Enrique Real Bueno, un hombre como su segundo apellido

Gente de Aquí y Allá

De forma desinteresada, acude todas las tardes a Cruz Roja Huelva a enseñar el español a los extranjeros que vienen de Marruecos

Carmen Manzano Gómez, polifacética extremeña pero puntaumbrieña de corazón

Enrique Real Bueno.
Enrique Real Bueno. / M. G.

Nos conocimos hace tiempo porque era amigo de unos grandes amigos míos. Un día nos presentaron y desde entonces pasó a formar parte de mis buenas amistades. No a todo el mundo que conozco cada día le cojo el aprecio que le tengo a Enrique, para eso hay que ser como es él y por eso hoy lo traigo a esta galería de gente buena.

Insisto en la gran cantidad de amigos que tengo y ninguno malo. Pero es que Enrique es un hombre bueno, pero bueno de verdad. Y no solo conmigo, sino con toda la gente que conoce. Por eso va todas las tardes a la sede de la Cruz Roja de Huelva a enseñar nuestro idioma, de forma altruista, a los extranjeros que vienen de Marruecos y no saben nada de español, ya que él domina los dos idiomas porque vivió allí desde pequeño.

Enrique nació en mayo de 1947 en la bonita ciudad marroquí de Tetuán, que a mí tanto me gusta visitar por la amabilidad de su gente. Casualmente, la primera mención que se hace a este lugar la hace el geógrafo nacido en nuestra isla de Saltés, el célebre Abou Oubayd Al Bakri, hijo del que fuera el Rey de Huelva-Saltés. Al poco de nacer se trasladó con sus padres a su lugar de residencia, Rincón de Medik, un pueblo en la costa mediterránea que ahora es un lugar turístico de primer orden, sin perder su carácter marinero, lo que hace que sea ideal para turistas de todo el mundo.

El padre de Enrique era militar de artillería y estaba allí destinado. Su madre era maestra y era muy conocida allí como doña Pepita. Allí se conocieron, se casaron y tuvieron a Enrique en Tetuán, que entonces era la capital del Protectorado español. Luego vinieron 4 hermanos más. A Tetuán tuvo que volver al cumplir los 9 años para empezar el bachillerato en el colegio dirigido por los sacerdotes Marianistas, del cual guarda Enrique un magnífico recuerdo. Los antiguos alumnos se reúnen todos los años, porque en 1956 finalizó el Protectorado español y se marcharon a España, donde continuaron sus vidas.

Enrique terminó su bachiller y se matriculó y estudió en la Escuela de Arquitectura, pero no llegó a terminar porque se dedicó a otros menesteres distintos. Y es que le dedicó más tiempo de la cuenta a la tuna, lo que hizo que al final abandonara la carrera y empezara a buscarse la vida de otra forma. No obstante, debido a sus estudios tenía la preparación suficiente para convertirse en el delegado comercial de buenas firmas del sector de la madera, donde trabajó mucho e hizo muy buenos amigos, entre ellos uno en Punta Umbría, propietario de una tienda de muebles, Miguel Franco, que siempre me pide que le mande muchos recuerdos porque le tiene un gran cariño a Enrique y sabe que nos vemos a menudo.

Enviudó y, afortunadamente, pronto conoció a una extraordinaria mujer onubense, que es una buena amiga mía, y no tardaron en casarse y se vinieron a vivir a Punta Umbría para, más tarde, trasladarse a Huelva, donde se encuentra muy feliz con Mamen, su nueva esposa.

Enrique tiene dos hijos, Kike, que es ingeniero técnico agrícola; y María, que tiene el grado superior en Estética; y la hija de Mamen, a la que conozco desde pequeña y es encantadora, se llama Begoña y es psicóloga. Los tres hijos se llevan como hermanos y Enrique solo habla de ellos maravillas, lo mismo que de su esposa Mamen, que le hace la vida muy agradable. Bueno, la verdad es que es mutuo, porque Enrique es una persona encantadora y eso lo dice todo el que lo conoce.

Su afición favorita es viajar. Prácticamente le ha dado la vuelta al mundo y son pocos los países que no ha visitado. También lee mucho y por eso tiene tanta cultura, porque viajando y leyendo se aprende mucho. Ya lo escribió Miguel de Cervantes y lo puso en boca de Don Quijote de la Mancha: “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”.

Debo decir que cuando le propuse a mi buen amigo Enrique escribir sobre él esta breve semblanza sobre su vida y su trayectoria, me dijo que no, que él no era nadie relevante y que no lo aceptaba. Me costó convencerlo diciéndole que yo no escribo, generalmente, de ningún “Séneca”, sino de gente normal como es él, pero de la que todos podemos sentirnos orgullosos. Él es un claro ejemplo donde todos los seres humanos debemos mirarnos como si fuera un espejo. Enrique, de ti aprendo mucho cada vez que hablo contigo.

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