Paola García-Costas

La Naranja Mecánica de hoy

La tribuna

10937482 2025-02-16
La Naranja Mecánica de hoy

16 de febrero 2025 - 03:09

Vivimos en un tiempo donde el ruido ensordecedor de los discursos polarizados arrasa con la posibilidad de diálogos constructivos. La radicalización de opiniones, amplificada por las redes sociales, ha transformado nuestras sociedades en campos de batalla ideológicos. Esta atmósfera asfixiante no solo afecta a los adultos; son los jóvenes quienes más sufren las consecuencias, al quedar atrapados en narrativas simplistas y una peligrosa desconexión con su pasado.

La violencia juvenil que emerge en muchos rincones del mundo no es un fenómeno aislado ni espontáneo. Es el síntoma de una sociedad enferma que ha olvidado transmitir la memoria histórica como herramienta para la construcción de una ciudadanía crítica y empática. Hannah Arendt, en su obra Los orígenes del totalitarismo, advierte que la pérdida de la memoria colectiva facilita la deshumanización y el auge de ideologías extremistas. Sin memoria, no solo olvidamos los errores del pasado, sino que perdemos la capacidad de reconocernos en el otro. Y esto es especialmente preocupante en la juventud que, desprovista de referentes históricos, queda vulnerable a las narrativas de odio que simplifican la realidad en bandos de “buenos” y “malos”.

Un ejemplo poderoso lo encontramos en La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971), una película de culto que retrata a Alex, un joven nihilista que se entrega a la violencia sin remordimientos. Aunque muchos espectadores se quedan con el impacto visual de sus actos, Kubrick nos muestra algo más profundo: una sociedad que ha fallado en ofrecer a sus jóvenes un horizonte ético y un sentido de pertenencia. Alex no es un monstruo en sí mismo, sino el reflejo de un sistema que lo ha abandonado.

Hoy, la juventud parece encontrarse en una encrucijada similar. Si no enseñamos a nuestros hijos a reflexionar sobre el Holocausto, las dictaduras o los movimientos de resistencia, ¿cómo podemos esperar que comprendan las complejidades de los conflictos actuales? Sin memoria histórica, no hay contexto, y sin contexto, el odio se convierte en una respuesta fácil.

Por otro lado, está el catalizador de la polarización actual que no es solo política; es emocional y cultural. Slavoj Žižek ha señalado que en nuestras sociedades hipermodernas, los individuos son empujados a definirse por antagonismos. Ya no importa qué defiendes, sino contra quién estás. Este maniqueísmo no solo envenena la esfera pública, sino que reduce la posibilidad de empatía.

El arte tiene un papel crucial en este panorama. El cine puede ser una ventana al pasado y un espejo del presente, ayudándonos a comprender la complejidad del mundo y nuestras propias contradicciones. Películas como El hijo de Saúl (László Nemes, 2015) o El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006) no solo nos confrontan con las atrocidades de la historia, sino que nos obligan a reflexionar sobre nuestra responsabilidad colectiva para no repetirlas. Jean-Luc Godard decía que el cine no da respuestas, pero hace las preguntas correctas. Y esa es precisamente la función del arte en un mundo polarizado: desmantelar las simplificaciones, cuestionar los prejuicios y recordarnos que detrás de cada conflicto hay seres humanos con historias, miedos y sueños.

Si queremos que nuestra juventud escape del ciclo de violencia y odio, hay que ofrecerles herramientas para interpretar el mundo con matices. Apostar por una educación que no solo transmita datos, sino que fomente el pensamiento crítico y la empatía. Significa también promover un arte que dialogue con la historia y la realidad actual, en lugar de ser mero entretenimiento vacío. En El club de los poetas muertos (Peter Weir, 1989), el profesor Keating inspira a sus estudiantes a mirar el mundo desde perspectivas diferentes. Les enseña que el conocimiento no es un fin en sí mismo, sino un medio para comprender la vida en toda su riqueza. Una formación que conecta a los jóvenes con su pasado, pero también con su capacidad para imaginar un futuro más humano.

Los discursos polarizados y la violencia juvenil sin memoria histórica son dos caras de una misma moneda. Son el resultado de una sociedad que ha olvidado cómo dialogar y cómo aprender de su pasado. Sin embargo, aún estamos a tiempo de revertir esta tendencia. El cine, la filosofía y la educación pueden convertirse en nuestras armas más poderosas para combatir el odio y construir un mundo donde la juventud no se vea obligada a elegir entre bandos, sino que encuentre en la diversidad la respuesta. La memoria histórica no es un lujo; es una necesidad. Solo al recordar quiénes somos y de dónde venimos podremos construir un futuro en el que la empatía y el diálogo sean más fuertes que el ruido ensordecedor de la polarización.

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