La rehabilitación del patrimonio de Galaroza, ejemplo en prestigiosas revistas de arquitectura
Carlos Gómez convierte la antigua posada en un referente patrimonial
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La labor de Carlos Gómez Sos con la antigua posada de Galaroza viene siendo destacada, desde que hace años este arquitecto decidió establecerse en la localidad. Ha convertido el inmueble en una referencia en varios ámbitos y así ha sido reconocido recientemente en diversas publicaciones de prestigio relacionadas con la profesión.
Medios como Afasia Archzine, Monocle o Archdaily y canales ubicados en lugares como Polonia, Eslovaquia o Argentina se han hecho eco de la tarea desarrollada por Gómez en este lugar, en reportajes que han sido realzados por las magníficas y expertas fotografías de Manolo Espaliú, resultando una tarjeta de presentación de Gómez, de su trabajo y también del patrimonio arquitectónico serrano.
La Posada es símbolo del pueblo por muchos motivos. Su faceta histórica es incuestionable, estando considerado como uno de los edificios más antiguos de Galaroza, hundiendo sus raíces en el siglo XIV. Ha alojado a personajes de renombre, como Álvaro de Castilla, que llegó a ser miembro del Consejo Real de Castilla durante el reinado de Felipe V, e incluso está considerada como la cuna de José Joaquín Romero Fernández de Landa, el primer ingeniero naval de la marina española. Además, es como la puerta de entrada al barrio de Los Riscos, una de las zonas más intrincadas y auténticas del pueblo.
La investigación ha ofrecido documentos históricos que muestran la sucesión de propietarios del lugar, hasta que en 1993 vino a ser descubierto como recreo por la familia de Gómez, quien dos décadas más tarde lo escogió para instalar su estudio inN Arquitectura.
Su intención dificultaba aún más la pervivencia de la casa, ya que la ubicación de una oficina con intenciones contemporáneas e innovadoras requería de una apuesta decidida y arriesgada. La idea fue desde el primer momento conservar el inmueble aportando dosis de modernidad, de comodidad y de eficiencia energética, respetando la tradición, los materiales y la estética propias de la arquitectura vernácula serrana.
Lo consiguió creando espacios nuevos, adaptando los existentes, solventando daños estructurales, mezclando estilos autóctonos con soluciones nuevas que dieran nueva vida a cada rincón. Tuvo que resolver el problema de hacer del estudio también su morada, con los inconvenientes supuestos en términos de habitabilidad.
Al final, como reconoce el autor, el resultado vino de la mano de su actitud ante la vida y la profesión, adaptando zonas de trabajo y simultaneándolas con las domésticas para conformar un híbrido entre profesión y vida, pudiendo convertir un salón en sala de exposiciones o un despacho en dormitorio principal, según las necesidades.
Se mantienen la bodega o el horno de barro en el doblao, materiales constructivos como la piedra, la madera o el tapial, que se combinan con el hierro y el cristal, con el aumento de los volúmenes y de la luminosidad.
Un ejemplo está en la antigua cuadra, que le ha permitido “repensar el resto de la bodega, la que fuera posada de arrieros, contrabandistas y caminantes, como un nodo de socialización en torno a la artesanía, las artes y la cultura en general, recuperando así su vocación pública”.
Ha dotado al lugar de un pequeño espacio de laboreo agrícola, con la huerta y el aterrazamiento del corral, para conseguir ámbitos nuevos de trabajo que coexisten con el arquitectónico, y también de vida saludable a la que el habitante no renuncia.
El concepto de las gradas habitables salva el desnivel que existía entre estancias como la cocina, el comedor, el baño o el dormitorio principal; unas cotas que también variaban en la calle.
La consecución de “espacios expansivos naturales del hogar”, como el corral o la bodega, le han permitido convertir el inmueble en algo más que una casa, y en algo más que un estudio profesional. Como muestra, sólo hay que mencionar la sala de exposiciones que ya ha recibido actividades como la experiencia vivida con las sillas cachoneras de los hermanos Valle y las asenteras.
La rehabilitación de La Posada llevó cinco años, “un proceso largo y arduo en el que cada decisión fue fruto del cariño y la precisión”, tiempo en el que todas las superficies fueron tratadas en varias ocasiones, con el principio de que “todo aquello que de valor en ella había, fue reutilizado en el mismo lugar o en otro en que fuera de utilidad”, como tapiales, piedras, tejas, puertas o baldosas de barro. Estos criterios acercan la obra a la arquitectura ecológica, utilizando mortero de cal, baldosas de barro procedente de la cercana localidad de Valdelarco o, sobre todo, las zonas maderadas aportadas por las manos expertas de los carpinteros de Galaroza
Todo ello ha dado como resultado un producto inserto en la autenticidad que pregona Gómez en sus obras. En sus palabras, todas las decisiones tomadas en la rehabilitación de la casa responden a una sola premisa: “leer cada espacio como versos de un poema”.
El producto final ha sido extender la vida de la casa a “una generación o dos más de vida para albergar el ensueño de sus habitantes”. Aun así, considera la obra no acabada, “y es bueno que así sea, todo ha sido tan solo una página más en sus siete siglos”. Su objetivo ahora es habitarla “mientras queramos, o podamos, para dejarla en manos del siguiente posadero”.
Carlos Gómez, miembro de la Asociación de Empresarios, Comerciantes y Autónomos de Galaroza, rescata con su obra de rehabilitación la historia de La Posada, de sus primigenios propietarios, de aquellos emprendedores históricos serranos, como los estudiados por la Asociación Cultural Lieva con la colaboración de la Fundación Unicaja. Y consigue así una nueva aportación a la vida de Galaroza, localidad en la que desarrolla su proyecto vital y profesional.
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