Recuerdos de ambientes de taberna en Galaroza
Taberneros y parroquianos daban lugar a anécdotas que aún permanecen en la memoria
Galaroza, un pueblo unido a la tradición belenística
Hace ya muchos años, Los Cachoneros del Carmen popularizaron unas sevillanas autóctonas en las que nombraban todos los bares que existían entonces Galaroza. Su título era El que venga a Galaroza, una copa ha de tomar… y quizá nunca esperaron que estas coplillas que compusieran hace más de cuarenta años, sigan siendo cantadas por las reuniones y corrillos que se forman en ocasiones especiales.
La letra aludía a las exquisiteces de las tapas que en los bares de Galaroza se podían degustar o a los rincones y lugares más típicos y frecuentados de este pueblo serrano, “…porque vaya donde vaya, con bares tropezará”, continuaban. Y es que Galaroza atesora aún un espíritu singular que impulsa a la fiesta, al jolgorio y a la alegría. En todos sitios se reconoce la energía vital de los cachoneros, ejemplo de una cultura del ocio indispensable para afrontar las duras condiciones humanas y ambientales con que sorprende la vida por estas latitudes. Un equilibrio entre responsabilidad, trabajo, alegría y ganas de fiesta que les hace especiales.
Los taberneros y los vecinos de Galaroza han sido pilar fundamental del arte de vivir que se cultiva en este pueblo, de conformar reuniones que, en torno al vino o a los cantes, daban lugar a los ambientes que se aprecian en este pueblo y su entorno.
En las tabernas de Galaroza se han podido vivir episodios merecedores de estar recopilados en un amplio catálogo de sucedidos. El panfleto con el que Rafael Blanco, por ejemplo, difundía su negocio, no tiene desperdicio e incluso contiene un reclamo publicitario en forma poética que dice así:
“Si quiere usted beber vino, que le alegre y no haga daño/ tómelo de mi casino, que es el mejor sin engaño./ De barato no hay que hablar, porque vendo regalado,/ todos los vinos y coñacs, aguardientes y anisados./ Enseguida, amigos míos, voy a darles relación / de precios tan rebajados, y aprovechen esta ocasión”.
El vino y el mosto
La historia ya apunta la importancia que tuvo el cultivo de la vid en La Sierra. En 1752, el Catastro de Ensenada sitúa en Galaroza un lagar donde se elaboraba el preciado líquido. Se contaban alrededor de 250 arrobas de vino las producidas por las cepas cachoneras. También Pascual Madoz en su Diccionario Geográfico Estadístico de 1845 habla de que las casas de Galaroza son “generalmente de un piso, aunque tienen doblados para grano y cuevas o subterráneos que sirven de bodega”.
Es normal esta importancia en toda la Sierra ya que la extensión de las viñas estuvo especialmente impulsada en las repoblaciones cristianas, lo cual hizo que incluso Rodrigo Caro, siglos más tarde, alabara los exquisitos vinos de la zona de Aracena. De aquellos tiempos todavía quedan multitud de topónimos y nombres de lugares que todos conocemos y que hacen alusión a las vides, como la Viriñuela, la Viña Perdida, etc.
En octubre se recolectaba la uva y se elaboraban los dulces caldos que se consumían en casa y tabernas. Entre ellos, uno de los más preciados y tradicionales era el mosto. Todavía en algunos pueblos de nuestro entorno se sigue con la tradición de probar el mosto, como en Los Marines o Fuenteheridos. Así, alrededor de una gran cocina, a la hora del aperitivo generalmente, se reunían los vecinos, solamente hombres, para dar cuenta de las distintas variedades de mosto elaboradas ese año. El líquido era contenido en botellas vacías que previamente habían tenido otros usos, casi siempre medicinales, y que el viticultor había reunido durante meses. El mosto pasaba de mano en mano y de paladar en paladar, y era el momento de comparar cuál de ellos había quedado mejor, todo ello acompañado de la permanente conversación y del recorrido de unas casas a otras. Este mosto se suele acompañar de las sabrosas migas, o con tostones de castaña, en las matanzas o rodeado de amigos, alrededor de una chimenea en las frías tardes de invierno.
Precisamente la matanza casera era uno de los mejores ejemplos del ambiente que rodeaba la toma de una copa de mosto. Antiguamente, el ritual matancero estaba adornado de una invitación generalizada para todo aquel que quisiera acercarse a compartir un rato de fiesta y alborozo. El mosto y el aguardiente eran componentes obligados de la mesa que se brindaba a parientes y amigos.
El ambiente y la tertulia
De esta forma se creaban ambientes únicos y especiales en los que nadie se sentía forastero, en los que todos eran tratados como compañeros de toda la vida. Estos cuadros aún se siguen manteniendo en Galaroza y otros pueblos serranos, aunque los tiempos hayan cambiado. A pesar de las nuevas formas de vida, del desarraigo y del abandono de costumbres tradicionales, todavía los cachoneros son apreciados por su hospitalidad y capacidad de acogida. El ambiente de las reuniones alrededor de una cerveza, de una copa de vino o incluso un refresco o bebida sin alcohol llega en ocasiones a otra fase igualmente importante cuando se da rienda suelta al genio y al arte, y aparecen los sucedidos, las anécdotas, las coplas y fandangos. Todo ello fue recogido por el ‘Poeta de la Sierra de Aracena’, Federico Martín, en una obra dedicada a Galaroza que, entre otras cosas, dice así:
"Cuando anochece, se acrecienta la intimidad, y Galaroza, eterna ceremonia del Sur, enciende leños de encina, mientras sus artesanos de la madera dejan parado el torno y entre pura amistad, toman sus copillas de mosto. Nace la copla serrana. Vicio lírico de semifusas adormecidas. Letrillas acunadas en el seno de la memoria se alejan de la fácil tramoya de la vida. Comienza el olor a carne asada. Higos pasados y jarras llenas alegría, abren el preludio jaranero de la noche serrana…"
Los hábitos llamaban a la tertulia, rara vez al exceso y la borrachera, denostada por todos. Se creaba una atmósfera que posteriormente era recordada y unía a personas de diversa condición, en el marco de un ambiente cordial propio de nuestros pueblos serranos. En ocasiones, era el juego o la charla la que abría el escenario, sin vino de por medio, y el dominó o las cartas daban pie a la conversación e incluso al cierre de tratos de importancia económica.
Las tabernas
Todo ello ocurría a diario en las tabernas, auténticos templos de la vida local, donde se vivían episodios sencillos, de pero una gran calidad humana. La importancia de los bares, casinos, tascas y tabernas para Galaroza ha sido apreciable desde siempre. Incluso algunas calles tuvieron nombres relacionados con estos establecimientos, como la que hoy se llama calle Abajo, antiguamente rotulada como calle Mesones por el buen número de tabernas que se podían encontrar en ella. O como por ejemplo, la actual calle Mosto, donde se levantara el último de los lagares cachoneros, desaparecido en los años 80 del siglo XX.
Tantos bares había en este pueblo que la apuesta tradicional que se hacían todos los zagales al entrar en edades ya medio adultas, era la de tomar una copa en cada uno de ellos y completar el famoso recorrido desde el Bar de Venecia. Lugares como el zampuzo de Antonio ‘Caseta’, que posteriormente regentó José Luis ‘El Púa’ con sus exquisitos pimientos y sus papas fritas, y luego Luis ‘Chiniqui’. Taberneros como Manolo el del Bar Andaluz, Cástulo, ‘el Pacheco’, Fernandillo o José el del Casino, que forman parte ya de la memoria colectiva del pueblo. Entre ellos ha habido de todo. Algunos más serios, otros más alegres, pero se convirtieron en referente de alguno de los detalles que todos recordamos en nuestra vida. Los hay que se dedicaban exclusivamente al bar, pero otros lo combinaban con otras actividades, como vender fruta, ser agricultor, electricista, alcalde, maestro o incluso el que ser Juez de Paz.
Manolo, el de El Corral de la Pacheca, subía y bajaba las escaleras para servir cada una de las tapas, menudas pero sublimes, que regalaba con cada copa. Rafael Lobo tenía su particular cocina tras unas cortinas que descorría cada vez que ofrecía sus viandas. José ‘el Gordo’ deleitaba a propios y extraños con latinajos y sucedidos que parecían increíbles. Junto al vino y a la tertulia, en algunos de ellos se podía disfrutar de exquisitos manjares en forma de tapa o pincho. Papas fritas, distraídos, pimientos asados, castañetas y otros productos del cerdo, bacalao con tomate o papas asadas en invierno, son el complemento ideal para el chato o el vaso de blanco.
El resumen literario de cuanto decimos lo escribió hace años el maestro Don Julio Beneyto, recordado por todos, cuando decía:
“Yo te invito a que te acerques, en estos días de invierno/al Mesón o a la Morera: ¡qué buenas tapas de cerdo!; / A los Lobos, a los Macus, o al Gordo, que es un portento;/al Paseo, al Casino: ¡ay, qué rico gurumelo!/ Al Avelino, al Púa, que saben de cocineros./ Fernandillo y el Cambiao, en “montilla” son expertos./ Esquinita y Andaluz, mezclan coplas con salero”.
Y, junto a ellos, los parroquianos o clientes habituales, que son aún recordados como personajes acreedores del máximo cariño y consideración, por formar parte del paisaje cachonero y legar frases, anécdotas y vivencias. Como Aurelio ‘el Lobo’, ‘Kubala’, Carmona, Santiago ‘Caribi’, Bobito, ‘Papita’ o Malvaloca, con esa frase tan conocida de “¡A tu vera, Malvaloca!”
En definitiva, estos hombres se han convertido en parte importante de nuestras vidas; a veces son amigos, otras confidentes, compañeros de tertulias, personas a quien abroncar, gentes con las que compartir un rato… Como diría uno de ellos, son verdaderos confesores, a quienes confiar alegrías y tristezas, amoríos y desengaños. Los taberneros de Galaroza, en fin, maestros y guardianes de cada generación de cachoneros que pasa por sus bares.
Para ilustrar todo ello, podríamos fijarnos en José ‘el Gordo’, que heredó su local de su padre, Cástulo, que a su vez lo heredó de su padre. José tenía una forma tan particular de regentar su taberna, que cualquier rato allí podía convertirse en una anécdota inolvidable. Como aquellas que gustaba contar referidas a Vázquez, que avisaba todas las mañanas de que iría a tomar café con la frase “¡Niño, vé calentando motores!”, para que encendiera la vieja cafetera Oyarzun. O aquellas bromas que le gastaban a Juan José, ‘el Litri’ para los amigos, simulando hablar para que subiera el volumen de su sonotone y acabar harto, diciendo que tendría que arreglar ese trasto en Aracena.
Hoy, quedan pocos de aquellos ejemplos. Quizá en tiempos más recientes Alonso o Rafalito ‘el Alemán’, recordados en todo el pueblo, Encarna, Pablo, Emilia, Avelino o Julio Ortega, quien mantiene aún el espíritu jovial y de reunión de antaño, concitando en ‘La Taberna’ a visitantes con arte que ríen sus gracias y asombran al forastero. Todavía ellos enriquecen nuestro vocabulario, manejando frases como “tomar la espuela”, tomarse un “solivoltio” o un “jicarazo”, estar “alicatao”, tener una “vendolina” de espanto, ….. Como aquel personaje que, delante de cuatro forasteros atónitos, hablaba de que “se había jincáo tantos lingotazos que había salido del zampuzo dando vueltas panetas”.
Moraleja
La importancia del vino en nuestras tierras, pues, es algo que no admite discusión. Una de las tradiciones más singulares con que contaba Galaroza, los Quintos, demostraba esta importancia año tras año. Según antropólogos como Pedro Cantero, quintearse significaba romper formalmente la barrera de la adolescencia para entrar de lleno en una nueva etapa simbólica, en la que socialmente les estaba permitido a los jóvenes beber vino, fumar y ser considerados como hombres adultos.
Nuestras fiestas, romerías y ratos de ocio suelen ir acompañadas de una copa, por alegrías y buenos ambientes, aunque no lo apreciaríamos de esta forma popular y agradable si confundiéramos tertulias y ratos entre compañeros con excesos continuos sin motivación alguna.
Por ello, no estaría de más recordar aquel viejo adagio que advertía que el vino o la cerveza consumidos sin control “quita la memoria, nubla el entendimiento, entorpece la lengua, abrevia los días, siembra muchas discordias, descubre muchos secretos, gasta la hacienda y deshonra a las personas, aunque usado templadamente ayuda a la salud, aleja enfermedades y se convierte en aliado fiel de charlas, cantes y ratos inolvidables”.
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