Carmelo y Bella Periáñez: Familia hostelera de tradición
Gente de Aquí y Allá
Punta Umbría crecía y todos los trabajadores de la obra del Altair demandaban un sitio de comer, momento en el que nació La taberna de Periáñez
Carmelo nació en marzo de 1932 en Rociana del Condado y, con solo 8 años, llegó con sus padres a Punta Umbría en busca de una vida mejor, al igual que tanta gente de la provincia. A los 15 años se quedó huérfano de padre y tuvo que empezar a trabajar en lo que le salía. Lo mismo trabajaba de albañil, que se iba a la mar en cualquiera de los muchos barcos que todos los días salían de este puerto. Como albañil, se hizo oficial trabajando con el célebre maestro de obras conocido como “el Trini”. En la época veraniega trabajaba de camarero en bares de la playa como Terramar, Miramar o La Terraza; y también trabajó en la cocina del Hotel Ayamontino Ría con Carmen, su fundadora, que le enseñó a cocinar muy bien. Pero pronto tuvo la fortuna de conocer a la puntaumbrieña Bella Rodríguez Gómez, que era hija de leperos, una chica muy trabajadora con la que mantuvo un noviazgo de 10 años y con la que se construyó su casa para vivir en la calle Ballena, en el lugar donde más tarde abrieron un establecimiento al que todo el mundo conocía como la “taberna de Periáñez”.
A todo esto, Punta Umbría estaba creciendo y se alzaba el primer edificio de altura en la playa, el Altair. Todos los trabajadores de esa obra demandaban un lugar para comer y fue entonces cuando decidieron poner comida buena y barata, confeccionando unos menús diarios que hacían las delicias de tantos albañiles. Y así fue como nació el restaurante que hoy continúan llevando sus hijos y que tanta fama ha ido adquiriendo.
El otro día fui a comer con mi esposa a un restaurante con estrella Michelin y pocos días después fuimos a comer al “Periáñez” y le comentamos a Juan, uno de los hijos de Carmelo, que habíamos comido mucho mejor en su restaurante y mucho más barato. Y era verdad, no salimos nada satisfechos de aquella comida con tanta parafernalia y además tan cara, mientras que aquí comimos auténticas exquisiteces muy bien elaboradas.
Carmelo y Bella tuvieron 4 hijos: Manuel Luis, el mayor; Carmelo, el segundo; Juan, el tercero; Y María Bella, la única mujer de la familia, porque su madre acaba de fallecer hace solo unos días, con gran dolor para todos ellos, así como para todos los amigos y vecinos que tanto la apreciaban.
Todos los hermanos están al frente del negocio, cada uno aportando lo mejor de sí mismo y con un trato exquisito, por lo que los clientes terminan siendo sus amigos y vuelven una y otra vez. Por supuesto es mi caso.
He tomado café hace unos días con Juan y hemos hablado de él, de sus hermanos y de sus padres y, por supuesto, del negocio. Me cuenta algunas cosas de su vida, que es muy semejante a la de sus hermanos. Estudió de pequeño en el Colegio Santo Cristo del Mar, que estaba y está muy cercano a su casa, y tiene un grato recuerdo de los profesores de allí, que además eran y son grandes amigos míos, como Baudelio y su linda y encantadora esposa Conchita, ejemplos de buenos maestros que, a pesar de su jubilación, siguen involucrados con la enseñanza; Ricardo López, que ejerció muchos años como director del centro y, desgraciadamente, falleció. Todos los hermanos tienen un magnífico aprecio a doña Pasión, don Eustaquio, don Manuel Portero, don Eladio o don Joaquín. Y no quiere dejar atrás a nadie porque dice que fue una época tan bonita que no la olvida nunca, máxime cuando a sus hijos los llevó de pequeños a ese mismo colegio y él formo parte del mismo como miembro del consejo escolar y presidente de la Ampa.
Después se matriculó en el Instituto de Formación Profesional, en la rama de Hostelería, que era su afición. Allí perfeccionó algo más de lo que él llama la maravillosa profesión de la que vive toda la familia desde hace 61 años, cuando sus padres empezaron con este emblemático negocio que le da categoría y ennoblece a Punta Umbría.
Juan destacaba tanto en sus estudios que un profesor lo eligió para que se fuese a terminarlos con una beca a Alemania, cosa que le llenó de orgullo e ilusión. Pero al caer enfermo su padre tuvo que dejarlo y echar una mano en el negocio con sus hermanos, de lo cual se siente muy contento y feliz, algo que se les nota a todos ellos por la forma como atienden a todos los comensales en su bonito establecimiento que, por cierto, tiene un patio que hace las delicias de todos los que lo visitan.
Juan se casó con Esther Orta González, de una familia muy querida y conocida de este pueblo, ya que su padre era conocido como “Carretita” y yo me precio de ser muy amigo de todos ellos. Ese mismo día que estuve con él conocí a dos de sus hijos, unos chicos encantadores, muy buenos estudiantes y, a los que también les gusta el negocio, por lo que posiblemente el bar restaurante Periáñez tendrá continuidad para satisfacción de toda la gran y unida familia y, por supuesto, para todos los puntaumbieños.
Todos los hermanos, desde pequeños, empezaron limpiando vasos y platos para ayudar a sus padres, pero como no llegaban a los fregaderos, se subían en las cajas de cervezas. Así, poco a poco, le fueron cogiendo el cariño que le tienen a la profesión y al legado que sus padres dejaron y que seguro, desde el cielo, estarán muy contentos y felices viendo como su esfuerzo ha tenido una maravillosa continuidad con unos hijos tan extraordinarios.
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