Juan Carlos Rodríguez Ibarra

Recuperar las dos Españas

La tribuna

10468358 2025-01-17
Recuperar las dos Españas

17 de enero 2025 - 03:05

Se van a cincuenta años de la muerte de Franco. Me gustaría que los demócratas fuéramos capaces de transmitir nuestros sentimientos sin revancha, cuando nos referimos a la dictadura sobrevenida del golpe de Estado del año 1936.

Tenemos ya que ser mayores de edad en el enjuiciamiento, única manera de lograr lo más importante, cual es recuperar a las dos Españas. Si no recuperamos también la España que perdió en las trincheras, no es que tengamos una sola España, es que tendremos media España. También aquellos perdedores eran España.

Desear recuperar una memoria olvidada no es pretender hacerlo desde la revancha ni desde el revisionismo. La guerra la ganó Franco y la II república fue derrotada. La revancha no es el deseo de quienes buscan la limpieza de todo el cuerpo español.

En aquella guerra tan españoles eran quienes ganaron como quienes perdieron. Unos y otros fueron enviados a un combate en el que muchos no querían participar, obligados a sobrevivir entre la pólvora y la sangre. Sin querer combatieron, sin querer mataron y sin querer murieron. Al final, todos perdieron. Perdió España. Recibir el encargo de matar a compatriotas era una sinrazón y esa tortura la sufrieron tanto los vencedores como los vencidos.

La guerra, cualquier guerra, cualquier bando, bestializa al soldado. Esa bestialización de una parte de los golpistas, de los insurgentes, no disculpa a otros combatientes que también se excedieron. Para un demócrata de verdad no deberá ser objeción la apertura de espacios que lleven al análisis o a tribunas públicas donde pueda chequearse la actuación de la República, la Revolución del 34, cuáles fueron sus errores etc.

No es guerracivilismo estudiar los excesos de los vencedores, pero tampoco ha de serlo entrar en la averiguación de las torpezas republicanas. Porque una y otra cosa forman parte de esa España total a la que me refería.

Como medio completo de higiene, porque no tiene sentido asear sólo medio cuerpo, tenemos que aceptar que se estudie también el periodo completo de la dictadura por los excesos que protagonizaron los vencedores. El soldado de uno y otro bando que luchó en el campo de batalla porque creía defender unos ideales merecen el respeto que no merece el asesino, ese otro personaje que instalado a veces en la retaguardia era el manijero que señalaba los ajustes de cuenta, en frío y sin piedad. Los asesinos de un sitio u otro, de un lado u otro del frente de combate, nunca deben ser recibidos con honores por nadie porque entonces, si metemos a todos en el mismo saco, estamos pervirtiendo la historia y al sentido ético con que hemos de interpretarla.

Quiero entender que la conmemoración que se reivindica sugiere la necesidad de abrir las puertas de par en par a la verdad histórica, a esa historia de hace cincuenta años que nos robó la libertad, pero donde hubo, en un sitio u otro, gente de bien, personas que creían en una idea y lucharon por ella y hasta dieron la vida.

La reflexión sobre los cuarenta y ocho años de dictadura no debe ser un proyecto para afilar el arma arrojadiza, sino una idea noble para devolver al pasado nombres y circunstancias a fin de que también moren en los vivos esas páginas reencontradas con toda la dignidad posible.

Los historiadores nos van a ir contando las circunstancias cada día con más datos, porque va aumentando la información en que se apoyan. Y una vez que sepamos todo lo que sea posible conocer, hay que ponerse en la piel bienintencionada de los herederos de aquellos que murieron y que fueron olvidados. Los hijos o nietos de aquellas víctimas no quieren ya sacar los colores a nadie, ni buscar afrentas, ni pedir venganza. El deseo de estas personas es muy sencillo, es ejercer el derecho de enterrar dignamente a sus muertos y dejar clara su memoria.

La voz de los herederos de esos perdedores no dice más que una cosa: “Que mis muertos y su papel en esa terrible historia quede aclarado y descansen en paz.”

El dolor no sabe de siglas, de ideologías ni de banderas. Ya no estamos en peleas ni en frentismos que pertenecen a otro tiempo. El ser humano, es capaz de lo más hermoso y de lo más ruin, de lo más miserable y de lo más bajo. Entender la necesidad de dar nombre y sitio a los que no tuvieron sino olvido es una verdadera muestra de grandeza.

Fuimos capaces de lo más hermoso en la Transición. Cuarenta y ocho años después no mereceríamos ser capaces de lo más ruin.

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