César Romero

La metira de algunas verdades

La tribuna

8415235 2024-09-02
La metira de algunas verdades

02 de septiembre 2024 - 03:04

Hay tópicos que se aceptan como verdades casi irrefutables, pero ¿lo son? Es más: ¿son verdades? Aquí van algunos:

1.- Lo difícil no es llegar sino mantenerse. Uno lleva toda la vida oyendo asegurar esto, pero siempre ha pensado que quien no llega carece de voz, así que jamás podrá decir que eso es mentira, que lo complicado es llegar, pues sólo lo hace uno de cada mil y a los novecientos noventa y nueve restantes nadie les presta oídos. Se tienen para quienes llegan, que desde ese instante olvidarán el trabajo que les costó, o la suerte que los encumbró, y proclamarán lo arduo que es mantenerse. Sólo un artista ha dicho algo parecido, que uno sepa: José María Cano, el músico de Mecano ahora devenido en pintor. Quizá pensara en algunos cantantes, actores, escritores que llevan décadas viviendo de sus primeras rentas, y concluyera que mantenerse está tirado frente a la dificultad de llegar. O hablará por propia experiencia.

2.- No busco respuestas, sólo me hago preguntas. Es una de esas verdades mentirosas en boga entre cierta intelectualidad. Está bien que se siembre la duda entre quienes aprenden, que no se den cosas por seguras o consabidas. Aunque a ciertas edades se vaya sabiendo que, buscadas o no, casi siempre se encuentran respuestas. La frase, dicha entre dientes, con tono impostado, declamatorio, suena estupenda, y puede ayudar al resquebrajamiento del suelo que sostenía al niño hecho adolescente, pero ¿dice algo? Si un dramaturgo busca que el espectador se cuestione cosas, piense, lo suyo es ofrecerle una trama, un argumento que lo lleve a plantearse dudas. Así lo hicieron Shakespeare, Calderón, Miller. Si un buen profesor quiere que su alumnado se haga preguntas no sólo es para que todo lo ponga en cuestión sino para que encuentre respuestas propias. Poner la casa patas arriba, huir de las certezas que la vida va dando, pensar que nada nunca acaba siendo seguro, aparte de hacer una sociedad de adolescentes enquistados, es la mejor manera de llegar al final del camino sin haberse enterado casi casi de nada.

3.- Se aprende más de los fracasos que de los triunfos. Quienes tienden a afirmar tan convencidos esto son los triunfadores, gente que, según la presunta verdad señalada antes, “ha llegado”. Esta frase hecha es muestra de la falsa modestia del triunfador, una como disculpa por no haber fracasado: yo he llegado, vosotros no, pero no desfallezcáis, también me estrellé alguna vez y aquí estoy, aprendí de mis fracasos, perduré. Puede ser, pero ¿en verdad se aprende más de un fracaso que de un éxito? De todo lo que nos sucede se puede aprender. Y de nada. Hay quien no aprendió de sus desaciertos y ahí sigue, en la cresta de la ola. O gente que jamás se recuperó de un éxito (Sacha Guitry dijo que la diferencia entre el necio y el inteligente es que mientras éste se recupera de un fracaso, aquél jamás lo hace de un éxito). Es decir, hay quienes a todo le sacan partido y otros, a nada. Ese orientalismo mal entendido que se nos vende como autoayuda ha calado tanto en nuestras sociedades occidentales que parece obligarnos a que de todo deba extraerse una enseñanza, una moraleja. Y no, hay cosas que no enseñan nada, que sólo hacen perder el tiempo. Porque el tiempo sí se pierde, no se transforma, como mantienen algunos que han inventado un absurdo principio de termodinámica vital, parafraseando el de Mayer, en virtud del cual el tiempo no se pierde o se malgasta, sólo se transforma.

4.- No hay cosas mejores ni peores, sólo distintas. Nuestro tiempo huye de los valores absolutos. Nadie osará proclamar una verdad con mayúscula, y si lo hace se expone a que le recuerden los desgastados versos de Antonio Machado (tan de parábola cristiana, por cierto). No hay verdades absolutas, nada se puede asegurar sin controversia (si hasta hay terraplanistas, convencidos de que la Tierra no es redonda), parece que quien expresa una afirmación categórica incurre en falta gravísima (salvo en dos asuntos donde quien no sea categórico será tildado de machista y homófobo: el feminismo y la defensa del ideario del mundo LGTBI. Ahí nada es relativo, quien ponga algo en duda será malquisto). Si se dice que la enseñanza finlandesa es mejor que la española, o se hace cualquier otra comparación, enseguida los guardianes del relativismo rebatirán esta afirmación para concluir que nada es mejor ni peor sino distinto. Y, la verdad, hasta el más pequeño de los niños sabe que hay cosas mejores que otras, y mejor saberlo pronto, después de la inevitable pataleta, y aceptarlo, antes que engañarse pensando que… no hay certezas, sólo preguntas.

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