Musk y el barroco

La tribuna

11147423 2025-03-01
Musk y el barroco

01 de marzo 2025 - 03:08

Probablemente, fue la extensión de la pandemia en 2020 la que precipitó el hallazgo de una similitud formal entre el XVII barroco y nuestro siglo. A la inestabilidad del clima, al carácter problemático de la actualidad, se unió el azote recurrente de la “peste”, cuyo protagonismo en el nacimiento del individuo moderno –recuérdese el Decamerón de Boccaccio, donde la distinguida juventud florentina huye extramuros de la ciudad para salvar la vida– dará paso tanto al artista señero del XV-XVI, como a la individualidad aflictiva del XVII que se resume, con angustioso y prolijo dramatismo, en la Anatomía de la melancolía de Burton. A modo de ejemplo, señalemos que Norbert Bilbeny establecía esta similitud entre épocas en su Moral barroca, publicada en 2022, donde se destacaba el carácter poroso, equívoco, fantasmagórico, del mundo actual. Asunto este último al que han contribuido, enormemente, redes sociales como la del señor Musk, o la reciente aparición de la IA en sus diversos modelos y prototipos.

Bajo esta identidad formal, vale decir, fenoménica del Barroco y la posmodernidad tardía, hay sin embargo, una sustancial disimilitud de fondo. Aquella incertidumbre atribuida al Barroco; una incertidumbre que pudiéramos ver resumida en la filosofía de Descartes y en la pintura de Velázquez, tenía su origen en una grave remoción del conocimiento humano, tanto a nivel macroscópico como microscópico, que el ego cogito, ego sum cartesiano sustancia con eficacia. Piénsese en Kepler, en Galileo, en Newton, en Anton Van Leewenhoek, inventor del microscopio, en Baruch Spinoza, pulidor de lentes...; piénsese, igualmente, en los médicos españoles Huarte de San Juan y Francisco Sánchez, inductor el primero de la psicología, promotor el segundo del pirronismo y de una ciencia indiciaria, cuando ya finalizaba el XVI. Todo, en el tramo que va de la segunda mitad del Quinientos a la hora final del XVII, parece obrar contra lo conocido hasta entonces. “Si pudiéramos sostener algo plausible...” dirá el canciller Bacon, no sabemos si con un asomo de melancolía. Esta melancolía, no obstante, si la hubiere, es fruto de un esplendor pasado. Según recordaba Maravall en su excelente La cultura del Barroco, el hombre de aquella hora aún recuerda la claridad y la firmeza del Renacimiento. De ahí su nostalgia actual; de ahí también una leve esperanza en la llegada de tiempos menos acerbos.

Desde luego, no podemos entrar a valorar el profundo sentido de lo religioso que aún penetra el siglo XVII, y que lleva al hombre del Seiscientos a interrogarse sobre la caída, la salvación, el pecado y el castigo divino. Sí podemos afirmar que este sentimiento hoy no es el nuestro. Como tampoco lo es la inconsistencia con que se presentaba el mundo a ojos de la sociedad barroca. Recordemos, una vez más, a Pedro Calderón de la Barca y su La vida es sueño. Aquella naturaleza ilusoria de lo real, plenamente justificada en el XVII, no es transferible, en modo alguno, a nuestro mundo. Si entonces era la propia urdimbre del cosmos lo que se mostraba indócil al conocimiento humano, hoy es sencillamente un residuo estético del barroco aquello que nos aflige: el trampantojo. No existe, como entonces, una duda radical sobre la naturaleza de la realidad; lo que se da, con insólito virtuosismo, es un encubrimiento y una deformación de los hechos, ocasionado por intereses espurios. Incluso si el mundo pereciera a consecuencia del “cambio climático”, sabríamos cuál es la causa precisa de nuestra extinción.

La pregunta oportuna, en tal sentido, no debería indagar sobre la solidez del conocimiento en que descansa nuestra percepción del mundo; sino sobre cuál es la naturaleza, propagandística o informativa, de lo que se nos ofrece como cierto. Es, pues, un muy preciso saber tecnológico, unido a una concreta percepción de las facultades humanas, aquello que nos ha sumido, deliberadamente, en esta hora de incertidumbre. Se trata de una sofisticada extensión de la propaganda, ya formulada por Zamiatin, Orwell y Huxley, lo que hoy nos disturba y nos aflige. Pero no por un cambio de parámetros universales como el que se obró a primeros del XX con Einstein, Heisenberg o Freud. Parámetros sobre los que se añadió, como sabemos, una crasa y duradera distorsión política. A esta clase incertidumbre inducida pertenecen los fenómenos reputados hoy como “barrocos”. No obstante, el Barroco fue una crisis que se resolvió en claridad, fue un paso estremecido hacia el conocimiento. No así nuestra situación presente, la cual consiste en una impúdica modalidad de la ceguera.

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