ya lo deberíamos haber aprendido. El asunto del CNIO enseña también otras muchas cosas. Los científicos básicos terminan superespecializándose. El peligro del éxito de un superespecialista es que intente explicar el mundo desde su estrecha atalaya. Tal vez sea injusto pues no conozco suficientemente la obra de Blasco, aunque he leído sus principales aportaciones científicas, sin duda muy relevantes, siempre sobre los telómeros y, también, un libro de divulgación de mucho éxito, Morir joven a los 140 años, escrito con la periodista Mónica G. Salomone. Leído con mucha atención e interés, esperé hasta el final para encontrar una línea escrita por Blasco. En realidad, había sido escrito por la periodista que se remitía con frecuencia a los trabajos de la científica. A este tipo de colaboradores en la terminología anglosajona se les llama medical o science writers y en el argot maldito de los científicos, ghostwriters. El otro peligro de los superpespecialistas es que terminen con el paso de los años aburriéndose de sí mismos. Entonces, algunos, en vez de ampliar su mirada sobre el mundo al que se deben, dirigen su afán hacia el arte. Lo hemos visto en demasiadas ocasiones en médicos y en científicos. Al arte, no a las humanidades. Es frecuente confundir el arte con las humanidades. Pero entre el arte y las humanidades hay la misma o más distancia que entre el arte y las ciencias. Las humanidades son otra cosa que no pertenecen en exclusiva al mundo del arte como se nos ha querido hacer creer. Y frente a la ciencia que es el infierno de la objetividad el arte es el paraíso de lo contrario, la subjetividad. El proyecto de integrar las humanidades en los grandes establecimientos científicos es una idea tan buena como imprescindible. Pero el proyecto de convertir un gran centro de investigación en un museo de arte es otra cosa. Con otro modelo radicalmente distinto lo intentamos aquí en Málaga con el IBIMA y, también, fracasó pero al menos no hubo daños colaterales. No ha sido el caso del CNIO. Haber gestionado tan mal esta buena iniciativa, ha hecho un gran daño a este necesario acercamiento entre las ciencias y las humanidades. A ver quién es ahora el director científico de un gran instituto de investigación que se atreve a tomar iniciativas a este respecto. El CNIO acaba de cumplir 25 años y tiene ahora la oportunidad de replantearse qué quiere ser de mayor. En este cuarto de siglo el mundo y la ciencia han cambiado. Frente al modelo de la ciencia que pusiera en marcha USA tras la segunda guerra mundial, siguiendo las recomendaciones de Vannevar Bus, la ciencia del siglo XXI, al menos en la UE, comienza a hacerse bajo las etiquetas de “ciencia abierta”, “ciencia responsable”, “ciencia ciudadana”, “ciencia bien ordenada”, “ciencia en democracia”, etc. Y en esta nueva etapa los liderazgos transversales son muy importantes. Ya veremos. Desde aquí deseamos al CNIO el mayor de los éxitos, pues su fracaso también lo está siendo nuestro.

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