Rafael José Hernández Conde, 'El polvorilla'
Gente de Aquí y Allá
Lo que más me maravilló del protagonista de este lunes es el comportamiento como cuidador de enfermos
Joaquín Barba Quintero: Notable ingeniero de caminos puntaumbrieño
A Rafael lo conocí un día en la triste y gris habitación de un hospital. Él estaba allí acompañando a su hermano Curro y en esto llegué yo junto a Camino, mi mujer, que me acababan de ingresar. Fui muy bien recibido y me ofrecieron toda clase de ayuda, cosa que se agradece en el alma porque donde mejor se está es en casita y, como no podía ser, lo mejor es tener tan buenos compañeros de habitación y gente tan agradable que te haga la estancia lo más llevadera posible. También en los días sucesivos vinieron mis hijos Javier, Fernando Y Cristina, que quedaron impresionados con el cariño de Rafael.
Yo, afortunadamente, era consciente de que lo mío era breve, pero lo que tenían por delante Curro y su acompañante era más peliagudo. No obstante, me maravilló el comportamiento de los dos hermanos y, sobre todo, de Rafael, que aguantaba carros y carretas con los dolores de su hermano.
A Curro al menos le ponían fuertes calmantes, pero Rafa aguantaba el tirón un día y otro sufriendo al ver y estar junto a su hermano querido. Afortunadamente he seguido teniendo contacto con ellos y sé que todo fue bien y que están estupendamente, sobre todo Curro, que era el que peor lo tenía.
Traigo hoy aquí a estas páginas al bueno de Rafael, que él mismo, al presentarse, me dijo que de jovencillo le llamaban “el polvorilla”. Y lo traigo porque la figura de un cuidador de enfermos es muy importante y no siempre bien valorada, pero según mi entender es una persona digna de tenerse en cuenta y ofrecerle todo nuestro cariño por el bien que hacen.
Rafael era el menor de tres hermanos y nació en Huelva en febrero de 1963. Hijo de Idelfonso Conde Terrón, delineante de profesión y que trabajó en la Fundición de Matías López, que supuso toda una revolución social. De allí salió el famoso banco de fundición modelo “Huelva”. De pequeño Rafael recorrió varios colegios de la ciudad y terminó el bachiller en el instituto La Rábida para, después, irse a estudiar la carrera de Ingeniería Técnica en Explotaciones Forestales, estudios que tuvo que abandonar al ser llamado “a filas”. Le tocó nada más y nada menos que una época algo convulsa en Melilla, ya que le cogió de pleno la Marcha Verde, con aquella invasión marroquí sobre el Sahara Español y que nadie recuerda ya, o no quieren recordar, la gran cantidad de muertos que hubo por parte de Marruecos. A todo esto, Franco estaba agonizando y todos nos preguntábamos qué pasaría al morir, lo que suponía una incertidumbre más para los pobres soldados que por obligación estaban donde estaban.
Y por fin Rafael terminó su servicio militar y volvió a su Instituto Politécnico de La Rábida para continuar sus estudios que, por diversas causas, no pudo acabar y se puso a trabajar. Cambió varias veces de empleo e hizo de todo, pero lo que más le gustó fue trabajar con la familia Cucala en el frío industrial. Después trabajó en una empresa de servicios hasta que le llegó la fecha de la jubilación el año 2018. Él presume, y yo doy fe de ello, de que cada cliente se convertía en un amigo.
Se casó con Josefa Cintado, a la que conocía desde que eran bien jóvenes, y tuvieron una hija que es enfermera y que vive y trabaja en Mallorca. Yo la conocí en el hospital cuando vino a visitar a su tío Curro. Rafael se siente muy puntaumbrieño, no en balde dice que tiene familia en nuestro pueblo porque desde muy pequeño estudió en Huelva con Pedro Gil Mazo y se hicieron muy amigos y de toda su familia también. Por eso me habla de Pedro, Pascual, Joselito, Cayetano y Anita Marí con un fraternal cariño. Y de esa larga y duradera relación también surgió la amistad con la familia Cordero: Juan, Inés, sus padres y muchos más que me nombra sin parar.
Pero mi amigo, además de ser muy buena persona, muy trabajador y amigo de sus amigos, es un gran poeta y a mí me ha dedicado algunas de sus poesías, que me emocionan al leerlas. Me llama el topógrafo de la escritura y el topógrafo de lo humano, me dice que con mi nivel de burbujas arreglo los desniveles que las injusticias ha provocado. Escribe: “Camino y Barranco en las lindes y en las tierras se hicieron uno”, en clara alusión a mi mujer, que tiene ese nombre tan bonito y bucólico.
Pero sin duda lo más importante de Rafael es su gran corazón, reconocido por todo el que lo conoce.
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