Jesús Beades

Villancicos ateos

La tribuna

10030978 2024-12-16
Villancicos ateos

16 de diciembre 2024 - 03:06

Una compañera maestra me expresó el otro día sus objeciones a cantar villancicos en el colegio, porque son “religiosos”. Le contesté que la Navidad es una fiesta religiosa y ella replicó que no, que la Iglesia “se había apropiado” de una fiesta pagana, “como ha hecho siempre”. Yo no tenía tiempo de disertar sobre las raíces paganas de las fiestas cristianas, el solsticio de invierno y de verano, la fiesta de la Candelaria, el nacimiento de Cristo como la Luz, que luego va menguando como el sol a lo largo del año. Este tipo de paralelismos separaban a un C.S. Lewis de la Fe, pues pensaba que Cristo era un mito más. Luego se convirtió y descubrió otra perspectiva del asunto: los mitos y pensadores del paganismo son como lentes borrosas que apuntan a la verdad, y que gradualmente se aclaran conforme se acercan a Cristo –pensemos en los diálogos de Platón o en Aristóteles– hasta que el Mito se convierte en Realidad. El Verbo hecho Carne, que habita entre nosotros. Por ello, para Lewis, para Juan Pablo II en muchas de sus encíclicas, la existencia de paralelismos de las verdades de la fe con otras culturas y religiones –los relatos de la creación en el Génesis con los mitos mesopotámicos, Cristo con Balder u Osiris… – no alimentan un argumento contra la fe, sino a favor. Cada átomo del Universo nos habla de su origen.

Pero yo no tenía tiempo para perorar, y además mi médico me ha prescrito que deje la pedantería, con lo que tan solo atiné a decir: “pues no te vayas de vacaciones en Semana Santa y Navidad”. Pero ella, bien preparada, contestó que le parecería bien que se cambiaran las vacaciones y se ordenaran de otra forma, que además sería más barato viajar. En eso tiene razón, los docentes solo podemos irnos de vacaciones cuando más caro es todo, no digamos las familias con niños en edad escolar. Así que llevo dándole vueltas desde entonces al asunto de la laicidad y los villancicos. Dejo a un lado el espinoso asunto de la clase de Religión. Mientras la Constitución lo diga, es obligatorio para el Estado ofertarla y voluntario para los padres elegirla.

En Orgullo y prejuicio de Jane Austen se da esta conversación: “–Me divertirían muchísimo más en los bailes, si se organizaran de otra manera… Si en lugar de bailar se incluyese en el programa la conversación, sería menos absurda la fiesta”. A lo que contestan: “ –Entonces la fiesta sería cualquier cosa menos un baile”. Algo así ocurre con la Navidad, que podría ser más racional, ser laica, pero no se parecería a la Navidad. No somos del Betis o del Sevilla como resultado de una ecuación, sino por la sangre o la afinidad. No vibramos con la selección española como resultado de un silogismo, sino porque son los nuestros. Joaquín Sabina dice que los animalistas tienen razón pero que mientras siga habiendo corridas él irá a la plaza. Hay un sentido distinto a la mera racionalización que nos hace defender algunas cosas porque nuestro corazón está enraizado en ellas. Así me ocurre con Dime, niño, de quién eres, Los peces en el río y, poniéndonos latinos (no Shakira style, sino como San Gregorio Magno), Adeste fideles. Hay algo de retorno al origen, de recomienzo ruidoso en el ritmo arrugado de la botella de anís. En las panderetas y los cuñados de mejillas coloradas. No le hago ascos tampoco a los villancicos usamericanos, aunque no suenen navideños sino jazzísticos y frívolos, y me entra también un Sinatra por Jingle Bells Rock o White Christmas. Al defender los villancicos, defendemos lo mejor de nuestra civilización: la intuición de que, detrás de la política y toda la moralidad, detrás de los Derechos Humanos y las catedrales, lo que hay es una vocación a la fraternidad y el gozo. A Dios entre nosotros. A ese fanal de luz que atraviesa la desgracia y la miseria humana y que nace en un pesebre. Ay, mi chiquirritín.

Esto es el centro de mi argumento, que quizá parezca extraterrestre para mi interlocutora, pero al que no puedo renunciar. Por supuesto, hay otro argumento, ya menor: ¿por qué le resulta admisible un villancico sobre el árbol de Navidad, o sobre Santa Claus, y no sobre el Niño Jesús? En el fondo de esa discriminación –también de género, porque invisibiliza a una Mujer: la Virgen María– late una fe oculta: se reconoce la primacía de Cristo sobre otros folklores. Es peligroso cantar algo que es verdad, no vaya a ser que nos interpele.

Pero eso nos llevaría a aguas más profundas, teológicas. Y aquí hemos venido a cantar villancicos. ¡Feliz Navidad a todos!

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