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Lepe/Desolación, tristeza y miradas perdidas. Este era el panorama en el asentamiento chabolista situado junto al cementerio de Lepe un día después de que un incendio arrasara en la madrugada del jueves un tercio del mismo –aproximadamente un centenar de chabolas–. Pero también necesidad, y muchos de los afectados ya trabajaban ayer viernes en la reconstrucción de un techo donde poder dormir.
Mientras tanto, según señaló a Huelva Información Raúl Sánchez Marín, responsable del proyecto de asentamientos de Cruz Roja en Huelva, los 140 afectados que pernoctaron el jueves en el estadio municipal de fútbol Ciudad de Lepe, situado a escasos metros de la zona quemada, y habilitado para ello por el Consistorio lepero, “han pasado bien la noche” gracias a la ayuda humanitaria proporcionada por varias entidades sociales –casi tres toneladas de Cruz Roja–, sobre todo alimentos cocinados como latas de conserva, leche o galletas, así como ropa y calzado.
El Ayuntamiento dispuso colchones para el descanso y baños para el aseo, así como fuentes municipales señalaron ayer que los afectados dispondrán de estas instalaciones deportivas municipales “mientras sea necesario”.
Según también precisó Sánchez Marín, de las 140 personas que pernoctaron en el estadio de fútbol lepero, unas 40 perdieron toda o parte de su documentación en el incendio, a las cuales “estamos asesorando y ayudando en todo lo que tienen que hacer para recuperarla”. En este sentido precisó que “lo primero es denunciarlo a la Guardia Civil, y después, dependiendo del documento y del país de origen del afectado, los trámites varían”. “Cruz Roja facilitará el traslado, renovación de pasaportes e importe de las tasas”, concluyó, toda vez que algunos de los consulados se encuentran fuera de la provincia onubense, como es el caso de Marruecos, Malí o Senegal.
Así las cosas, el asentamiento recuperaba ayer poco a poco la ‘normalidad’ y, muchos eran los que, martillo y azada en mano, levantaban de nuevo los efímeros chozos que integran el triste paisaje de una ‘infraciudad’ en la que durante los picos de la campaña agrícola llegan a convivir hasta 400 personas. Un suburbio hecho de plásticos, cartones, cañas o retazos de madera, y ubicado desde hace décadas junto a uno de los municipios agrícolas más prósperos de la provincia de Huelva, y a menos un tiro de piedra –y es literal– de un moderno parque comercial que alberga tiendas de todo tipo, restaurantes de comida rápida y hasta una gasolinera. Los afectados no quieren hablar.
Agachan la cabeza y rehúyen la mirada a los numerosos fotógrafos y cámaras de televisión que estos días recorren el arrasado campamento. Algo totalmente lógico cuando, fuera de foco, explican que no quieren salir en los medios de comunicación para que los familiares que han dejado en sus países de origen vean la situación en la que viven, y por lo que están atravesando desde la madrugada del jueves.
Pero después de intercambiar unas palabras interesándonos por su situación, un senegalés que no para de amartillar puntillas intentando unir varios palés de madera para construir la estructura de su nueva ‘vivienda’, accede a explicar a este periódico su caso, que no es muy diferente al de la mayoría de personas con las que convive en el asentamiento.
Sow –así dice que se llama–, tiene 53 años y lleva dos meses viviendo en el asentamiento de Lepe. Ha trabajado en la campaña de la fresa y calcula que en una semana, “cuando me pague el patrón”, se marchará a Lleida a la recolección de la pera y la manzana.
Lleva 19 años en nuestro país, donde cada año concatena las campañas agrícolas de Huelva, Lleida, la fruta en Zaragoza, la aceituna en Jaén o las verduras en Almería, y asegura que el único lugar donde se ve obligado a dormir en una chabola es en Huelva. En el resto de provincias “vivo en casas o en albergues”, pero aquí, “no sé si porque somos negros, o porque realmente no hay, no es posible encontrar una vivienda para alquilar”.
Con rotundidad afirma que “claro que tengo dinero, para eso trabajo, y no me gusta vivir en estas condiciones, pero cuando llego aquí cada campaña recorro la zona en busca de vivienda, siendo totalmente imposible. Nos dicen que no hay y las pocas que puedes encontrar son excesivamente caras, o nos piden como garantía varias nóminas y otros documentos que no tenemos”. “Al final al campamento. Y así, un año tras otro”.
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