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La tribuna
Ignacio F. Garmendia
El Sur revisitado
La tribuna
Hace unos meses se cumplieron diez años de la muerte de Adelaida García Morales y la editorial que publicó sus primeros libros, Anagrama, reeditó a modo de homenaje el volumen que la dio a conocer, una de las obras más hermosas y perdurables del último cuarto del siglo pasado. Escrita a comienzos de la década pero publicada unos años más tarde, en 1985, o sea después del estreno de la versión cinematográfica realizada por su entonces compañero Víctor Erice, que remitía al original como fuente de inspiración, la novela corta El Sur vio la luz en compañía de otra de extensión similar, Bene, que presenta claros paralelismos con la primera –las palabras no dichas, el aislamiento de los personajes, la corta edad de la narradora, la presencia de un “destino de muerte”– y es lástima que no fuera, como proyectó en su momento el propio Erice, llevada también al cine. En una época cuyos derroteros estéticos iban por otro lado, sin que ello impidiera el reconocimiento de una y otro, la prosa lírica de García Morales y su delicado correlato audiovisual vinieron a representar la continuidad de la gran poesía. Dejando fuera el desconsiderado uso póstumo de la imagen y de la memoria de García Morales, conmueve el itinerario de una escritora reservada que no llevó bien la efímera celebridad y decidió vivir al margen de la sociedad de su tiempo. Cuarenta años después y sin merma de su obra posterior, los dos relatos del volumen siguen señalando una cumbre de nuestra moderna literatura.
“¿Qué podemos amar que no sea una sombra?”, dice el verso de Hölderlin que leemos al frente de El Sur y resuena tanto más en las páginas de Bene. De engañosa aplicación en este caso, la etiqueta gótico sureño refiere a una serie de escritores estadounidenses, entre ellos Faulkner o el primer Capote, que comprende a autoras extraordinarias como Flannery O’Connor, Carson McCullers, Katherine Anne Porter o Eudora Welty, en cuyas obras las tierras del Deep South acogen tramas inquietantes y traspasadas por la pervivencia de un mundo abolido. El trasfondo gótico de García Morales, sin embargo, especialmente en Bene, un ghost story de factura perfecta, remite de modo directo a la tradición romántica. En el relato homónimo, el Sur comparece sólo al final y de forma algo desdibujada, siendo más una imagen ideal, hecha de evocaciones o anhelos, que una geografía viva. Y la localización de Bene, más definida pero también imprecisa, con sus parajes naturales de contornos dramáticos, tiene pocos elementos reconocibles. No es casual que Extremadura y Andalucía, regiones donde la autora, nacida en Badajoz de padres sevillanos, vivió su infancia, adolescencia y primera juventud, aporten los escenarios, pero estos aparecen tan estilizados que adquieren una cualidad simbólica o mítica.
E igual ocurre con el tiempo de la narración, aunque algunas referencias permiten situar ambos relatos en la posguerra. La propia García Morales dejó dicho que las dos nouvelles, tan distintas como interconectadas, surgieron de la misma fuente –quizá la “profunda herida primordial” de la que ha hablado Erice– y se servían en parte de sus recuerdos, pero es la forma en que los convirtió en arte lo que interesa. Tanto la inolvidable Adriana de El Sur –Estrella en el film– como la no menos cautivadora Ángela de Bene, encarnan la edad de la inocencia sometida a un temprano desengaño o a la irrupción, como se dice en la segunda, de un mal “que no es de este mundo”. Ambas habitan en núcleos familares cerrados, casi sin contacto con el exterior, y buscan protección en las figuras del padre o el hermano. No entienden del todo lo que viven ni tienen exacta noticia de lo que otros saben, de modo que lo cuentan –son ellas las narradoras– desde una perspectiva limitada y necesariamente subjetiva, donde pesan los silencios, las habladurías, el eco incomprensible de antiguas tragedias. Son niñas inteligentes pero desvalidas, enfrentadas a la soledad y el misterio, que maduran a pasos agigantados e inspiran una ternura infinita.
Estos días hemos vuelto a ver el film de Erice, famosamente inacabado pero ya clásico, pese a la azarosa historia de su producción, al tiempo que releíamos el libro en la cuidada edición conmemorativa. Son verdaderas obras maestras, aún más intensas y emocionantes con el paso de los años. Éramos también adolescentes cuando los relatos cayeron en nuestras manos y tal vez entonces no vimos todo lo que vemos ahora, aunque repitiéramos con Hölderlin que sólo pueden ser amadas las sombras. Hoy, frente a la tentación de interpretar la melancolía del personaje como un presagio del destino de la autora, los lectores de Adelaida García Morales nos acogemos a una certeza luminosa: en la niña está la mujer y ambas viven para siempre.
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