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Es una de esas teorías procedentes del mundo anglosajón que sorprenden por su sencillez y obviedad. Aunque en su forma más rigurosa se suele aludir a la captura del "regulador", en realidad es un fenómeno que puede aplicarse a cualquier ámbito de decisión pública.
La captura se produce cuando algún grupo poderoso se introduce en un circuito de decisión pública (se supone que en principio desde una inocente pretensión participativa) imponiendo sus criterios sobre las decisiones finales. Puede aplicarse tanto a esferas corporativas, donde intereses industriales, profesionales o empresariales condicionan las regulaciones a favor de sus propios intereses; pero también a las propias instituciones públicas -como ha explicado Amitai Etzioni-, donde con frecuencia políticos o burócratas procuran "capturar" un proceso de decisión para canalizarlo al servicio de sus propios intereses y no del interés general. Un fenómeno que contemplamos cotidianamente en nuestro entorno más inmediato, donde los gobernantes se mueven en una especie de autismo, guiándose más por sus propios intereses que por los intereses de los ciudadanos.
Como sucede en el mundo de la Biología, viene a ser como aquello de los peces grandes comiéndose a los chicos: "capturadores" habituales suelen ser, por ejemplo, los sindicatos, que buscan siempre una exclusividad participativa excluyendo a otros colectivos. Aunque, como sucedió en Estados Unidos a comienzos del pasado siglo, pueden llegar a aparecer otros grupos más poderosos, como determinadas organizaciones mafiosas, que acabaron capturando a los propios sindicatos.
El órdago se produce cuando se consigue capturar a un partido. Sobre todo, si ese partido está en el Gobierno. Si hay determinados grupos poderosos, en especial los grupos mediáticos de prensa, radio o televisión, con capacidad para condicionar o influir en la agenda; si los gobernantes o los políticos prestan más atención a tales grupos mediáticos que a la propia ciudadanía; si adoptan sus criterios de acción conforme a lo que cotidianamente le marcan desde ciertos medios, entonces no hay duda: se trata de un partido o de un Gobierno "capturado".
El asunto es aún más enrevesado en el caso de los servicios de Inteligencia o espionaje. Lo que el gran John le Carré expresó en la teoría del topo; es decir, el agente infiltrado que se introduce en los propios servicios de Inteligencia de otro país. Un terreno donde sin duda el gran mago es el inefable Vladimir Putin que ha conseguido montar todo un sistema de gobierno sobre la base del viejo servicio de espionaje soviético, el KGB. El topo es alguien capaz de capturar un servicio secreto enemigo, o sea, un espía de un país que actúa en realidad al servicio de otra potencia extranjera. Es aquí donde se habría producido supuestamente en pleno siglo XXI, de forma imperceptible a nuestros ojos, el órdago imaginario más espectacular de la historia: que el topo de Putin fuera nada menos que el inquilino de la Casa Blanca. Alguien con unos recursos intelectuales tan limitados que ni siquiera se daba cuenta de que era un topo, o sea, el topo perfecto. Y ya hasta le han cogido con los documentos secretos en su propia casa.
El fenómeno de la captura nos refleja un trasfondo real de lo que sucede bajo la superficie de los acontecimientos políticos. Por eso es una teoría que, pese a su obviedad y sencillez, genera siempre un regusto amargo y suscita ciertos rechazos o resistencias para ser aceptada. ¿No será al final que todo lo que sucede en un sistema democrático acaba siendo una sucesión sin fin de intentos de captura, donde los peces grandes acaban devorando a los chicos? ¿No será que los políticos no actúan en realidad al servicio de todos, sino que están rendidos a determinadas fuerzas o intereses que acaban capturando los procesos de decisión?
Debe observarse que la teoría de la captura introduce una innovación en la percepción habitual de estos problemas: no se trata de oscuras fuerzas que actúen de forma oculta o y misteriosa, a modo de gran conspiración secreta, sino de honorables organizaciones representativas o colectivos que participan abiertamente en ciertos procesos "democráticos". ¿Quién podrá negarse a que determinadas organizaciones que representan intereses colectivos concretos participen en los procesos de decisión pública? Pero si al final consiguen desplazar a otros colectivos contrincantes, entonces es cuando están "capturando" el proceso de decisión.
La teoría de la captura nos ofrece un escenario visualizable y transparente, en apariencia perfectamente democrático", donde se percibe la actuación real de las fuerzas organizadas que presiden la dinámica del funcionamiento de nuestro sistema.
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