Las escuelas de la Sierra de Huelva hace casi un siglo
Historia
Se cumplen 95 años del libro `Viaje por las escuelas de España’, en el que Luis Bello recorrió el territorio definiendo las carencias educativas
Antonio F. Tristancho recoge en un libro la historia de Galaroza en los años 30
Sierra/La descripción de muchas zonas de Andalucía recibió un gran impulso con las grandes crónicas de los viajeros románticos que surcaron nuestras tierras en los siglos XVIII y XIX. Pero más, recientemente, también otras incursiones han definido la realidad de nuestra zona, concretamente de la comarca serrana, en diversos ámbitos. Esto sucedió, por ejemplo, con el libro Viaje por las escuelas de España, una serie de publicaciones que impulsó Luis Bello, en las que describía los lugares por los que iba pasando. Se cumplen ahora 95 años de aquel recorrido que pretendía ser realista y que introdujo expresiones que rozaban el romanticismo, pero también las crudas necesidades de una educación rural que tenía muchas carencias.
Dentro de esta serie, en su volumen Más Andalucía, se detuvo en lo que denominó Las Siete Huelvas, describiendo las zonas de “Aracena, la Sierra; Riotinto, las Minas; Niebla, la Historia; La Palma, el Campo; Palos, La Rábida el camino de América; Ayamonte, las Pesquerías; y ‘Oñana’, El Desierto, La Marisma y El Absurdo”, añadiendo a posteriori un capítulo final referido a las escuelas de Huelva y unas páginas dedicadas al proyecto de Manuel Siurot. Se trata, en realidad, de una serie de artículos publicados en el diario ‘El Sol’ y recopilados posteriormente. Su resumen de la provincia se expresa en un párrafo descriptivo, cuando afirma “Eso hay — y mucho más — en una sola provincia española. Vamos a metemos en las escuelas, cerraderos que todo lo igualan, con sus cuatro paredes, su crucifijo, sus bancas paralelas, potros para herrar chicos, todos iguales, vengan de la sierra, de la mina, del campo o del mar. Pero nosotros, al menos, situaremos cada escuelita en su ambiente y con ello veremos separarse los siete mundos que ruedan — casi siempre sin descubrir — sobre el pupitre del maestro”.
Tras esta introducción, Bello profundiza en los territorios, entre ellos en parte de la comarca serrana onubense. Así, describe la zona desde “este curso de agua que baja a la Rivera de Múrtiga, entre chopos, castaños y nogales, cantando, trabajando, como buen río molinero y maderero, nos lleva aguas arriba a uno de los más deliciosos rincones de España”.
En las siete páginas que dura su descripción de la zona de Aracena, el autor se detiene fundamentalmente en la ciudad, hablando de su castillo, que es “una estrella de cinco puntas”, su caserío y sus monumentos, en general. Habla de la fortaleza, de cuevas cercanas y, por supuesto, de la Gruta de las Maravillas. Hace una referencia a una obra no muy conocida, el Mentés, o guía para visitar la Gruta, escrito por el presbítero Eduardo López Cristino en 1924 y que recoge noticias, historias y “cabos sueltos” de la localidad. En este capítulo, también menciona a Pastora, la vecina que encontró la Gruta, y a José Gómez, el obrero “explorador que se zambulló por la corriente del agua entre unas peñas y fue a salir a las grutas nuevas nunca vistas”.
Llega a decir que el patrón de la población es “el marqués de Aracena, Sánchez Dalp, retirado hace pocos años que, entre otras obras útiles, donó un edificio habilitado para escuelas”. Viene ahí el momento para retratar los colegios de la localidad, con cuatro maestros y cuatro maestras para cerca de siete mil habitantes en los que predominan los pobres, y algunos descalzos. Su conclusión es que se trata de “un pueblo bellísimo, deliciosa avanzada de una Andalucía próspera, con buenos maestros, pero pocas escuelas, instaladas impropiamente”.
Antes de esta dedicación a Aracena, en el preámbulo del capítulo menciona a Fuenteheridos y Galaroza. Pero también a la zona norte de la comarca, ya que entró en ella desde Fregenal de la Sierra, por Cumbres de Enmedio, subiendo en auto las cuestas de La Nava, aludiendo también a Cumbres Mayores, a los Picos de Aroche e incluso posteriormente a “Cortejana”.
Dice que es “la parte más amable y fecunda de Sierra Morena”, y que estos topónimos “suenan a fronda, a bosque, a fuentes frías y aires limpios, de altura”. Individualiza a La Peña de Arias Montano, al castillo de Aroche, a las grutas de Aracena y, posteriormente, a Fuenteheridos y Galaroza. Del primer pueblo dice que llegó al castañar de San Ginés, al Coso viejo y subió por las “escalerillas de piedra que conducen a la iglesia, con su torre esbelta y su galería de aspecto italiano”. Era alcalde un maestro y le sorprendió un guardia atendiendo el paso del autobús, “un verdadero policeman, el uniforme más brillante de Sierra Morena”. Fue él, quien le dijo que “en cuanto acabaran con los caminos vecinales iban a emprenderla con las escuelas”. Posiblemente, el alcalde-maestro al que se refería Bello bien podría ser Julio Fernández Tristancho, profesor cachonero que volvió a ser nombrado primer edil en 1936 y que fue fusilado en Aracena el 25 de agosto de ese año, tras el estallido del golpe de Estado.
Finalmente, también Galaroza merece unas palabras en esta obra. La sitúa sobre tres collados, y dice que “podría llamarse la villa blanca, sin o fuera más bonito su nombre árabe: Gal-Anosa, Jardín de la Prometida”. En realidad, la leyenda que rememora la fundación de este pueblo, recogida por el literato serrano José Andrés Vázquez en 1930, recogía el topónimo Al-Aroza, traducido como Valle de la Novia. En el texto de Bello, la localidad aparece rodeada de huertos, castaños, robles, chopos y bosques claros.
Precisamente, el gobierno municipal republicano cachonero afrontó en aquella etapa la construcción de un nuevo edificio con seis secciones para escuela graduada, para lo que recibió del gobierno de la Segunda República una subvención de 75.000 pesetas de la época. Una iniciativa que se sumaba al programa que impulsó la construcción de colegios por toda España durante la primera mitad de la década de los años treinta del siglo pasado.
Esta incursión de Bello por la comarca serrana en su serie de publicaciones sobre las escuelas del país finalizó con una reflexión amable sobre la zona, al decir que, por estos lugares, “la sierra de Aracena es siempre habitable. No tiene el ceño de Guadarrama, de Gredos o de Gata”.
El libro que dedica a la zona serrana se publicó en Madrid, en 1929, por parte de Renacimiento y la Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, S.A., incluyéndose una mención a la Librería Fernando Fe. El volumen, titulado ‘Más Andalucía’, recogía también, además de “las Siete Huelva”, capítulos dedicados a “Sevilla: Viaje preliminar”, “Jaén: Viaje a Santiago de la España” y un “Viaje de instrucción a Tánger”, con alusiones también a la provincia de Granada. Como dato anecdótico, se publican en el libro cartas que el mismísimo Juan Ramón Jiménez dirigió al autor, quejándose de algunos de los contenidos incluidos en el capítulo sobre Moguer.
La labor polifacética de Bello
El autor, Luis Bello Trompeta, fue un periodista, abogado, escritor y político nacido en Alba de Tormes el 6 de diciembre de 1872 y fallecido en Madrid el 6 de noviembre de 1935. Tras licenciarse en leyes y ser pasante en el despacho del político José Canalejas, derivó hacia el periodismo, trabajando en el Heraldo de Madrid, fue corresponsal en París del diario España, fundó en 1903 la revista Crítica y en 1916 Revista de Libros, dirigió los periódicos Los Lunes de El Imparcial y Luz, colaborando en los prestigiosos El Imparcial, La Esfera o El Sol. Entre 1925 y 1931 emprendió esta magna aventura que fue publicando en El Sol y que luego se editó en cuatro volúmenes. En sus escritos defendió una escuela pública, laica, moderna y regeneradora de los territorios de España y propuso crear una Sociedad de Amigos de la Escuela.
Miembro del partido Acción Republicana, al proclamarse la Segunda República fue elegido diputado para las Cortes Constituyentes, integrado en la candidatura republicano-socialista. Formó parte de la comisión que redactó la Constitución republicana y presidió también la Comisión del Estatuto para Cataluña. El 23 de marzo de 1928 Luis Araquistáin publicaba en las páginas de ‘El Sol’ un artículo pidiendo un homenaje nacional para Luis Bello, solicitud que recibió numerosos apoyos, recaudándose incluso más de 100.000 pesetas en pequeñas aportaciones voluntarias para comprar una casa para el escritor. La campaña fue replicada en Huelva por José Ponce Bernal, quien, en un artículo en ‘Diario de Huelva’ de 5 de abril de 1928 pedía la adhesión de toda la provincia. Como recoge su nieta, Felicidad Mendoza Ponce, en un escrito publicado en Huelva Información el año pasado, llegó a proponer a la Asociación de la Prensa de Huelva y a la Asociación Provincial del Magisterio que cada periodista y cada maestro de Huelva contribuyeran con dos pesetas. El propio Ponce aportó 5 pesetas.
En la prensa de la época llegó a tener cierta presencia, conservándose ejemplares de El Noticiero Sevillano, por ejemplo, en días como el domingo 18 de marzo de 1928, donde se recoge su conferencia en el Ateneo de esa misma tarde. En primera plana se publica una entrevista firmada por “Ilis”, con datos de gran interés. Bello llega a decir que en Santiago de la Espada se da un 80% de analfabetismo, llegando al 95% en las mujeres; o que le parece bien la cultura física y deportiva, pero ello requiere de una excelente alimentación, algo que no se da en las escuelas que va recorriendo, saliendo Andalucía mal parada en esta comparación, ya que ha observado aquí “una alimentación insuficiente, y de las herencias alcohólicas… ¡para qué hablar!... los chicos se cansan y fatigan al menor esfuerzo”. El final de la entrevista es descriptivo de su tarea, ya que confiesa tener siete hijos, por lo que “mi casa es una escuela”.
La conferencia mencionada estuvo repleta de datos y anécdotas, como las más de 1.000 escuelas visitadas, los 300 artículos publicados o las acusaciones de mal patriota por sus críticas al sistema escolar, que combate diciendo que “prefiere poner de relieve las partes negras a teñirlo todo de rosa y azul”. Finalmente, antes de leer su discurso y marchar a la Sociedad Económica de Amigos del País, Bello confiesa su modelo escolar al confesar que “cuando contemplo el espectáculo de una escuela, no veo al maestro instruyendo a niños, sino aleccionando al pueblo”.
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