José María Franco en el recuerdo
Muchos recordarán su buen hacer en la vida y en el arte, la nobleza y bondad de su inconfundible personalidad Destaca la fascinación cromática que ofrece en cada obra
EN estos días serán muchos los que evocarán su recuerdo inmarcesible, la huella de su buen hacer en la vida y en el arte, la nobleza y bondad de su inconfundible personalidad prodigada en diversas facetas en las que siempre dejó patente su honorabilidad, su sentido de la amistad y su entrega a la cultura. Tengo un recuerdo de él imborrable, entrañable, hermoso entre tantos, cuando le veía junto a su gran maestro Pedro Gómez subiendo lentamente la cuesta del Conquero, cargados con sus bártulos de pintura para patentizar y eternizar en sus lienzos la belleza de sus agrestes vericuetos y la frondosidad de sus pinos. Ese paisaje sublime de la Huelva eterna.
En estas páginas de Huelva Información, en mis columnas habituales, he glosado en varias ocasiones la calidad de sus exposiciones incluso de los libros publicados con sus ilustraciones. Por ejemplo uno tan entrañable para él -imprescindible para cualquier cofrade onubense-, tan fiel a su Hermandad de los Estudiantes, de la que fue uno de sus fundadores, Lo que vos queráis, Señor: La Pasión en Huelva, cuyas magníficas acuarelas enriquecían insignes textos poéticos. Era el título que le daba Carlos Muñiz Romero, el poeta de Rosal de la Frontera, en el prólogo de esta Antología de la lírica religiosa onubense, en la que incluía poemas de un buen número de consagrados autores de la poesía de nuestra tierra, ilustrados por cada una de las bellas imágenes de José María Franco: Benito Arias Montano, el gran humanista y polígrafo, colaborador fiel de Felipe II; Sor María de la Santísima Trinidad, Juan Ramón Jiménez -Dios deseado y deseante-; Francisco Macías Rodríguez -"Soplo divino que en las almas vierte/ los cálices dorados de la Vida"-; Rogelio Buendía -"Para Ti, Señor, serán mis versos/ tranquilos como lagos armoniosos"-, Abelardo Rodríguez, que se nos fue tan pronto…
Adriano del Valle, tan vinculado a Huelva, Isabel Tejero, Xandro Valerio y Curro Garfias, dos moguereños entrañables -"Ocurre a veces que la mano toca/ el cielo y no lo sabe"-; Jesús Arcensio, el asombroso sonetista - "Señor, que alargo el momento/ de ayudarte a soportarlo/ y aliviar tu sufrimiento"-; el inolvidable Diego Díaz Hierro; Diego José Figueroa, Rafael Manzano, José Manuel de Lara -"Si yo pudiera, Señor/ ser corazón en el aire"-; Carlos Muñiz Romero, Antonio Salas Dabrio, ¡qué murió tan joven!; Manuel Sánchez Tello, Manolo Garrido, Francisco Pérez Gómez, Juan de Mata Rodrigo Moro, pregonero de "todo lo bello y lo sublime"…
Es difícil evocar tantos sentimientos entrañados desde la juventud, fue amigo de adolescencia de mi mujer y ello propició nuestra vieja amistad y mi admiración en el tiempo -¡tanto tiempo!- de la diversidad admirable de su arte. El prestigioso crítico Jesús Velasco, en su Historia de la Pintura Contemporánea en Huelva, 1892-1992, imprescindible referencia en el conocimiento del arte pictórico onubense, afirma, entre otras diversas menciones: "Amó profundamente sus paisajes de cabezos, playas y rías, como también se volcó en feliz encuentro con la naturaleza virgen de Ayamonte… Pero donde realmente ha dado todo su valor pictórico ha sido en la serranía onubense". Y todo ello está con una esplendorosa fascinación cromática en la variada y múltiple muestra de su fecunda obra.
En su amplia trayectoria artística, José María Franco, miembro de varias Academias, entre ellas la Iberoamericana de La Rábida -en cuyas reuniones tuvimos tantas ocasiones de compartir opiniones y proyectos-, cuyo discurso de ingreso recordamos como pieza maestra de sus conocimientos en las Bellas Artes y especialmente en la pintura, ha pulsado con acierto y brillantez las técnicas más dispares del ámbito pictórico: el óleo, la acuarela, el guash, la punta seca, el dibujo, el grabado, el cartel, la ilustración de libros, la maquetación y hasta el pergamino, arte difícil y antiguo que aprendió de su padre, Domingo Franco, pergaminista extraordinario y prestigioso. Yo poseo uno de los más bellos que hizo con motivo de mi Pregón de la Semana Santa de Huelva. No creo que haya técnica que José María no haya ejercitado siempre con acierto.
Instruido sabiamente en su juventud por el gran Daniel Vázquez Díaz, discípulo aventajado de ese gran paisajista que fue Pedro Gómez, en aquellas tertulias del pequeño Parnaso de la calle San Cristóbal en el estudio del gran imaginero ayamontino Antonio León Ortega, la "academia de los Cristobalones", como recuerda su hijo el escultor Alberto Germán Franco, José María Franco cimentó una vida, que, como los grandes maestros, estuvo consagrada infatigablemente al arte.
Por ello, su recuerdo vivo ahora que lloramos su muerte, nos permite admirar en la febril rememoración la perspectiva antológica de su quehacer artístico como la más espléndida manifestación de su ingente ejecutoria, como "una pléyade de experiencias vitales, de épocas distintas y distantes" de generosa y admirable entrega a una vocación que ha sabido ennoblecer de la manera más digna.
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