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La tribuna
Javier González-Cotta
El islam reconquista Estambul
La tribuna
De regreso a Estambul, tras unos años de por medio, la estampa de las colinas históricas al anochecer sigue causando arrobo incluso en quien ya se había acostumbrado a descifrarlas por los nombres donde se alzan las mezquitas más fastuosas. Rotundas y gráciles a la vez, sus cúpulas y alminares emergen mitad de entre lo oscuro y mitad de entre lo tachonado por incontables lucecillas y reclamos.
El reencuentro con Estambul (imposible evitar el stendhalazo a la turca), provoca el mismo suministro de sensaciones de cuando la primera vez. De añadido, quiso el azar que un día, bajo la lluvia invernal y un tibio sol, brotara entre la grisalla del cielo un memorable arcoíris. El arbotante de color unió ambas orillas del Bósforo, mientras atravesábamos el estrecho en un barco de la compañía Turyol, rumbo a Kadiköy, la antigua Calzedonia.
Sí es verdad que algo ha cambiado en la postal estambulí de hoy. De ahí el nuevo puente para el metro que circula sobre el Cuerno de Oro. Un colosal túnel submarino en el Bósforo conecta desde Sirkeci la parte europea con Asia. Sobre la orilla asiática del Bósforo, la mezquita de Çamlica, erigida en 2016 por dos arquitectas de postín, luce engreída en lo alto de su colina (es el revival otomano obrado por el presidente Erdogan). Cercano a Çamlica, surge un altísimo y fino pirulí a modo de relámpago. Es una torre de telecomunicaciones, que se alza acorde con el skyline de la city financiera de Estambul, la que se halla en la gran extensión asiática, entre Umraniye y Yenisehir, y que acogota al usuario del taxi que lo lleva al aeropuerto de Sabiha Gokçen (la otra city se aglomera en Levent, pero en la parte europea).
El influjo del islam recobrado incide también sobre el paisaje. Entre los alminares de Santa Sofía cuelga una proclama que la noche ilumina con bombillas de fiesta: Lailahe illallah (“No hay más Dios que Alá”). Los turistas hacen ahora sus fotos al llamado musulmán, toda vez que, desde julio de 2020, la basílica bizantina de Justiniano consagrada a la Divina Sabiduría en el año 537 ha sido reconvertida en mezquita (secularizada por Atatürk, desde 1934 hacía la vez de sincrético museo).
En horas de oración, los turistas no pueden acceder al interior. Una cola delimita el paso para los fieles turcos y musulmanes, y otra cola distinta –y distante– sugiere el acceso turístico a la magnificente mole previo pago de una entrada. Soldados armados del ejército (incluidas mujeres soldados con velo), vigilan el entorno junto al antiguo Hipódromo bizantino y la estilizada mezquita de Sultanahmet. Nos pusimos a recordar, hace unos años, las veces que uno podía entrar en Santa Sofía como resguardo de la lluvia, cuando apenas había visitantes poco antes de su cierre al caer la noche.
Las larguísimas colas para acceder a Santa Sofía nos disuadió ahora de entrar al recinto para comprobar cómo se cubren los bellísimos mosaicos figurativos durante el rezo de la oración y si la polémica reconversión en mezquita ha añadido más elementos islámicos más allá de los tondos coránicos que se hallan junto a las pechinas con serafines. La mentalidad judeocristiana suele olvidar que para los turcos 1453 es el año de la conquista de Constantinopla por el sultán Mehmet Fatih, avalada por un hadiz de Mahoma, y no el año infausto de la caída de Constantinopla. Igual que se olvida con pereza el infame saqueo causado en la joya ortodoxa del Oriente por la cruzada de 1204, alentada por el papa Inocencio III. La Divina Sabiduría fue catedral católica durante el breve y oscuro periodo latino (1204-1261).
Si el colgajo islámico de Santa Sofía invocando a Alá nos provoca una rara desazón, en la preciosa iglesia de San Salvador de Chora, próxima a las murallas bizantinas y a la imponente mezquita de Mirihmah, los sentimientos también son encontrados. Restaurada y reabierta al culto musulmán en mayo pasado (fue mezquita desde 1511 y museo secularizado desde 1945), el visitante ha de atenerse a las nuevas normas. En horas de oración, entre versículos del Corán, el acceso a los intrusos está vedado. Las mujeres han de velarse para acceder y poder contemplar, entre la cháchara de los vigilantes, los preciosos frescos y mosaicos (entre otros los de la Genealogía de Cristo, los de la Vida de la Virgen y los de la turbadora Anastasis). Observar el mimbar islámico donde se halla el hermoso mosaico de la Dormición de la Virgen, provoca una sorda estupefacción. Es lo que ha traído la reconquista islámica de Estambul, impulsada por el AKP de Erdogan. Pero el arrobo que provoca la milenaria ciudad todo lo diluye y disuelve.
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