José María Arenas Doña, buen policía y mejor persona
Gente de aquí y de allá
Llegó a Punta Umbría atraído por la oferta laboral, empezó en la construcción, fue a la mar, trabajó de carpintero y fue chófer de ambulancia
Tina Pavón: La dama del Flamenco
Huelva/El primer día de mi vida que entré en el antiguo edificio del Ayuntamiento de Punta Umbría había en la puerta un policía municipal sonriente y educado que me preguntó qué deseaba, a lo que le respondí que tenía una cita con el señor alcalde. Y él, muy atento, me acompañó hasta el despacho de su secretaria.
Allí me senté a esperarlo, una espera que por cierto se me hizo insoportable, pues yo había quedado sobre las diez de la mañana y ya iban a ser las dos del mediodía. Pero esperé porque me iban a contratar para trabajar en el lugar en el que posteriormente estuve 45 años al servicio del municipio, llegando a conocer a todos los alcaldes que han pasado por su historia, incluida la actual alcaldesa Aurora Coronada Aguedo, porque no hace mucho que me jubilé.
Enseguida hice muchas amistades, pero muy especialmente la que hice con José María Arenas fue extraordinaria y nos cogimos mucho cariño, porque me encontré con una gran y buena persona. Digamos que fue al primero que conocí y traté en el Ayuntamiento. Junto a él no quiero dejar de nombrar a todos sus compañeros: Antonio Rasco, Sebastián, Diego Benito Mora, que por aquel entonces era el jefe de ellos; Manuel Molins, Luis de las Casas, Antonio Ruiz, Pedraza, Castilla y tantos otros que completaban una plantilla pequeña, pero muy efectiva.
José María Arenas Doña nació en Morón de la Frontera, un bonito pueblo de la provincia de Sevilla. José María, su padre, era carpintero; y su madre, cocinera. Tuvieron siete hijos, uno de ellos José María, que conoció a su mujer cuando tenía 24 años y ella aún era una niña, pues solo tenía 14 años y se dedicaba a cuidar de unos niños allí en el pueblo y por las tardes, cuando ella los sacaba a pasear, fue cuando se conocieron. La relación fue tan en serio que al poco se casaron en Morón y empezaron a tener hijos, nueve en total.
Al poco tiempo él se vino a Punta Umbría atraído por la cantidad de trabajo que le dijeron que había. Y efectivamente, enseguida empezó a trabajar en la construcción y terminó de traerse a toda la familia. De hecho, sus últimos tres hijos nacieron aquí.
Trabajó en varios lugares e incluso fue al mar, pero un solo día, ya que se dio cuenta enseguida que eso no era para él, Lo pasó muy mal en aquella experiencia y empezó a trabajar de carpintero, que algo sabía gracias a su padre.
Le ofrecieron ser el chófer de la ambulancia, oficio del cual me acuerdo perfectamente, aunque aún no teníamos amistad. Hasta que por fin le llamaron para ser policía local, pero no aceptó porque ganaría menos que en el trabajo que hacía. Sin embargo su esposa insistió y lo convenció para que finalmente dijera que sí. Y se alegra mucho de haber tomado aquella decisión porque fue un buen policía, muy bien considerado y, con el tiempo, con un buen sueldo.
Tuve mucha relación con él porque durante una época fue designado como policía de obras y salíamos todas las mañanas de inspección y me ayudaba a medir, con lo que nos hicimos aún más amigos.
José María era muy buen compañero, querido y respetado por todo el que lo conocía y trataba. Y ni que decir tiene que el ciudadano que requería sus servicios quedaba maravillado con el trato exquisito y educado que recibía.
Le llegó el tiempo de la jubilación y se dedicó a ayudar a los suyos, a sus hijos y nietos. Y yo lo seguí tratando, ya que ayudaba a su nieta y su marido Jesús en un kiosco de prensa donde yo diariamente compraba los periódicos.
Dicen sus familiares que fue el mejor padre para sus nueve hijos y el mejor abuelo para sus 21 nietos y el mejor bisabuelo para sus 24 bisnietos, que lo recuerdan con mucho cariño y que, muy orgullosos, presumen de ser descendientes de él.
En sus ratos libres se dedicaba a realizar bricolaje en su garaje, construyendo jaulas para sus pajaritos. Les compraba Chupa Chups a sus nietos y con los palillos de estos caramelos hacía las esquinas. Todavía vive en su casa el canario que él cuidaba y que cada mañana le cantaba al verlo llegar.
He querido rendirle este breve homenaje a un amigo bueno y que, a pesar de su corta estatura, fue un gran hombre.
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