Juan Antonio Wamba Aguado: Aparejador a la vieja usanza

Gente de Aquí y Allá

Hace casi 30 años, cuando él era el presidente del Colegio de Arquitectos Técnicos y Aparejadores de Huelva, me regaló un precioso libro titulado 'Huelva, antes y ahora'

Gente de aquí y allá: Ramón Llanes Rodríguez, señor de la poesía

Juan Antonio Wamba Aguado.
Juan Antonio Wamba Aguado. / M.G.
Miembro de la Academia Iberoamericana de La Rábida

09 de diciembre 2024 - 05:00

Huelva/Hacía tiempo que no me encontraba con mi buen amigo Juan Antonio y me hizo mucha ilusión, además de mucha gracia, porque me dijo que me seguía y sabía de mí por lo que leía en el periódico. Y me dijo que lo leía con ilusión y con muchas ganas porque estaba harto de ver cómo en todos los medios todo es “poner verde” a unos y a otros y, sin embargo, yo solo escribía de gente buena, gente que hacía bien por el pueblo y por los demás y que, por tanto, leer mis artículos le suponía un remanso de paz. Pero lo que él no sabía es que yo iba a escribir de él, porque también es merecedor de ello por hacer siempre el bien.

Juan Antonio y yo nos conocimos hace mucho tiempo, en nuestros comienzos profesionales. Fueron algunos trabajos topográficos los que nos unieron y, como dice mi buen amigo Manolo de la Corte, yo soy un “recolector de amigos”. Y es verdad, cuando la gente es buena y va haciendo el bien por el mundo, la incluyo inmediatamente en mi corazón. Este es el caso de Wamba, que es como lo conocemos por tener un apellido tan singular y que comparte con un rey godo, que por cierto murió en el pueblo burgalés de Pampliega, donde viven mis primos y que visito de vez en cuando.

Hace casi 30 años, cuando él era el presidente del Colegio de Arquitectos Técnicos y Aparejadores de Huelva, me regaló un precioso libro titulado Huelva, antes y ahora, que habían hecho mis también buenos amigos Pepe Hernández y Lola Lazo; y que conservo en mi pequeña biblioteca, porque es una joya.

Mi querido amigo nació en Sevilla en 1949, igual que yo. Por lo tanto, como a él le gusta decir, ambos somos del “remplazo del 49”. Hijo de Antonio Wamba Aguirre, licenciado en Ciencias Químicas; y de Ana María Aguado, que tenía tres carreras y era profesora mercantil, graduada social y maestra, pero que no ejerció ninguna porque se dedicó en cuerpo y alma a sus hijos, que tenia cuatro.

Como su padre trabajaba en la gran industria química Cros y cambiaba a menudo de fábrica: Badalona, Alicante, Sevilla, Huelva y Madrid; el niño cambiaba mucho de colegio, pero siempre en los hermanos Maristas hasta que empezó la carrera de Arquitectura, que no llegó a terminar. Su padre quiso que estudiase otra carrera y, como a él le gustaban los ladrillos, se hizo aparejador, de lo cual no se arrepiente porque ha hecho toda su vida lo que le ha gustado.

En 1980 se casó con Toñi Romero López, a la que yo conocí cuando montó una tienda de moda en la calle Puerto de Huelva; y tuvieron dos hijas, María y Helena, que les han dado tres nietos que, después de su profesión, son su pasión y pasan con ellos todo el tiempo que pueden porque los hacen muy felices.

Viven en Huelva, pero por motivos de trabajo él ha venido muchas veces a Punta Umbría. Es más, aquí fue donde nos encontramos el otro día porque, aunque está jubilado como técnico municipal del Ayuntamiento de San Juan del Puerto, sigue ejerciendo como autónomo y está llevando la dirección de la obra hidráulica de la calle Ancha junto al arquitecto Antonio López, a quien también me dio mucha alegría saludar porque es otra persona a la que desde hace mucho tiempo aprecio.

A casi todos los aparejadores se les asocia con un solo arquitecto, pero a mi amigo Wamba no, porque él ha colaborado y trabajado con todos los de Huelva. No obstante, si con alguno ha colaborado más, ha sido con mi querido primo Carlos Barranco Fernández de la Maza. Especialmente recuerdo las obras de restauración del Círculo de Instrucción Comercial de la Calle Marina de Huelva y también, entre otras muchas, las del Palacio de Mora Claros. Tanto mi primo como él formaba, por su gran sensibilidad, la pareja ideal para este tipo de restauraciones.

Juan Antonio es un gran trabajador, pero ha tenido tiempo para disfrutar de sus grandes aficiones como el piragüismo y ha realizado el descenso de varios ríos como el Órbigo, que recorre las provincias de Zamora y de León; el Segura, en el levante español; y el del Ebro. También por afición y por su espíritu solidario fue colaborador de la Cruz Roja del Mar. Y mira por dónde, las tres casetas de la Cruz Roja que se construyeron en Punta Umbría las diseñó él, una en la Punta de la Canaleta, otra en la playa del Altair y otra en La Bota, siendo el constructor el puntaumbrieño Juan Cazorla. Y no se me olvida lo bien que lo pasamos en las fiestas de San Juan con los toros y vaquillas sueltos por las calles.

Durante su época como aparejador municipal del Ayuntamiento de San Juan del Puerto colaboré con él en muchos proyectos y siempre me acompañaba, pues se involucraba mucho en todos los trabajos. Recuerdo uno de los últimos que hicimos y que consistió en realizar los levantamientos detallados para la construcción de un parque muy cercano a las vías del tren.

Nunca dejó de aprender, porque es verdad que donde mejor se aprende la profesión es en el propio trabajo, pero él nunca dejó de estudiar. Por eso hizo cientos de cursos y obtuvo muchos títulos sobre prevención de riesgos laborales, coordinación de seguridad, mecánica de suelos, rehabilitación de edificios, valoraciones, perito forense, humedades en la edificación y muchos más; lo que le ha permitido ser siempre muy valorado en la profesión y ser algo más que un “alarife”, como decían los antiguos y los árabes. A mí me gusta más llamarle “aparejador a la antigua usanza”, es decir, aparejador de los de antes.

Me he alegrado mucho de reencontrarme con él porque fue siempre muy buen compañero y amigo. Y los buenos amigos deben conservarse porque son joyas. Muchas gracias, querido Juan Antonio, porque sé que es reciproca nuestra sincera amistad.

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