El 'botellón' se reconcilia con la sociedad
Los ayuntamientos de los núcleos playeros de Matalascañas y Mazagón han logrado conciliar los intereses de jóvenes y vecinos trasladando la movida a espacios acotados, como exige la Ley Antibotellón
Desde el nacimiento del botellón como fenómeno social, hace ya cerca de tres lustros, su práctica ha sido germen de enfrentamientos entre vecinos y jóvenes. La dificultad para casar el derecho de los adultos a descansar y conciliar el sueño comenzó a chocar frontalmente cuando en muchas ocasiones sus propios retoños decidieron trasladar el ambiente de copas a la propia vía pública. Lo que comenzó siendo una protesta o boicot en toda regla contra los precios en las discotecas, el filtro del tiempo lo convirtió en un fenómeno de masas y en un problema social sempiterno, alimentado en la costa por la presencia de miles de jóvenes durante el fin de semana y por el hecho de que las suaves temperaturas nocturnas invitasen a tomar la calle. Un cóctel que contribuyó a que las disputas generacionales creciera exponencialmente.
Este verano la situación parece haber virado y tanto en Mazagón como en Matalascañas el botellón ha comenzado un periodo de reconciliación con la sociedad. Y no por el hecho de que la crisis lastre la presencia de jóvenes. Concretamente y según la propia concejala de playa, Melanie Romero, en la avenida de las Adelfas de la costa almonteña cada fin de semana se reúnen en torno a 2.500 y 3.000 personas. Es precisamente la aceptación de los jóvenes del emplazamiento propuesto por la Administración el que ha obrado el milagro de que la liturgia de tomar las copas en la calle hasta el amanecer no desencadene un problema vecinal.
La edil se ha congratulado de que fructifiquen los esfuerzos institucionales por acotarles una zona de esparcimiento (en cumplimiento de la Ley Antibotellón) que permita que el botellón deje de ser un nido de conflictos y, por tanto, que turistas y propietarios de inmuebles puedan descansar con todas las garantías. Por otra parte, apunta Romero, la concentración en un único punto ha permitido mejorar la seguridad, al centralizarse la presencia de la Guardia Civil que velan por evitar altercados.
En Mazagón también parecen haber encontrado la fórmula para la subrayada reconciliación social. En este caso el punto neurálgico de la movida se ubica en el Parque Municipal del Faro. Su estratégico emplazamiento permite que en un radio cercano a 100 metros no se ubique ni una sola vivienda, lo que acaba con las protestas por los ruidos. Es más, al encontrarse vetado el acceso a los vehículos, que en ocasiones portan equipos de música que duplican la potencia de muchos bares de copas, las molestias en este aspecto son nulas. Precisamente en el núcleo costero las quejas por la "insoportable contaminación acústica" se han centrado en esta época estival contra ciertos pubs y discotecas, lo que ha hecho que, por primera vez en décadas, los jóvenes no sean objeto de la cruzada de los que reclaman su derecho al descanso.
Durante los primeros años en que el fenómeno del botellón comenzó a germinar y engullir a toda una generación de adolescentes, las administraciones locales arbitraron toda una ristra de medidas tendentes a erradicar lo que se veía como un problema social a consecuencia de la tremenda ingesta de alcohol que se realizaban en estas concentraciones de fin de semana. Las medidas tuvieron dos vertientes: desde la prohibición pura y dura, pasando por medidas de ocio alternativas. No hubo Ayuntamiento en la provincia de Huelva que no aplicara un sinfín de contraprogramaciones para minar el botellón y poner fin a los problemas sociales que su práctica generaba. Todas y cada una de las iniciativas se demostraron infructuosas una vez traspasada la novedad. Ahora, la situación ha cambiado y según algunos vecinos las administraciones han bajado los brazos y se han rendido en la batalla de frenar una de las prácticas sociales que continúa siendo el bautismo de muchos jóvenes en el mundo del alcohol.
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