Federico Soriguer

Los hombres andan confusos

La tribuna

10291705 2025-01-05
Los hombres andan confusos

05 de enero 2025 - 03:07

La crisis abierta en el feminismo por la aparición del movimiento radical queer es tan desconcertante como preocupante. El feminismo nunca ha sido un movimiento homogéneo. Simplificando, su historia más reciente ha estado representada por dos tendencias, el llamado feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia. Dejando aparte los matices, ambos hunden sus raíces en la Ilustración, ambos tienen como objetivo la igualdad de derechos y ambos reconocen a la especie humana como parte de la extensa familia biológica de seres vivos sexuados. También el feminismo ha cambiado a lo largo de la historia. Así, en algún momento el feminismo incorporó el concepto de género (masculino o femenino), extraño para estos fines a la lengua española, identificando con ello los estereotipos sociales relacionados con el sexo biológico que eran utilizados por el patriarcado para justificar la dominación de los hombres sobre las mujeres. Con estas armas el feminismo, que llamaremos ilustrado (por su origen), ha llegado hasta aquí convertido, probablemente, en la fuerza política transversal y transformadora más importante del siglo XX, capaz de convencer cada vez a más capas de población, especialmente a los hombres.

Y en esta estábamos cuando irrumpe en el escenario un nuevo “feminismo”, que nace con la disculpa de defender a una población marginada (las personas “trans”) , a las que bien pronto abandona pues sus verdaderos objetivos están marcados por la ideología radical queer, brazo armado de un movimiento ideológico (y político) postmoderno, antiilustrado y antisistema que, bajo la bandera de la subjetividad y el esencialismo individualista, rechaza la objetividad, la racionalidad y a la ciencia misma como fuente de conocimiento. Un movimiento que subvierte el concepto de género como representación de los roles sociales masculinos o femeninos tradicionalmente adjudicados a cada sexo biológico, pasando a convertir al género como sustituto del sexo y como única representación de la identidad sexual. De esta forma el esencialismo queer (Q) sustituye el sexo biológico por el género sentido a lo que pronto añade todas aquellas opciones identitarias habidas y por haber (+). Esta negación postmoderna de la naturaleza biológica de los humanos tiene como consecuencia la desaparición de los dos sexos como aquellas categorías que nos identifican como especie sexuada, trans-formándonos en una nueva naturaleza que no sería biológica (sino trans-biológica) ni tampoco social sino rabiosamente emocional e individual pues el ser hombre o mujer biológica dejaría de ser algo relevante para convertirse en algo opcional e incluso cambiante en función de la “libertad” de cada cual para elegir su propia corporalidad.

Todo esto podría ser una forma más de expresión de la diversidad humana, de no haberse convertido en una poderosa fuerza política capaz de llevar leyes a los parlamentos donde se recogen estos planteamientos antiilustrados que afectan, ahora, a la inmensa mayoría del resto de los ciudadanos que no tienen problemas en reconocerse como hombres o mujeres ni en aceptar, al mismo tiempo, la gran diversidad que define esa cosa llamada “naturaleza humana”. Y afecta, sobre todo, a las mujeres pues al desaparecer de las leyes el sujeto mujer y ser sustituido por el de género, desaparecen legalmente los motivos de la discriminación en función del sexo, ahora sustituido por aquello (el género y los estereotipos de género) que las mujeres tanto han combatido. Es, precisamente, esto lo que el feminismo ilustrado, con toda lucidez, ha llamado el borrado de las mujeres. Y ante esta ofensiva muchos hombres (progresistas o no) estamos desconcertados, entre otras cosas porque no es fácil entender lo que está ocurriendo, salvo que se conozca en profundidad los entresijos. Para los hombres conservadores porque nunca van aceptar la negación postmoderna de la naturaleza biológica de los humanos. Para los hombres progresistas porque constatan una vez más que esa guerra a quien únicamente beneficia es al viejo patriarcado, que se frota las manos viendo cómo el movimiento queer les da la razón sobre los estereotipos de género de los que se han beneficiado y aún se benefician y porque refuerza el individualismo y el anarco-liberalismo del que políticamente se nutre.

Una confusión aún mayor si periódicos progresistas, como El País, que han nacido con el proyecto ilustrado, refuerza y apoya desde sus propios editoriales este negacionismo individualista e identitario, desdeña e incluso insulta a colaboradoras habituales que defienden las tesis feministas ilustradas o silencia las colaboraciones de intelectuales feministas prestigiosas, mientras concede espacios privilegiados a filosofas líderes del movimiento queer. Ahora parece que el PSOE se ha caído del caballo y ha retirado la Q (de queer) y el + (de lo que venga en el futuro). Las mujeres feministas no tuvieron empacho alguno en incluir bajo su histórico movimiento las reivindicaciones de lesbianas (L), gais (G), bisexuales (B) y T (transexuales). Para algunos medios la desvinculación del feminismo ilustrado del movimiento queer (Q) parece el fin del mundo. Sin embargo, para el resto de la sociedad, entre la que al menos el 50 % somos hombres, el añadido del movimiento queer a las siglas LGTB no fue una cuestión de libertades sino una concesión a un movimiento que inicialmente representaba a aquellas personas (victimizadas) (los transexuales), bajo cuya bandera han introducido un nuevo feminismo libertario, individualista e identitario, profundamente reaccionario que, ahora con el BOE en la mano, obliga al resto de los humanos (los hombres y mujeres ahora reclasificados como Cis), a aceptar nuevas categorías antropológicas sin más base que la negación de la biología y los prejuicios de una ideología postmoderna, que va mucho más allá de la identidad de sexo o de género, bajo la amenaza de la cancelación o la censura. Un movimiento (revolucionario y antisistema) que ha introducido en el feminismo tal grado de confusión que corre el riesgo de que muchas de sus grandes conquistas se vean truncadas. Y entre ellas, y no es la menor, el hecho de que los hombres hayamos cambiado, a mejor, gracias al feminismo.

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