Los silencios del Señor Manolo

Historia

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A la derecha, Dolores, esposa de Manuel, junto a Bustar y otras maestras y niñas de Las Chinas.
A la derecha, Dolores, esposa de Manuel, junto a Bustar y otras maestras y niñas de Las Chinas. / Pedro Rasco

Huelva/La plácida vida en la aldea de Las Chinas se vio truncada el 24 de agosto de 1936. La entrada en la localidad de las tropas sublevadas contra la Segunda República provocó alboroto, disparos de los que aún permanecen huellas, y hasta el asesinato de una persona con discapacidad que se encontró en el lugar y momento equivocados.

Se iniciaba entonces una etapa de miedos y represión que afectaron a muchas familias del pueblo. Una de ellas fue la de Manuel Tristancho Tristancho, quien se vio obligado a ocultarse durante más de dos años y medio en el hueco de una pared de su casa, junto a la cuadra. Cual protagonista de ‘La trinchera infinita’, Manolo sufrió cautiverio doméstico, angustia personal y familiar hasta 1939. A partir de entonces, se encontró con otra prisión, la carcelaria y la de la indignidad, que le afectó para toda la vida.

Casa donde estuvieron escondidos Manuel y Cándido Tristancho, junto a la cuadra, en la puerta estrecha de la derecha.
Casa donde estuvieron escondidos Manuel y Cándido Tristancho, junto a la cuadra, en la puerta estrecha de la derecha. / Pedro Rasco

La ocultación y los años de sufrimiento

La tragedia familiar comenzó con la persecución emprendida hacia los simpatizantes de los partidos o instituciones de la Segunda República, lo cual le hizo esconderse de posibles represalias. Lo hizo en compañía de su hermano Cándido, quien también temía por su vida por haber sido alcalde pedáneo en Las Chinas. Su madre, María Dolores Tristancho Márquez, jugó un papel destacado en esta ocultación familiar, cuidándolos, alimentándolos y comprando inteligentemente medicinas para sus enfermedades en la farmacia de Jabugo o de Aracena, para no levantar sospechas. La cautividad elegida se produjo en condiciones desfavorables de salubridad y de convivencia, ya que, según algunos comentarios, no se llevaba bien con su hermano, con quien tuvo que compartir escondite durante dos años y seis meses.

documento del Juzgado de Galaroza sobre Manuel Tristancho.
documento del Juzgado de Galaroza sobre Manuel Tristancho. / Archivo Tristancho Lieva

Fue su madre, precisamente, quien les acompañó al cuartel de la Guardia Civil de Galaroza, el 27 de abril de 1939, una vez terminada la Guerra y ante el llamado oficial de que nada habían de temer quienes no tuviesen delitos de sangre. Ese día, por el contrario, comenzó otro calvario.

Fue procesado por “auxilio a la Rebelión Militar” en el juicio sumarísimo que se instruyó el 1 de septiembre de 1939. Más de seis años le tuvieron en vilo, preocupado por su destino final. En su transcurso, vivió aún más penalidades, en el Campo de Concentración de Prisioneros de Guerra de Huelva, en el del Puerto Pesquero, en los Campos de Concentración de Almería o de Rota o en el Batallón de Trabajadores número 210 de Algeciras, entre otros recintos represivos.

Escrito sobre el sobreseimiento de la causa contra Manuel Tristancho.
Escrito sobre el sobreseimiento de la causa contra Manuel Tristancho. / Archivo Tristancho Lieva

En su primera y en sucesivas declaraciones, sus palabras fueron sinceras, manifestando haber pertenecido al sindicato UGT, sin haber desempeñado cargo directivo alguno. Tan sólo reconocía, como supuestos hechos delictivos, haber participado en servicios de vigilancia en la aldea tras el golpe de Estado, tarea encomendada por el Comité de Galaroza. Huyó al campo junto a su hermano el 28 de agosto de 1936, hasta el 4 de octubre, en que se refugiaron en el hueco de una pared de su casa. Pero se encontró con un horizonte penal mucho mayor, ya que fue acusado de haber participado en robos de ganado, asalto a domicilios y, sobre todo, de la quema del templo parroquial de Galaroza, que tuvo lugar el 25 de julio. El colmo de la persecución infundada fue la acusación de haber participado en la destrucción de la ermita de Las Chinas, algo que no se produjo hasta décadas después.

En estos juicios, la práctica habitual de las autoridades franquistas era recabar informes personales procedentes de autoridades o ‘personas de orden’, como miembros de la Guardia Civil, falangistas, sacerdotes, alcaldes o propietarios. Todos estos testimonios condenaban a Manuel Tristancho por “ser elemento marxista y miembro del Partido Socialista” y “suponer que intervino en los desmanes cometidos en Galaroza y los pueblos vecinos”. Pero ninguno de ellos, tampoco el de los testigos, pudieron aportar prueba alguna de las acusaciones, como sucedió en innumerables procesos.

Manolo también contó con testimonios favorables, como los de Fernando Sánchez y Francisco Muñiz, quienes afirman que era “simpatizante de izquierda, que estuvo trabajando para ellos, no teniendo queja alguna, portándose en todo momento bien y fielmente en el trabajo al cual le consideraba de buena conducta y no tienen conocimiento de que haya participado en hechos delictivos”.

Portada del juicio contra Manuel Tristancho.
Portada del juicio contra Manuel Tristancho. / Archivo Tristancho Lieva

Además, el reo aporta información sobre el hijo de una maestra que podría testificar en su favor, ya que se encontraba con él durante el momento de la quema de la iglesia cachonera. Este hombre, afecto al nuevo régimen, declarará que aquel día acompañó a Manuel Tristancho a comprar tabaco en el camino hasta Galaroza y de regreso a Las Chinas, que observaron ruido y humo de un incendio, del que luego se enteraron que era el del templo aludido, por lo que de ninguna manera podría haber participado en la quema.

A este se sumaron varios testimonios más, exculpatorios de este y otros delitos, pero no será hasta el 28 de julio de 1941 cuando el auditor afirma que el señor Manolo es persona de buena conducta y que, como no se ha podido comprobar que participara en hechos delictivos, procedía el sobreseimiento provisional de esta causa y que se le comunicase al encartado la libertad. En septiembre se le excarcela de la prisión de Huelva y se pone en Libertad Vigilada, práctica habitual en los años 40 del siglo pasado con los presos republicanos. Cinco años después, este servicio acusa recibo del sobreseimiento de su causa de forma oficial.

Lo sucedido a su hermano Cándido fue semejante, aunque con agravantes, ya que se consideró probado que era el responsable en Las Chinas del Comité de Galaroza. El procedimiento del consejo de guerra sumarísimo fue muy rápido, siendo juzgado en julio de 1939, pocos meses después de su entrega. Se le condenó por Rebelión Militar a la pena de reclusión perpetua, que posteriormente fue conmutada en Madrid por la de doce años y un día de reclusión.

Los silencios y la huella

La historia de su tragedia la ha contado su amigo, Pedro Rasco, profesor del colegio de Galaroza, junto a su esposa, Bustar Cobas, la última maestra rural de Las Chinas. Rasco recogió en un texto el agradecimiento por el trato que dispensaban el Señor Manolo y su mujer, Dolores, a él y a su esposa durante los años 60. Él la llevaba a Las Chinas “antes de las nueve de la mañana, ya que las clases empezaban a las nueve y media, en el primer coche que tuvimos, un Citroen Dyane 6. De allí me marchaba a Linares de la Sierra y Bustar era recibida por el señor Manolo y Dolores con los brazos abiertos. La chimenea estaba encendida y allí esperaba hasta la hora de comienzo de las clases. Una casita de pueblo muy humilde pero llena de cariño para nosotros”, afirma.

Cuando volvía sobre las cinco y media de la tarde a Las Chinas para recoger a su esposa, siempre tenían algo para ofrecerle, ya fueran castañas, patatas, peros asados o bien una cerveza. “Poseían muy poco, apenas algunas gallinas y un trozo de tierra, pero lo que tenían estaba a nuestra disposición”, reconoce.

El Señor Manolo nunca opinaba de política, según Rasco, que recuerda perfectamente el día que mataron a Carrero Blanco, cuando “él quiso decir algo, pero rápidamente Dolores le interrumpió y se enfadó con él, que no continuó hablando”. Después de treinta y cinco años de terminada la Guerra Civil, “ésta había dejado en ellos una huella imborrable, el miedo aún estaba en el ambiente”.

En una ocasión le pidió su opinión sobre Luis Navarro Muñiz, alcalde republicano de Galaroza fusilado el 5 de septiembre de 1936 en Fuenteheridos. La respuesta fue tajante y sorprendente por inhabitual: “el único ‘pecado’ que había cometido Luis Navarro fue exigirle a los ricos trabajo para que los pobres pudiéramos comer”.

La estampa que dibuja Rasco de aquel hombre es la una persona “reservada, tímida, temerosa, traumatizada, y no me cabe duda fue debido a los durísimos acontecimientos que le tocó vivir”. Cuando le conocieron estaba superando una grave enfermedad, la tuberculosis que probablemente contrajera durante el tiempo que permaneció escondido, debido al intenso frío del lugar en invierno y las pésimas condiciones de ventilación y luz del cubículo, y a sus años de prisión. Manuel falleció el 15 de octubre de 1980.

Pedro Rasco escribió un emotivo y “sencillo trabajo en homenaje a su memoria y como pequeña aportación a la verdad histórica y a la paz”. Sus palabras fundamentan una historia triste que ilustra la tragedia vivida en los años treinta y cuarenta por muchas familias en la Andalucía rural.

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