Los tres hermanos ‘Espiri’ rinden homenaje al forjador de sueños en metal que fue su padre
Cultura
Espiridión Rodríguez Romero inspiró la obra artística de sus tres hijos
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Aracena/La escultura en metal es una modalidad artística de gran valía que ha ofrecido numerosos ejemplos a lo largo y ancho de la provincia de Huelva. Herreros y forjadores han ofrecido piezas notables en cuanto a calidad y valoración. No obstante, no es habitual que la afición y el prestigio se transmitan de padres a hijos, al menos en las últimas décadas.
Este fenómeno de sucesión familiar se da en Aracena y se puede comprobar en la exposición La Fragua de Espiri, que se mantiene abierta hasta el 4 de enero de 2025 en el Teatro Sierra de Aracena, en horario de miércoles a domingo de 18:30 a 20:30 y los sábados y domingos también de 12:00 a 14:00, impulsada por el Ayuntamiento aracenés.
Se trata de un homenaje a Espiridión Rodríguez Romero, maestro artesano de la forja que se dedicó a la fabricación de útiles y arreglos para las tareas domésticas y laborales durante muchos años en la comarca.
Lo verdaderamente simbólico y atractivo, además del recuerdo a su labor, es que se hace a partir de la obra en metal de sus tres hijos, Manuel, Emilio y Espiridión Rodríguez García, ya que los tres han experimentado esta labor artística, en mayor o menor medida.
Espiri, junto a su esposa, Matilde García, supo insuflar en su descendencia el amor por la creación en el yunque y la domesticación del fuego para convertirlo en formas útiles y también eternas.
La familia tiene noticias de varias generaciones de antepasados que cultivaron el arte de la forja, incluyendo al abuelo de los expositores, Espiridión Rodríguez Losada, herrero que se dedicó a fabricar y arreglar útiles para labores agrícolas.
Su hijo, y padre de los actuales artistas, extendió la labor hacia las tareas del campo, objetos para naves de animales, rejas, cancelas, barandas, escaleras y todo lo necesario para la casa y para otras profesiones.
La iniciativa es un reconocimiento a la trayectoria vital y profesional de su padre por parte de sus vástagos, fieles continuadores de una obra que ya se ha orientado hacia otras vertientes, más artísticas, decorativas o de ocio. La intención es clara, en opinión de los tres hermanos: preservar la memoria de su padre, para que su nombre no caiga nunca en el olvido, no sólo a través de la continuidad del trabajo, sino también con actos conmemorativos como esta exposición.
En el texto que acompaña a la invitación se explicitan las razones para rendir homenaje a Espiridión Rodríguez Romero, calificándole como el hombre que dominó y moldeó el fuego y “lo hizo suyo, en esa lucha ancestral con el elemento mágico asociado a la civilización antigua de los hititas”.
Se narra cómo sus descendientes, “en una secuencia lógica posterior a los méritos de este innovador, una vez aprendida en profundidad la alquimia de la fragua, llevaron su legado a un estadio más elevado”. En efecto, ellos añadieron otro espíritu a la trayectoria de su padre, “pasando del arte doméstico, decorativo y práctico de su progenitor al arte puro, al arte sin concesiones, al arte por el arte”.
El resultado fue la transformación de la vieja fragua en otro lugar, más relacionado con la creatividad, con la imaginación, con el taller del artista. Un espacio renovado donde los tres hermanos comenzaron a desarrollar sus ideas y a dar rienda suelta a su imaginación.
Ya no salieron del lugar viejas cancelas, hachas o cerrojos, sino formas fantásticas, sentimientos enraizados, ingenio domesticado hacia el hierro y sueños de diverso entendimiento, desde las ilusiones y esperanzas hasta el horror oscuro.
En el texto mencionado, firmado por Manuel Márquez, se esbozan los estilos enfrentados de los tres artistas protagonistas. Las cabezas surreales colgante y figuras de fantasía “frutos del mundo onírico de Espiridión”, a los “animales surgiendo de planos tridimensionales poderosos, amenazando el espacio y llevándonos a otra realidad donde lo conocido es sustituido por lo insólito, como vemos en la producción de Emilio”; o las “obras que nacen de una nueva concepción del arte, con una volumetría idealizada del hombre que aflora en las esculturas de Manuel Ramón”.
Formas, por tanto, muy distintas, entre las que abundan animales, criaturas mitológicas, toreros, escenas circenses, arqueros y trabajos, en general, que muestran “figuras etéreas y delicadas, casi intangibles, que parecen salidas de una ensoñación poética”.
En definitiva, “un homenaje mil veces merecido a la persona cuyo nombre fue homónimo del primitivo santo cretense; un verdadero taumaturgo, como aquel, cuya magia ejerció en el taller donde pasó su vida; un artesano con mayúsculas que dominó la materia y supo ser tanto un profesional como un innovador”.
Aunque los tres hermanos han desarrollado esta cualidad creativa, su producción es de desigual difusión. Por ejemplo, en el caso de Espiridión, se trata de una de las escasas ocasiones en las que su producción se expone al público, más allá de alguna iniciativa local, lo cual refuerza el interés y la oportunidad para apreciar sus obras. Lo que está fuera de dudas es la calidad de sus trabajos, entre las que destaca una hermosa cabeza humana y animales mitológicos.
Emilio tiene una más amplia producción, con dotes de gran artista. De formación autodidacta, ha centrado su trabajo en algunas etapas en retratar formas femeninas, con la dificultad que ello entraña, atestiguando con piezas irrepetibles una destreza como hay pocas en la provincia de Huelva.
Por su parte, Manolo ha cumplido hace poco medio siglo de andadura tras un reconocido trabajo al que ha denominado Formas en metal. Además de creaciones antropomorfas, destacan sus objetos y utensilios de la vida cotidiana, a los que imprime un sello especial. Lámparas de todo tipo y altura, mesas, cabeceros, sillas inimaginables, cristaleras, cancelas, taburetes, barandas para escaleras, juegos para chimeneas, veletas, faroles, percheros, relojes, fruteros, atriles o espejos adornan casas de medio mundo imprimiendo un marchamo de distinción a cada hogar.
En cuanto a sus tótems inspiradores, encontramos a la flor del loto, a las esbeltas siluetas humanas, a sus omnipresentes guerreros o a los animales mitológicos, sin olvidar a las placas ídolos salidos de yacimientos arqueológicos como el de la Cueva de la Mora, en Jabugo, y que se conservan en el Museo de Huelva.
La Fragua de Espiri ofrece, pues, una oportunidad única para conocer la trascendencia del arte, su transmisión generacional, su capacidad para adaptarse a nuevas visiones y, sobre todo, una muestra del homenaje a Espiridión Rodríguez Romero por parte de sus hijos, continuadores de una saga que morirá con ellos.
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