La fábrica de Harinas de Santa Teresa
En defensa del patrimonio cultural
HACE unos años pensábamos que de todo el patrimonio industrial serrano la fábrica electroharinera de Encinasola, entonces sometida a la piqueta más invasora, iba a ser la última en perecer. Nos equivocamos, pues en los calurosos días del mes pasado otro establecimiento molinar, la antigua fábrica de harinas en El Repilado, ha sido sometida al mismo proceso.
Centrándonos en sus orígenes la fábrica no era sino uno más de los elementos que componían las edificaciones de la empresa eléctrica Santa Teresa, asentada en el Registro mercantil el 3 de marzo de 1902 bajo el impulso del ingeniero naval Román Talero García. Con objeto de diversificar el negocio concebido para generar electricidad, no en vano se había construido una central hidroeléctrica en el Salto de los Batanes, cerca de La Nava, se planteó la construcción de un establecimiento con instalaciones modernas y sólidas que albergaran, en aquel momento, la tecnología más puntera en materia de molienda.
Será finalmente el 10 de noviembre de 1902 cuando la alcaldía de Jabugo conceda el permiso para construir, cerca de la estación férrea de Jabugo-Galaroza, un edificio destinado a fábrica de harinas, panadería, sierras y otras industrias, no sin antes imponer ciertas condiciones de ubicación y diseño, como que la fachada que debía dar a la vía fuera decorada de modo que no resultara desagradable. Una vez levantada su construcción respondía a un nuevo estilo arquitectónico que se desarrolló a finales del XIX, la fábrica de pisos, que organizaba la transformación en torno a tres operaciones básicas: limpia, molienda y envasado.
En 1978 las edificaciones de Santa Teresa son adquiridas por Sevillana de Electricidad, que a su vez debido a la política de fusiones de las grandes empresas pasan a manos de Endesa, quien finalmente las ha vendido a un empresario chacinero, no sin antes asegurarse por parte del Ayuntamiento de Jabugo, y vía convenio, la posibilidad de que en ese espacio se puedan llevar a cabo usos industriales relacionados con la transformación del cerdo. Es decir, el Consistorio permite este proyecto a cambio de que el nuevo propietario respete el edificio de la central térmica donde se levantará el futuro museo de la electricidad.
Todo ello ha dado como resultado que las máquinas hayan acabado en un rato con uno de los edificios más emblemáticos de El Repilado, al que sin duda le seguirán otros. Y esto ha sucedido por no habérsele dado la importancia que tenía ni por las autoridades ni por los vecinos. Quizá si hubiera otra sensibilidad se hubiera evitado el desastre y el edificio del que hablamos figuraría en el catálogo de bienes protegidos de la Junta de Andalucía.
Y es que ya no se nos puede engañar como a los ratones con queso, justificando semejantes actuaciones con el escaso valor arquitectónico o en el deterioro que marca el paso del tiempo. La fábrica de harinas de El Repilado tenía muchos valores, primero el de su antigüedad, con más de 108 años a sus espaldas, el de ser el tercer edificio construido en hormigón armado en España y el más alto de la población, el valor de ser un referente de las primeras fábricas de harinas y el valor social de pertenecer al paisaje serrano y ser un contenedor de recuerdos imborrables, muchas veces de tiempos en los que el hambre que asolaba este espacio era mitigado por aquel gigante construido junto a las vías del tren. A ello debemos unir que no podemos entender la historia y desarrollo de El Repilado sin el concurso de Santa Teresa de Electricidad y sus bienes patrimoniales.
Ciertamente en el campo de la molienda cada día van quedando menos testigos de aquella primera revolución industrial de las Sierras de Aroche y Aracena que se desarrolló entre finales del siglo XIX y primer tercio del XX, tan sólo la fábrica de La Comunal en Aroche resiste el envite de la modernidad, amparada en la sensibilidad del Ayuntamiento y el hecho de constituir un producto de lo fondos de un bien comunal como es la finca La Contienda. Claro que creo que es llegada la hora de exigir responsabilidades y parar estas acciones, que aunque se realizan en nombre del progreso y los intereses económicos, desangran nuestro patrimonio cultural.
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