José Antonio González Alcantud

Netanyahu contra Moisés

La tribuna

8758336 2024-09-26
Netanyahu contra Moisés

26 de septiembre 2024 - 03:07

En el monte Nebo se abre un paisaje brumoso que desciende sobre el Jordán y el mar Muerto. Es el lugar donde Moisés a la vista de la Tierra Prometida murió, tras haber conducido a su pueblo hasta allí desde Egipto. El lugar era polvoriento aún en invierno, cuando yo lo visité, y difícilmente se atisbaba el grandioso paisaje.

Moisés en es una figura central en el profetismo. Según Jan Assmann, brillante egiptólogo recientemente fallecido, su figura se funde con la del faraón Akenatón que quería sacar adelante el monoteísmo en el antiguo Egipto, y que fue coetáneo de Moisés. Las brumas sobre Moisés son muchas. El psicoanalista Sigmund Freud lo situó al frente de la problemática del “padre de la horda”. El historiador Yosef Yerushalmi analizó toda la problematicidad que encierra su figura histórica en relación con la memoria hebrea, y Jacques Lacan volvió sobre el particular enfatizando su papel en la formación monoteísta apuntada por Freud.

Moisés, líder del retorno del exilio, es, por lo demás, la fuerza empática que representa el profetismo para Israel. Según el rabino Abraham J.Heschel el profeta judío encarna al homo sympathetikos, porque en él se manifiesta el pathos de Dios que lo conmueve. Los profetas siempre hicieron acopio de memoria para liderar empáticamente al disperso pueblo de Israel, cuyo destino ha estado marcado por el nomadismo existencial.

Cabe imaginar el desastre que supuso la diáspora del 70 d.C. La vivió de cerca el historiador Flavio Josefo. En la sinagoga de Roma hay un bajorrelieve en el que se ve cómo las legiones romanas hicieron entrar la menorá, o candelabro de los siete brazos, con gran dolor de los israelitas. A partir de ahora tuvieron una existencia errante.

En la medina de Fez miles de judíos, muchos de ellos de procedencia ibérica, abandonaron su fe en el siglo XIV, haciéndose musulmanes, para no tener que dejar sus negocios, aledaños al santuario musulmán de Muley Idris. Otros se hicieron fuertes en en el mellah. En Venecia se refugiaron en el ghetto. Los conversos al cristianismo, incluido el “marrano” Baruch Spinoza, procuraron acomodarse a lo existente, y no prestar resistencia. Como sea que la judeidad no es un sentimiento estable, por consiguiente, Freud llamaba a emanciparse de la misma.

Cuando yo mismo viví en la comunidad hebrea en Boston, en Coolidge Corner, al lado de imponentes sinagogas, comprobé el espanto que los judíos ortodoxos provocaban en los judíos secularizados. Realmente no querían saber nada de ellos. Tampoco a los intelectuales hebreos franceses les atrae mucho el ambiente que se respira en el Marais, de París, donde se concentra buena parte de la actividad judaica ortodoxa.

Vuelvo a insistir. Desde principios del siglo XX, España bajo el impulso de personalidades como el filólogo Ramón Menéndez Pidal, que viajó con 95 años a Israel, y el escritor sevillano Rafael Cansinos-Assens, que se reivindicaba como heredero de hebreos andaluces, recuperaron, entre otros muchos para nuestro país la simpatía colectiva por el sefardismo. Cómo sería esta vindicación que hasta el fascista confeso Ernesto Giménez Caballero abanderó la defensa de los sefardíes balcánicos. En esa línea yo hice hace pocos años motu proprio una reseña a la historia de los sefardíes, de Esther Benbassa y Aaron Rodrigue, que me pareció acertadísima.

Benjamín Netanyahu, de cuyo padre, Benzion, ya di cumplida cuenta en otro artículo, parece haber asumido el papel del profeta antiguo que busca llevar por el camino de la liberación a su pueblo. Lo hace por lo secular, como líder político, por eso ha perdido una noción básica del judaísmo religioso, señalada por H. Cohen: el amor al prójimo, establecido en la ley mosaica. Netanyahu puede ser situado a raíz de sus hechos despiadados en el talego de los falsos profetas. Ha arruinado el capital piadoso que suscitaba la Shoah, y abolido el leitmotiv del Israel de posguerra mundial. El ethos culposo de la Humanidad para con los judíos –“el sufrimiento como identidad”, lo llama E.Benbassa–, sobre el que Israel había fundamentado su existencia de décadas ha quedado hecho añicos.

Tengo para mí, en definitiva, que la gran batalla que se está librando, con una crueldad propia de un fratricidio entre semitas, sean árabes o hebreos, se encuentra en las antípodas de la ley de Moisés. Ahora es un vulgar imperio militar en expansión, marcado por un fanatismo, tan nacionalista como cualquier otro. El daño que ha infligido Netanyahu a su pueblo, sin lugar a dudas, es inconmensurable Así ha quedado reflejado en las votaciones casi unánimes de las últimas asambleas de la ONU. El peor escenario posible para el propio pueblo de Israel, que se enfrenta ahora a la posibilidad cierta de otra diáspora si pierde la guerra. Y si la gana estará rodeado de un odio irrespirable. No ha de extrañar que los suicidios hayan aumentado significativamente en las filas de su ejército. Las trompetas de Jericó, envueltas en las del Apocalipsis, han vuelto a sonar.

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