Juan Luis Muñiz Pérez, la memoria viva de Galaroza

Este cachonero es capaz de relatar hechos históricos del pueblo de hace décadas

La Casa del Pueblo de Cala volverá a ser del pueblo

Juan Luis Muñiz Pérez, la memoria viva de Galaroza / Antonio Tristancho
Antonio F. Tristancho

28 de mayo 2023 - 06:00

En prácticamente todos los pueblos pervive alguien que recuerda lo que nadie sabe. Son vecinos o vecinas con una mente prodigiosa que mantienen vivos los hechos del pasado, que son capaces de explicar lo que pasó hace décadas o las transformaciones de algún lugar concreto, sin tener que recurrir a fotografías o a viejos documentos.

Juan Luis Muñiz Pérez es una de estas personas, es la memoria viva de Galaroza. Nacido el 11 de octubre de 1932, por sus ojos han pasado más de nueve décadasde episodios de la historia cachonera, que recuerda con gran lujo de detalles.

La conversación con este cachonero es fluida, a pesar de su edad, sucediéndose anécdota tras anécdota, historia tras historia, hasta conformar el constructo de la vida cachonera del último siglo. Un rato con Juan Luis nos retrotrae hasta décadas pasadas, habiendo sido fuente importante para cronistas locales, como Emilio Rodríguez Beneyto, y para estudios e investigaciones más recientes.

Hombre de gran cultura, ha sido ávido lector de todo cuanto caía en sus manos, desde poesía hasta filosofía. Su lectura era “de catálogo”, según le gusta decir, ya que compraba libros de editoriales que le informaban de sus fondos, como Aguilar, y adquiría obras de autores poco frecuentes, como el poeta y filósofo Charles Péguy. La afición le venía de ascendencia familiar, ya que su abuela leía el periódico con 20 años, y su abuelo Francisco, su tío Ovidio, su tío Antonio, su tío Manuel Arellano y su hermano Francisco fueron maestros.

Retrato de José Luis en su domicilio / Antonio Tristancho

Su padre, Francisco Muñiz, tuvo primero una tienda de tejidos y luego de calzados, pañuelos, medias y otras prendas. Le compró en 1912 el inmueble y la tienda a Zacarías, padre del poeta Luis Pérez Infante, explotando el negocio su abuela, Visitación Muñiz Muñiz.

De profundas raíces religiosas, ha estado siempre ligado a la iglesia, con especial amistad hacia la comunidad capuchina que se estableció en Galaroza a partir de 1950. De esta forma, se relaciona con responsables como Fray Damián de Cogollos, con quien merendaba cada tarde en la casa-convento que legó a la Orden María Teresa Vázquez de Prado, viuda de Osborne. Además de su relación estrecha con Fray Alberto, un cachonero que representó un papel muy importante en esta congregación a nivel intelectual e histórico en la segunda mitad del siglo XX.

Juan Luis el día de su boda / Antonio Tristancho

Fue muy amigo del párroco Fernando Vázquez, a quien visitaba en la iglesia cada vez que podía. Reconoce que tuvo un papel destacado en la represión que ocasionó la Guerra Civil y que se fue de Galaroza porque lo nombraron Canónigo de la Catedral de Huelva, en diciembre de 1955. Por supuesto, Juan Luis recuerda el homenaje que se le brindó, con un programa que incluía la inauguración de un azulejo en una calle con su nombre, un acto público en el Paseo del Carmen al que asistió el Obispo de Coria (Cáceres), y una misa en la que se ordenó sacerdote un capuchino y otros religiosos.

Desde hace unos años, su relación con la este estamento ha decaído mucho, “porque la iglesia no da ejemplo de santidad ni de solidaridad”. Para justificar ese desapego eclesiástico recurre nada menos que a una cita del filósofo danés Kierkeggard, lo que da muestras de una cultura enraizada en su vida.

A pesar de su corta edad entonces, mantiene frescos los acontecimientos de la Guerra Civil, aportando datos de la gestión republicana, del alcalde Luis Navarro o de la represión que sufrieron muchos cachoneros. Sin embargo, el relato de aquellos años truculentos adquiere en sus palabras una dimensión también entrañable y anecdótica, como su amistad con el secretario del ayuntamiento, el culto Francisco Criado, o el episodio del tesoro que se descubrió en las obras del Ayuntamiento. Refiere que en aquellos trabajos, “en unas gradas, los albañiles encontraron un tesoro de monedas de oro y decidieron quedárselo. Para ser más a repartir mandaron a por mucha agua al muchacho que se encargaba de esas tareas, pero no picó el anzuelo. Saturio Santiago, maestro de obras municipal con una impresionante historia que le costó la vida al estallar la Guerra Civil, negoció el tesoro y se quedó con la mayor parte. Precisamente, el zagal al que querían dejar fuera del negocio fue el único que invirtió bien su parte”, finaliza la moraleja de Juan Luis.

Juan Luis en procesión en su pueblo natal / Antonio Tristancho

Recuerda también a otros personajes destacados del pueblo, como Fernando Márquez Tirado, tanto en su trayectoria teatral como familiar. Este fundador de ‘La Alcancía’ cambió su vida acomodada en Galaroza por otra totalmente distinta en Madrid, donde ocupó un puesto en el Ayuntamiento mientras que trataba de triunfar como dramaturgo. De hecho, Juan Luis recuerda de inmediato el nombre de la comedia que escribió su paisano, ‘El cortijo de las Matas’, así como sus costumbres disolutas y el gran cariño que le tenía su hijo Fernando.

Ha tenido también incidencia en la vida social del pueblo, ya que desempeñó puestos importantes para las pequeñas localidades, como ser miembro de la directiva del Club Recreativo y Cultural, el antiguo casino. Menciona su apertura, el 29 de enero de 1956, y su paso posterior por la presidencia. Recuerda los problemas de orden que tenía que atender, casi a diario, cuando José González, el conserje, bajaba a avisarle cuando estaba en casa de Don Vicente, el médico, para que subiera a arreglar entuertos. Una vez tuvo que encararse con un socio violento y le dijo que se marchara del Casino, a lo que accedió. El conserje, admirado y sorprendido, le preguntó qué hubiera hecho si no le hubiese hecho caso, a lo que Juan Luis contestó “¡Pues irme yo!”.

Imágenes de Galaroza a mediados del siglo XX / H.I

Su paso por el comercio familiar fue breve, a pesar de los trucos de venta que le enseñaba su abuela, de gran inteligencia y resiliencia. Entró a trabajar en la Caja de Ahorros Provincial de Huelva en noviembre de 1975, como comercial, y estuvo hasta el 30 de marzo de 1990, en que salió con una indemnización y se hizo autónomo para cuidar fincas de frutales, castañas y aceitunas, y las de corcho que había heredado su mujer, Damiana González.

En la Caja lo hacía todo, era cajero, tramitaba préstamos, pero los procedimientos tenían que ser autorizados por sus superiores. No había muchas operaciones, sobre todo importantes, por la competencia de tres entidades bancarias y el mal momento económico. Confiesa no haber nacido para responsable bancario porque “para eso hay que ser un poco pillo”. Entre los sucedidos que recuerda está el atraco que sufrió el 3 de marzo de 1988, por parte de dos ladrones con pistola que se llevaron el dinero y fueron apresados en Valdelarco.

Su huerta la tiene en el sitio del Maillar, un paradisíaco lugar cercano al casco urbano, en el que ha compartido momentos inolvidables de trabajo pero también de tranquilidad y plácida lectura.

Es un espectáculo ver fotos con Juan Luis. Recuerda amigos, parientes, sucesos, lugares… Es un conversor de las imágenes en la historia que encierra cada una. Como ejemplo, la gran nevada que cayó en el pueblo y que fecha enseguida el 27 de febrero de 1954, con la ayuda de la coincidencia de que él estaba en la mili, en Jerez de la Frontera, donde también nevó ese día.

No se queja de su vida, aunque “tampoco ha sido un camino de rosas”. Se casó con Damiana tras tan solo nueve meses de noviazgo. Se conocieron en unas fiestas de Navahermosa en junio de 1979 y se casaron el Día de San José del año siguiente. Se llevan tan sólo tres años de diferencia. Juntos, han mantenido un hogar sencillo y alejado del mundanal ruido, ligados a la pedanía de Navahermosa por el nacimiento de ella allí. “Ahora estamos esperando que nos llamen, como decía el Padre Francisco en los entierros”, afirma mientras espera la ayuda de las vecinas en las tareas domésticas.

Anécdota de vida

Su Primera Comunión le lleva a una anécdota que ilustra la vida de entonces. Un gran maestro que tuvo, José Samaniego, lo preparó para esa importante cita, que se celebraba el día de la Inmaculada. Con 8 años, en 1940, le llegó el momento. Su madre se puso mala ese día y no pudo ir; ella tenía una ropa especial preparada para que la luciera su hijo, pero Juan Luis no se la puso, sino que fue a la ceremonia vestido con lo primero que encontró. Su madre se enfadó con su abuela por no haberle sacado de la fila, y haber permitido que hiciese su Primera Comunión vestido como a diario.

Otro sucedido de aquel día es aquel niño que llegó diciendo “¡Don José, yo ya me he tomado el café!”, lo cual suponía la imposibilidad de comulgar, ya que tenían que estar desde las doce de la noche del día anterior sin comer nada. Juan Luis cree que “su madre lo hizo adrede, porque eran muy de izquierdas”.

Juan Luis y Damiana son gente agradecida, como demuestra la cesión a la Asociación Cultural Lieva de más de 500 fotografías antiguas. Cuando se les regala una foto de Navahermosa o de la Virgen del Camen, Damiana lo agradece “más que si me hubieras traído un jamón”.

Viven ahora un momento de orgullo, ya que su ahijado Jesús Sánchez ha impulsado junto a otros jóvenes una asociación cultural en su aldea que tiene al pueblo ilustrado y revolucionado.

Esta es la memoria viva de Galaroza, Juan Luis Muñiz, un hombre de 90 años que mantiene frescos los recuerdos del pasado para todo aquel que quiera mantener un rato de conversación sobre historias y vivencias.

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