Francisco Núñez Roldán

La república popular de España

La tribuna

10331740 2025-01-08
La república popular de España

08 de enero 2025 - 03:06

No sé si el lector ha caído en la cuenta de que las llamadas repúblicas democráticas y populares han sido y son las menos democráticas que ha habido y hay, con el paraíso coreano del norte a la cabeza. Desde que el 1935 el VII congreso de la Internacional Comunista rectificó al VI de 1928 y propuso la creación de los frentes populares para aunar esfuerzos con otros partidos de izquierda o de centro, el afán acaparador y proselitista bolchevique consiguió alianzas que llegaron más o menos democráticamente al poder, para acabar con la democracia luego, minuciosa e implacablemente. Los casos de las nuevas democracias populares europeas tras la por ahora última guerra mundial fueron un ejemplo canónico de escuela para deshacerse de los compañeros de viaje o fagocitarlos, una vez concluido con éxito el periplo. Los episodios de sangrienta represión en los años cincuenta en Alemania, Polonia y Hungría no son para olvidar, y qué decir del simpático muro berlinés. En cuanto a España –perdón, este país–, el camino hacia una república de lo más democrático y popular que se tercie sigue un implacable camino inquietante. El lector tiene el derecho y quizá el deber de no estar al día en la rebatiña de nombres, procesos, tejemanejes, mangancias, desacatos y chulerías de la harka gubernativa. La vida es corta, ellos lo saben y tienen grandes equipos de asesores que pagamos todos, de los que el lector de a pie carece para entrar en la maraña de detalles con que le bombardean los medios de uno y otro signo. Porque el lector, el ciudadano común, tiene también el derecho a vivir su propia vida, un poco. Pero el lector puede y debe sacar las conclusiones básicas, avistar el tronco principal del nauseabundo árbol cuyo enrevesado ramaje y hojarasca pueden emborronar el paisaje general y ocultar la dirección del crecimiento. Porque además es lo que ellos se proponen y frecuentemente consiguen, justo enfangando a los demás, cuando si la palabra fango no se hubiera inventado sería bienvenida al diccionario desde que Sánchez está en el poder.

Y ahora con la sobada y ridícula matraca antifranquista, encabezada justo por el partido que poco o nada afloraba contra la dictadura, como los sobrevivientes y la prensa de entonces recuerdan bien. Las hemerotecas pueden ser y son unos fiscales implacables. Ahora contra el recuerdo de un régimen llamado fascista con la incultura de quien no sabe que en el fascismo era el partido, un partido sólido, con ideología definida, quien se apropiaba del Estado, caso italiano y alemán, y aquí fue el Estado, un Estado brumoso, mandón y conservador quien se apropió de un batiburrillo, suma de falangistas revolucionarios a su modo y de carlistas archiconservadores. Estado que acabó pasando de dictatorial a autoritario, no más que el Portugal vecino. Hipotético fascismo que se disolvió él solito, como un proceso inevitable tras la muerte del dictador y la inconsistencia política de su doctrina.

Pero el lector sí debe recordar que en las paradisiacas democracias populares referidas, en cualquier dictadura, la división de poderes inexiste, por lo que el individuo está indefenso ante la mínima embestida del poder. Es decir, que cuando cualquier gobierno socava o trata de socavar el poder parlamentario –más o menos libremente elegido– y ridiculiza o trata de ridiculizar al poder judicial, va llevando al país hacia una tiranía inevitable, por más que quiera criticar a la que lo precedió y pretenda brillar frente a su recuerdo. Al final solo conseguirán, están consiguiendo, la indigencia espiritual y económica de las cuales querrán y quieren escapar luego sus ciudadanos hacia países realmente democráticos que no precisan el adjetivo en su titulación para serlo. Por ello, a través del maremágnum político del momento, por encima del ensordecedor griterío mediático, el lector hará bien en preguntarse si la catarata de conflictos y sus respuestas gubernativas van en la dirección de reforzar el estado de derecho o de debilitarlo, de quién desea emborronar la justicia y quién ensalzarla, de quién se quiere burlar de la ley y quién buscar que se respete, de quién pretende retorcer o ha retorcido ya los derechos de todos en su beneficio, quién está apoyado por una avara caterva localista hiperreaccionaria –por más que presuma de avanzada–, y quién, en suma, está demostrando ser más codicioso en acaparar oro, ese Dios visible, como le llamaba Shakespeare.

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