Federico Relimpio Astolfi

Sanidad resignada

La tribuna

10280352 2025-01-04
Sanidad resignada

04 de enero 2025 - 03:05

Llegados a fin de año o a inicios del siguiente, menudean los artículos de recapitulación de méritos o expresión de buenas voluntades. No es el caso del presente artículo. Porque, después de lo visto, oído y vivido, creo oportuno y adecuado expresar que la práctica de la Medicina en nuestro país no atraviesa un buen momento.

No es este, sin embargo, el artículo de una de las partes, con la intención de exponer quejas y agravios. Más bien al contrario: con los límites que impone el medio, deseo transmitir la necesidad perentoria de realizar un diagnóstico de situación y, en consecuencia, empezar a poner remedios. Porque es muy importante lo que nos jugamos.

Lo es, sin duda. Muchas veces no nos damos cuenta de lo que tenemos y disfrutamos. Basta oír los comentarios de usuarios de naciones más ricas y poderosas, como los Estados Unidos: nuestro Sistema Público de Salud es muy accesible, eficiente y sin coste para el ciudadano en el momento del uso. “Wow!”, como diría un estadounidense. Bueno, bonito y barato. Sin que ello implique un estado ideal o la ausencia de problemas serios.

Los tenemos, sin lugar a duda. Pese a lo expresado en el párrafo anterior, y pese a contabilizar miles de actos médicos ejemplares cada día, nos llega de continuo un ruido de fondo que traduce algo acerca de lo que tuve la ocasión de escribir hace años: “La medicina basada en el cabreo”. Todo lo que expuse en aquel momento es aun más sangrante hoy con la crisis de recursos humanos que la inmensa mayor parte de responsables del Sistema se negaron a ver y prevenir.

Nuestra sanidad (sobre todo la pública, pero ya también la privada) está compuesta de esperas. Esperas para todo, vividas como desesperantes por parte de los que las padecen. Esperas donde antes no había, como en Atención Primaria. Pero hay miles de dificultades más; es imposible entrar aquí en detalle. Contratiempos o trabas, los suficientes como para generar un cabreo extendido que, a falta de otros cauces, se vierte demasiado a menudo contra el personal sanitario en forma de agresión, en el caso de que los frenos o la educación elemental del indignado ciudadano no consigan contenerlo. Agresiones en alza, concentradas en puntos “calientes”, previsibles: sobre todo Urgencias o Atención Primaria, descargadas especialmente contra el personal femenino (la inmensa mayor parte de las profesiones sanitarias, hoy día).

Agresiones verbales o físicas, a menudo sufridas en silencio, sin apenas consecuencias para el agresor o agresora, y sin más repercusión que una carbonización del espíritu y la energía de una profesional que, si antes abundaba –y por ello permitía a las instancias superiores tratarla con cinismo– ya se ha convertido en un bien escaso.

El/la profesional de la Medicina se ha convertido en un bien social escaso, insisto. Debo recalcar, además, que los avances de la tecnología no prevén a corto o medio plazo que estos profesionales sean sustituidos por la inteligencia artificial o la robótica. En los años venideros, si usted tiene que consultar acerca de un problema de Salud, lo hará con un médico o médica. Un ser humano, a fin de cuentas. Uno muy especial, por cierto.

Lo hace especial, de entrada, el filtro social que le hemos puesto. No es baladí: en un país con un mercado laboral manifiestamente mejorable, hemos empujado en buena medida a los mejores currículos del bachillerado hacia la profesión médica, que exige una prolongada formación básica (de diez a once años), además de una interminable formación continuada. Y redunda la peculiaridad ese estar “en primera línea”, asumiendo tantas veces los resultados malos o mediocres de los procedimientos médicos, amén de las incomodidades propias del sistema administrativo. A consecuencia de todo ello, se trata de una profesión muy expuesta a una eventual salida de tono por parte del usuario.

En contraste, da la impresión de que la administración contempla a usuarios y profesionales con una mezcla de paciencia obligada, desdén y fastidio. La Sanidad Pública cuesta mucho (un tercio de un presupuesto autonómico) y, por tanto, sus responsables intervienen en cada matiz de su funcionamiento hasta rayar en la disfuncionalidad clínica. Hasta lo atosigante, la falta de respeto e incluso la intimidación, si se juzga conveniente. Hasta reducir a cero el margen de autoorganización de tareas de un profesional. Tal es el exasperante resultado de la primacía del objetivo de gestión a toda costa.

Sépase de una vez: dicho abordaje no funciona. O no funciona bien. O, seamos justos, sí que lo hace –recuerden la admiración del norteamericano–, pero generando la rabia de tantos usuarios y la desesperación de tantos profesionales.

Es legítimo, por tanto, preguntar: ¿es esto lo que nos queda a medio plazo? ¿No hay mejores ideas? Porque, si esto no tiene visos de cambio, muchos nos tomamos como obligación el comunicar a la juventud cada pieza de este debate; que lo piensen muy bien a la hora de embarcarse en este viaje profesional. Y transmitírselo también a la población: “Esto es lo que hay, oiga, que por ahí fuera es peor; se ruega que no le pegue usted al mensajero”.

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