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Los arqueólogos exhuman hasta 23 cuerpos de las fosas comunes del cementerio de Nerva

Aun falta el cotejo de ADN para devolver los restos a sus familiares

El alcalde solicita ayuda para continuar con los trabajos de exhumación de las más de 200 víctimas localizadas

Visita de un grupo de escolares a los trabajos de exhumación. / Juan A. Hipólito
Juan A. Hipólito

01 de septiembre 2019 - 06:03

A la espera del correspondiente cotejo de ADN para devolverlos a sus familiares, el Ayuntamiento de Nerva custodia ya los restos de 23 de las más de 200 víctimas que el equipo de arqueólogos, dirigido por Andrés Fernández, localizó y delimitó en las fosas comunes del cementerio municipal a finales de 2017. Finalizan así, por el momento, los trabajos de exhumación realizados durante los últimos meses gracias a la decidida apuesta de la Diputación de Huelva y la administración local por la recuperación de la memoria histórica de las personas represaliadas durante la Guerra Civil en la localidad minera. Aunque la intención del Consistorio municipal, tal y como adelantó el alcalde, José Antonio Ayala, es conseguir la financiación suficiente para continuar con los trabajos lo antes posible.

Decenas de vecinos conmemoraron el 83 aniversario de la entrada en Nerva de las tropas sublevadas a la II República con una ofrenda floral en las fosas comunes del cementerio municipal, declarado lugar de Memoria Histórica por el Gobierno de Andalucía en 2012. Seguidamente, se procedió a la presentación de los resultados preliminares de los trabajos de exhumación que determinan la muerte violenta de la veintena de cuerpos recuperados (la mayoría son hombres mayores de 21 años) sepultados de forma colectiva, junto a restos de proyectiles. La jornada de conmemoración finalizó con la proyección del documental Recuperar Sevilla. Emboscada en la pañoleta, de Jorge Rodríguez.

Todo ocurrió en el verano de 1936. A penas quedaban seis días para despedir agosto y se cumplía poco más de un mes del alzamiento militar liderado por el General Mola, tras el fracasado golpe de Estado urdido contra la II República. Nerva, localidad onubense de 17.000 habitantes, ubicada en la Cuenca Minera de Riotinto, permanecía sitiada por las tropas sublevadas y aislada del resto de municipios de la provincia de Huelva, más allá del territorio minero, donde el control del Ejército era total.

Los vecinos de Nerva ayudan en el traslado de los restos. / Juan A. Hipólito

Hacia el mediodía del 26 de agosto, una comitiva liderada por el médico Juan Sacalugas salía al encuentro de las tropas apostadas a las puertas de la localidad minera con una misiva del alcalde republicano José Rodríguez en la que se daba cuenta de la rendición del pueblo, sin la más mínima resistencia, y con la única intención de evitar cualquier derramamiento de sangre.

Sin embargo, ese mismo día por la tarde comenzó una represión sin precedentes en la zona que se prolongó durante meses y finalizó con más de 1.500 hombres desaparecidos, casi 300 viudas reconocidas y medio millar de huérfanos, según consta en los archivos municipales. Además, la empresa que gestionaba las minas de Riotinto, donde trabajaban cientos de nervenses, llegó a contabilizar hasta 1.709 bajas semanas después, tal y como se detalla en los documentos custodiados en el archivo histórico de la Fundación Riotinto.

Las secuelas físicas y psíquicas de aquel acontecimiento aún se evidencian con la existencia de la mayor fosa común registrada en tierras onubenses. Se trata de la segunda más grande señalizada en Andalucía con más de 200 metros cuadrados divididos en dos parcelas: 140 metros cuadrados en la Fosa Norte y 83 en la Sur. Se encuentra situada nada más atravesar las puertas del cementerio municipal de Nerva y en ella se prevén que puedan estar depositados los cadáveres de cientos de vecinos.

Origen y causas del castigo

La Cuenca Minera onubense, cuyo corazón político y social latía con fuerza en Nerva, ajeno al control socioeconómico que la empresa inglesa encargada de la gestión de las minas de Riotinto ejercía en otros pueblos de la comarca, se había convertido en una de las zonas de mayor conflictividad laboral del país. Las reivindicaciones laborales y las huelgas generales, encabezadas por grandes líderes sindicales de la UGT y la CNT, y secundadas por partidos políticos de izquierda, (socialistas, comunistas, republicanos y anarquistas), estaban a la orden del día.

La valentía de los mineros y, sobre todo, la fidelidad demostrada durante los primeros días del conflicto, convirtió a la Cuenca Minera en punto de referencia para los defensores de la democracia y objetivo prioritario de los sublevados. El convoy de mineros, cargados con fusiles y dinamita, que se dirigió hacia Sevilla durante la madrugada del 19 de julio para defender la II República contra los militares sublevados daba buena cuenta de ello.

Pero aquella aventura paramilitar de los mineros terminó a las puertas de la capital hispalense, en la rotonda de La Pañoleta (Camas), con la emboscada que le habían preparado los militares sublevados al mando de Queipo de Llano. El enfrentamiento se saldó con una treintena de muertos y más de medio centenar de detenidos que después fueron ajusticiados, a excepción de un menor de edad.

Imagen de la entrada de las tropas en Nerva. / Juan A. Hipólito

La alocución del General en Radio Sevilla no se hizo esperar. Esa misma tarde relataba lo ocurrido así: “Y aquí, en las inmediaciones de Sevilla acaba de ocurrir un hecho que merece ser publicado. Desgraciadamente es un episodio en el que ha habido muchas víctimas, cuya sangre debe caer sobre la conciencia de sus canallas dirigentes”.

Ese mismo día, por la tarde, se prendía fuego en Nerva a la iglesia de San Bartolomé, Patrón del pueblo, y se saqueaban los negocios y las casas de varias familias de derechas, así como varias sociedades comerciales en las que solían reunirse hombres de negocio, según se recoge en el Informe-Memoria redactado por el jefe local de la Falange, M. Posado, solicitado por la Audiencia Provincial de Huelva, a instancias del Gobierno de Franco para la Causa General del Marxismo en España.

Tras el fracaso cosechado con la columna de mineros en Sevilla, la UGT y la CNT declaran en Nerva la huelga general revolucionaria y crean un Comité de Defensa para controlar la zona. Se paraliza la actividad minera y se requisan los camiones de la Cía. para transformarlos en “carros de combate”.

Consecuencias y secuelas

Ya lo advirtió Queipo de Llano en una de sus vehementes alocuciones radiofónicas dirigida a los mineros de Río Tinto que no se sumaran a la rebelión y siguieran fieles a la II República. “Y advierto que muy pronto la zona de Río Tinto será inofensiva...Podéis, pues, dormir tranquillos, sevillanos, que los mineros serán aplastados, a pesar de toda la dinamita que tengan reunida para defenderse”.

Una semana antes de la entrada de las tropas en Nerva, la aviación bombardeó por primera vez la zona minera con graves consecuencias para las localidades de El Campillo y, sobre todo, Nerva en la que el número de víctimas mortales alcanzó la veintena. El 23 de agosto, en vez de bombas, cayeron octavillas en las que se instaba a los mineros a la rendición. 72 horas después, la última localidad onubense fiel al Gobierno de la II República, que había plantado cara al levantamiento miliar, se rendía de forma pacífica.

Los sucesos acontecidos en la localidad minera tras la entrada de las tropas el 26 de agosto de 1936 fueron de tal crudeza que, aún hoy día, 80 años después, se hace difícil de afrontar para los familiares de las víctimas. La inmensa mayoría de ellos desconoce si sus antepasados, aquellos que las autoridades locales contabilizaron por más de un millar de hombres desaparecidos durante los últimos días de aquel luctuoso estío, se encuentran en la doble fosa común de 223 metros cuadrados, ubicada tras los muros de la fachada principal del cementerio municipal.

Acto de la presentación de las conclusiones de la primera fase de la exhumación. / Juan A. Hipólito

Sirvan algunos datos de población para hacernos una idea de la magnitud de los hechos ocurridos: el censo de Nerva, que antes de la contienda bélica rondaba los 17.000 habitantes, la localidad con mayor número de habitantes de la Cuenca Minera de Río Tinto, cayó hasta los 15.000 registrados en 1940, y el número de obreros que trabajaban en los tajos de la mina, que antes de la guerra alcanzaba los 8.500 trabajadores, descendió hasta los 5.400 empleados. Pero las secuelas de aquella represión no solo fueron físicas, también psíquicas: el temor a nuevas represalias caló hasta los huesos en una población que, paralizada por el miedo, vio con impotencia como se anulaba por completo el carácter reivindicativo de sus gentes. Tuvieron que pasar más de 30 años para ver resurgir esa valentía minera en forma de organizaciones políticas y sindicales de corte clandestino; más de medio siglo para empezar a hablar, no sin cierto recelo, sobre todo lo ocurrido; y 80 largos años para atreverse a reivindicar la identificación y la recuperación de unos cuerpos sepultados en una doble fosa común marcada con cruces anónimas.

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