El triángulo de los Templarios

Los pasos de la orden del temple Desde Jerez de los Caballeros a Cortegana, Lepe y La Rábida

Un libro de Emilio Carrillo desvela los secretos y falsos mitos del Temple en Huelva · Una exacta traza de 124 kilómetros une Jerez con Lepe, La Rábida y Sevilla, reposando en Cortegana

El Castillo de Cortegana parece ocultar su origen Templario.
R.M./Huelva

04 de enero 2010 - 05:01

El escritor sevillano Emilio Carrillo Benito acaba de presentar su libro La Orden del Temple: Un nuevo descubrimiento (Editorial Itucci Siglo XXI). Una obra que analiza el modelo geoestratégico de localización en dominios castillos y propiedades seguido por la Orden del Temple durante sus dos siglos de existencia, desde su constitución en Tierra Santa a finales del siglo XI hasta su disolución por bula papal en 1312.

La Orden fue fundada en 1118 en Francia. Se dedicaba a proteger la vida de los peregrinos cristianos a Tierra Santa. Crearon un gran poder económico y militar lo que le valió la enemistad. Felipe IV de Francia presionó al Papa Clemente V para que los disolviera. Fueron eliminados, quemados y torturados en 1307. Dicen que aún perduran.

El estudio acometido por Emilio Carrillo demuestra de manera rigurosa y amena que la llegada, expansión y afianzamiento del Temple en los amplios espacios que tuvo bajo su control entre 1230 y 1312 en las hoy provincias de Badajoz, Huelva y Sevilla (en gran parte, lo que fue el antiguo Reino o alfoz de Sevilla) es una plasmación patente de los perfiles y características de tal modelo. Representa un caso práctico de indudable valor en el conocimiento del modus operandi de la Orden.

El texto realiza una breve síntesis acerca del abolengo y procedencia de los castillos que jalonan la Sierra de Aracena: Almonaster, Aracena, Aroche, Cala, Cortegana, Cumbres Mayores, Encinasola, Santa Olalla y Zufre, algunos de los cuales han sido tradicionalmente ligados a la historia y al quehacer templarios.

A renglón seguido, se examina la conquista cristiana de esta comarca onubense, tan conflictiva como dilatada, ya que no puede darse por finiquitada antes de la firma de los acuerdos de Badajoz, en 1267.

El libro analiza el proceso de asentamiento de la Orden del Temple en el entorno territorial más cercano a la Sierra de Huelva, el sur de Badajoz, donde los templarios conformaron a partir de 1230 su dominio más extenso de toda la Península Ibérica: el Bayliato de Jerez de Badajoz (hoy, de los Caballeros).

La obra investiga la expansión del Temple por el Reino de Sevilla con ocasión de la toma de la ciudad hispalense por Fernando III, en 1248, lo que permite dibujar con precisión el mapa templario hacia mitad del siglo XIII en toda la zona que configuran las provincias de Badajoz, Huelva y Sevilla, constatando cómo tal mapa se basa en un triángulo con tres vértices principales: Jerez de los Caballeros, al norte; Sevilla, al sureste; y el eje La Rábida, Isla de Saltés y Lepe, al suroeste.

El trabajo de Carrillo indaga acerca del origen del Castillo de Cortegana, cuya construcción, sobre la que existen muchos interrogantes, puede aportar importantes datos para los objetivos que persigue el libro.

El autor llega a una amplia batería de conclusiones: constata la no presencia de la Orden del Temple en la Sierra de Aracena, desmintiendo su pretendida relación con Aracena.

Carrillo plantea una novedosa tesis acerca del Castillo de Cortegana: su origen templario, lo que configura al fortín corteganés como la excepción que confirma la regla de esa no presencia de la Orden en la serranía onubense.

La narración verifica por medio de un caso práctico -la localización en Badajoz, Huelva y Sevilla- las características teóricas del modelo geoestratégico seguido por el Temple en su expansión territorial.

Comprueba cómo la Orden llevaba a cabo un examen muy minucioso de las ventajas comparativas del territorio y diseñaba su rentabilización mediante el emplazamiento de dominios y castillos. Esto se constata, por ejemplo, en la opción templaria por una salida a aguas del Océano Atlántico, frente a la posible ampliación espacial del bayliato jerezano. O en la búsqueda de asentamientos intermedios que facilitarán la comunicación y la accesibilidad entre sus posesiones más alejadas -verbigracia, Villalba del Alcor en la ruta entre Sevilla y Lepe, o Cortegana, entre Jerez y La Rábida.

Su interpretación histórica evidencia el gusto de la Orden por la geometría en el diseño del mapa de ubicación de sus encomiendas, fortalezas y posesiones.

Esto se plasma de forma fidedigna en el triángulo configurado entre Jerez de los Caballeros, Sevilla y Lepe; en el arco del compás que une a estas dos últimas y pasa por encima de La Rábida y la Isla de Saltés. Y en la perfecta línea recta que, atravesando Cortegana, relaciona el castillo jerezano con el monasterio colombino de La Rábida.

Se muestran también las equidistancias y causalidades numéricas que los templarios utilizaban en sus emplazamientos. Este extremo se pone espectacularmente de manifiesto en los 124 kilómetros que distan entre los principales componentes de las propiedades templarias en la zona estudiada: entre Jerez de los Caballeros tanto con Sevilla como con Lepe; en el arco del compás que une Sevilla con Lepe, pasando por encima de La Rábida; y en la línea recta que une a ésta con Jerez de los Caballeros.

El trabajo de campo comprueba la preferencia de la Orden del Temple por los recintos con raigambre espiritual y carga energética, lo que se materializa en este caso en la elección de las posesiones tanto de La Rábida -un antiguo ribat árabe- como de la vecina Isla de Saltés, lugares dedicados al culto religioso desde la época romana, fenicia y aún antes.

Todo este cálculo histórico permite aseverar al autor de la obra que la llegada y expansión del Temple en el sur representa un caso práctico del modelo geoestratégico y modus operandi que la Orden tenía.

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