El corcho, vida, economía y naturaleza para la Sierra
La saca aporta datos relevantes para la comarca desde hace siglos en una actividad económica que se ha convertido en un modo de vida
Balance positivo de la campaña del corcho en Huelva a pesar de la sequía
Termina la temporada de la saca del corcho en los montes serranos y, una vez más, ha quedado patente la dureza de la profesión y, al mismo tiempo, todo lo que aporta este universo corchero a la provincia de Huelva. El alcornocal onubense, uno de los más importantes de la Península, ofrece un gran pilar ambiental para el territorio, además de preservar la fauna y flora mediterránea propia de estas tierras y proporcionar un nicho de riqueza y empleo relevante.
La extracción de la corteza de los alcornoques supone un titánico empeño realizado por un puñado de serranos que se dejan la salud en los meses estivales. Las calores provocan un mejor escenario para la saca, pero endurecen las condiciones laborales para sus protagonistas, que empiezan su jornada antes de las seis de la madrugada y soportan altas temperaturas en las manchas de alcornocal, situadas a veces en lugares poco accesibles.
El habitual grito de “ya se da el corcho”, dio inicio en junio una campaña adelantada que se ha extendido oficialmente hasta finales de agosto. Las altas temperaturas favorecen el despegue de la corteza y se agradece que las corchas no se “peguen como sellos”, señal de que la campaña exigiría esfuerzos complementarios o que incluso mucho corcho se quedara en el alcornoque.
El descorche es todo un ritual que continúa practicándose como hace siglos. El hacha es la herramienta principal, y junto a la destreza del operario se convierte en pilar fundamental de la tarea. El momento decisivo de la saca es la precisión en el corte, aprendido por los hombres que se dedican a esto a lo largo de los años. El estudio previo del árbol y la catalogación de la piel se considera ‘trazar’ el árbol; luego, la delicadeza en el golpe y, sobre todo, el giro de muñeca para despegar la corteza hacen el resto, demostrando una maestría que sólo está al alcance de unos pocos que se resisten a abandonar este viejo oficio, a pesar de su dureza.
Estas labores se realizan cada nueve años, que es el ciclo de crecimiento del corcho en el árbol. Las tareas de extracción y las previas de cuidado de la arboleda suponen un gran empeño sostenible en las dehesas serranas. De hecho, resulta una actividad vital para la necesaria lucha contra los incendios forestales.
Cada hombre que descorcha se denomina un ‘hacha’ o “jacha”, que conforman la cuadrilla que trabaja junta todo el verano. Junto a ellos, hay otras ocupaciones, como el ‘juntaor’, el ‘rajaor’ o el tractorista que saca el material descorchado. Antiguamente, y todavía en las zonas más escarpadas, el arriero jugaba un papel destacado con sus mulas, que han ayudado en estas tareas desde hace siglos. Junto al hacha, también se usan utensilios como el cuchillo, la escalera, la piedra de afilar o la ‘jurga’, palo largo y puntiagudo que sirve para ayudar a despegar la corteza cuando se resiste a salir.
El manijero o autónomo del corcho contrata un bosque de alcornocal, normalmente por cuenta, emplea a una serie de ‘jachas’ y luego vende lo extraído a intermediarios normalmente portugueses. No en vano, el país vecino es el principal país productor de corcho del mundo, seguido por Andalucía, que cuenta con algo más de 300.000 hectáreas de alcornocal.
La subida a las ramas más altas exige cuidado y destreza, aunque no menor que cuando se trata de descorchar la ‘caña’, el tubo o tronco del alcornoque que no tiene ramas para aprovechar. Por fin, tras haber perdido numerosos kilos de peso e incluso sufrir lesiones y peligros derivados de la dureza del trabajo, los descorchadores se quitan un gran peso de encima cuando terminan la campaña.
En diversos pueblos de la Sierra subsisten varias cuadrillas, siendo Galaroza uno de los que destaca en esta pervivencia. Las del ‘Cano’, el ‘Conejito’, ‘Labarzo’, los ‘Huerta Grande’, los Nogales o los Lobo, llevan toda su vida dedicada a esta y a otras tareas del campo. Algunos incluso han atesorado el prestigio necesario para ser llamados a descorchar a otras zonas como Cataluña o Córcega, ya fuera de nuestras fronteras.
El corcho en la Historia serrana
Esta importancia del corcho actual en La Sierra ya se vislumbraba en centurias anteriores. Su arraigo en la comarca serrana ha dejado costumbres, lazos familiares, relaciones industriales, económicas y laborales muy relevantes que forman parte del patrimonio de la zona. Se puede comprobar en las investigaciones realizadas por la Asociación Lieva en colaboración con la Fundación Unicaja sobre los emprendimientos históricos en La Sierra. Así, a trabajos como el de Lasso de la Vega publicado en las Jornadas del Patrimonio, se han sumado datos como los de Santiago González, sobre la constitución de la Junta Corchera de Higuera de la Sierra en 1891, promovida para “gestionar sin descanso cerca de los poderes públicos la protección que reclaman el estado de la clase obrera y la importancia suma del asunto”.
La proclama estaba firmada por personas de intensa raigambre en la cuestión, encabezadas por el presidente, José M. Ordóñez Rincón, seguido de apellidos como Garzón, Reixach o Santos, entre otros.
Donde más importancia ha alcanzado esta industria, desde antaño, ha sido en Cortegana, Higuera de la Sierra, Zufre o Santa Olalla del Cala. En 1850 se crea la Unión Corchera, con sede en Higuera de la Sierra, pero con una actividad efímera ya que se disuelve un año después por discrepancias internas.
Ya desde mucho antes, en 1835, Higuera de la Sierra cuenta con dos fábricas de tapones de corcho que a través de Sevilla nutría principalmente el mercado catalán. Entre 1850 a 1867 se hacen varios intentos de crear, entre propietarios y comerciantes, una infraestructura corchera; conversaciones que, en diversas fases, concluyen en contratos y negociaciones muy puntuales ante la falta de interés y “desconfianza” de los propietarios.
El 5 de noviembre de 1867, ante el jurista de Higuera de la Sierra Antonio Ordoñez Rincón, se formaliza la creación de la Compañía Sociedad Mercantil del Corcho, creada por Ramona Castilla y Garzón, de 60 años y viuda de Pedro Badía, uno de los pioneros del sector, y Juan Badia y Pickman, de 36 años y negociante del sector.
Otras pinceladas de interés las aporta el historiador aracenense Omar Romero de la Osa, en su trabajo ‘Oposición al sistema caciquil y discurso republicano en ‘La Propaganda’. Junio 1891-mayo 1892’, en el que introduce la cuestión corchera tal como se publicó en la revista ‘La Propaganda’, medio que visibilizó una defensa a ultranza del corcho a petición de la Agrupación local de Higuera de la Sierra. Este investigador ha hallado también otro documento que refuerza estos orígenes, concretamente una carta de 1890 que recoge un trato de ‘Muñiz Hermanos’, una empresa de corcho de Galaroza, con un tratante de Valencia.
En años posteriores el sector corchero de Higuera de la Sierra duplicará progresivamente el número de fábricas y talleres. Los trabajos de José Sierra refuerzan la sensación de que fue la principal actividad empresarial, económica y laboral generada en la localidad. Sus investigaciones en los ‘Anuarios del Comercio, la Industria, de la Infraestructura y la Administración’ y el ‘Anuario Riera’ ofrecen datos que se remontan al siglo XVII. Así, en el documento ‘El pleito con Zufre, por el uso compartido de la dehesa Las Esposas y otros pastos comunes’, de 1664, hay una referencia sobre las actividades que en dicha dehesa se llevaban a cabo, mencionando “....la temporada de corchear”.
En el Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España de Madoz, en 1830, al referirse a Higuera junto a Aracena, se indica que en la localidad existían “dos fábricas de tapones de corcho, cuyo producto es de este término”. La labor de empresarios como Juan Pedro Lacave Soule a partir de 1843, ofreció apoyo a emprendedores como Antonio Fal, Sebastián Álvarez, Pedro Taulet, Iser y Cia., Manuel Ordóñez, José Rexach, Domingo Fal, Juan Fernández, o La Esperanza (Clemente Ordóñez, Santiago Castilleja y Francisco Santos).
En 1876 se implantaron unos aranceles que gravaron la producción del corcho en un 30%, provocando una protesta masiva del sector. Tanto la industria sevillana como la implantada en la provincia de Huelva consiguieron que la Diputación Provincial onubense elevase un escrito razonado al Rey, exponiendo sus quejas y solicitando la suspensión de una tasa que tantos perjuicios causaba a la industria corchera.
En el primer tercio del siglo XX se tienen noticias de empresas, además de las anteriores, como ‘Badia Piarmau’, ‘Galo García Ruiz’, ‘Tomás Badía’, ‘Alejandro Cabezas’, ‘José Catón, ‘Román Ordóñez’, ‘Díaz Cubero José Luis’, ‘Moreno Rufo’, ‘Ordóñez Castilleja Clemente’, ‘Ordóñez Chaves Agustín’, ‘Ordóñez Garzón Román’ o ‘Rufino Bejarano Teodoro’. En los 60 y 70 se recuerdan también las de ‘Hermanos Cubero’, ‘Florencio Ordóñez’, ‘Manuel Ordóñez Dorna’, ‘José Ordoñez Dorna’, ‘Crisanto García y Cia.’, ‘José Juan Ordóñez’ o ‘Felix Balastegui’, entre otras.
El declive hasta la actualidad es manifiesto, perdiendo la importancia de ciudad corchera que mantenía Higuera de la Sierra, así como el resto de localidades serranas con pasado corchero.
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