Los últimos aullidos de los lobos serranos en Huelva

Los testimonios gráficos llevan a 1975, y una década después ya no quedaban lobos en La Sierra

Antonio F. Tristancho recoge en un libro la historia de Galaroza en los años 30

Cacería de la última loba en la Sierra de Huelva. / Ángel Parrillo
Antonio F. Tristancho

29 de septiembre 2024 - 07:45

La imagen del lobo en las zonas rurales andaluzas está rodeada por un halo de misterio, leyenda y persecución. Son recurrentes los recuerdos de cuando esta especie deambulaba por La Sierra o el Andévalo, e incluso se ponen de actualidad cuando surgen noticias de ataques al ganado, normalmente provocados por perros salvajes.

La memoria colectiva y la historia están repletas de narraciones sobre lobos en la zona norte onubense, desde los cuentos que susurraban los mayores a la luz de la candela, hasta las batidas para acabar con lo que desde siempre se ha considerado una especie dañina para el campo y el ganado. Odiado por los efectos de su vida y admirado por el áurea de su figura, el mito del lobo es parte de la cultura serrana, estando presente en la toponimia y también en los archivos.

Según un trabajo de Víctor Gutiérrez Alba, en 1731 el Concejo de Aracena contribuyó a la implantación del castaño concediendo una exención de diez años en las derramas de las contribuciones de aquellos vecinos que desmontaran sus fincas de matorral “que sólo sirvan por lo incultas de abrigo a animales nocivos”. De hecho, sus ordenanzas locales añadían que “dichos montes bajos sólo sirven para abrigo a lobos y otros animales muy dañosos”.

Otra investigación, en este caso de Santiago González, rescata datos de este cánido en tierras de Zufre, en cuyas primeras ordenanzas municipales conservadas, que datan del siglo XIX, ya se hacían referencias. Concretamente, hay textos que aluden a los premios y ayudas monetarias que se otorgaban a los vecinos o forasteros que diesen muerte a lobos en el vasto término municipal zufreño, el tercero en extensión de toda la provincia de Huelva. A través de las actas conservadas sabemos que en 1896 el Concejo de Zufre gratifica a Leopoldo Fernández, vecino de La Granada, con 40 pesetas como premio por haber muerto un lobo en la finca de Jarrama. En 1897, Basilio Largo Bázquez, con ‘B’, recibe 5 pesetas por haber dado muerte a un lobezno en la finca del Vaquerizo. El mismo año, Manuel Suárez, de La Granada, recibe igualmente 50 pesetas por haber abatido a un lobo en la Sierra de la Vicaría, práctica que se prolongó hasta bien entrado el siglo XX.

Todavía en algunas fincas extensivas de la comarca se conservan artilugios y enseres relacionados con estos animales, como la carranca o carlanca, collar con púas que se colocaba en el cuello de los perros guardianes de los rebaños, con la intención de protegerlo frente a las dentelladas de los lobos. Los sangrientos enfrentamientos han acrecentado el agradecimiento ganadero a los mastines y otros animales que hicieron frente a mortíferos ataques.

Desde el punto de vista de la etnografía, la geografía y la tradición oral, se guardan muchos topónimos, pistas y recuerdos sobre lobos en La Sierra. Manuel Garrido Palacios, en su libro Sepancuantos, recoge testimonios de muertes de animales bajo las garras de la manada, como burros o cerdos en fincas y majás de Castañuelo, o incluso del novio de Cortelazor que fue andando a Corterrangel a ver a su amada y fue devorado en un barranco del recorrido. Garrido llega a recoger dichos como ‘En el camino de Hinojales, en la Sierra Valle Cano, allí salían los lobos por la mañana temprano’ y califica a la Sierra de Aracena como “sierra lobera”.

Una importante aportación a esta historia llegó hace más de una década de la mano de la Asociación Cultural Lieva, entidad serrana que en el año 2010 publicó un estudio del biólogo Iván Parrillo Hidalgo titulado La última loba de la Sierra, en su revista cultural Rumor de Aguas. La publicación tiene diversos valores de gran interés, ya que además de los datos generales sobre lobos en la comarca, Parrillo incluyó las últimas fotos de batidas de lobos en La Sierra, que tuvieron lugar en 1975.

La revista Rumor de Aguas

Las opiniones vertidas por Parrillo en aquella revista son definitorias de la persecución del lobo en Andalucía, ya que “sin duda alguna el ser humano ha sido su gran enemigo y mayor perseguidor”. Los cambios de usos, el aumento de las tierras ganaderas o su confinamiento en fincas dedicadas a la práctica cinegética aumentaron su inseguridad, ya que los propietarios utilizaban cepos, lazos e incluso veneno para su exterminio.

En La Sierra y sus alrededores el lobo desapareció a finales de los años setenta. En total 28 lobos abatidos desde 1951 a 1984 en las comarcas serranas de Huelva, Badajoz y Sevilla, según un análisis de Parrillo. Hay recuerdos de los tres animales cazados en 1981 en Puerto Moral, y versiones de que el último ejemplar abatido en solitario fue en la finca de La Pata del Caballo en 1985 y otro ese mismo año en Escacena del Campo. Según el ecologista Juan Romero, el último lobo de Huelva fue abatido en el río Tinto en 1986, paseado por Valverde del Camino y luego tirado su cadáver a un vertedero, recuperando un naturalista de Zalamea su cráneo y su piel.

Pero el dato documentado gráficamente nos lleva al 16 de octubre de 1975, fecha en que se produjo la cacería de la última loba de la que se conservan imágenes en la comarca. Caravales, una finca que comprendía los términos municipales serranos de Higuera de la Sierra, Cala o Puerto Moral, y que pasó de ser una buena zona ganadera a constituir uno de los mejores cotos de caza mayor de la provincia, tuvo la fortuna de tener entre sus lindes a una de las últimas lobas ibéricas de la comarca.

La publicación de Lieva describió perfectamente la planificación y ejecución de la batida que acabó con el animal. La preocupación de los guardas de la finca, las reses muertas, el mallado del contorno y las rampas de acceso, patrullas para detectar su presencia, el uso de venenos para su eliminación, el montaje del operativo y la muerte final de la loba.

Tal y como relataba Iván Parrillo, la presencia de una loba dentro de la finca había sido atestiguada por el guarda José y “de buenas a primeras empezaron a aparecer más reses muertas. No había un patrón claro que justificara las muertes, pero la causa de que aquellos viejos venados murieran estaba en la loba que pululaba por la finca. Carlos Melgarejo, su propietario, mandó a los guardas que tuvieran especial atención en su localización para abatirla, pues no se podía consentir la pérdida de ninguna res más”.

Durante dos meses se realizaron batidas que no dieron el resultado esperado. Tras pasar por el Cortijo de ‘Caso Pérez’, “el 16 de octubre de 1975, José detectó las huellas de la loba ribera abajo. Continuó con el rastro durante dos kilómetros, pasando por el cortijo de Casas Caídas y perdiéndose el rastro en la mancha. No pasó mucho tiempo desde que empezó la batida y Carlos Melgarejo, sin acomodarse aún en su puesto, vio venir a la loba acabando con ella de un único y certero disparo. La última loba de la sierra había sido abatida”, concluía Parrillo.

Las fotografías que testimonian la batida fueron cedidas por Ángel Parrillo Sánchez, y fueron completadas en la revista con otras de monterías y torres de vigilancia en la finca. La presentación de la publicación tuvo lugar el 9 de septiembre de hace catorce años en el Cabildo Viejo, sede del Parque Natural Sierra de Aracena y Picos de Aroche, con la presencia del entonces delegado de Medio Ambiente de la Junta de Andalucía en Huelva, Juan Manuel López, el director conservador del espacio natural, Antonio José López.

Actualmente, entre los males actuales del lobo andaluz, los científicos advierten de la pérdida de hábitats, de la escasa diversidad genética o de la pérdida del ‘ADN’ de la población en Sierra Morena.

Aunque el terror y el miedo enmarcan la mera mención del lobo, también en este universo hay momentos para la ternura. Todos recordamos los documentales de El Hombre y la Tierra, con imágenes de los lobeznos y su cría por parte de sus madres y la labor del gran Félix Rodríguez de la Fuente para visibilizar la lucha desigual con el hombre que estaba llevando a la especie a la extinción. Incluso hay iniciativas que intentan acercar el mundo del lobo a los más pequeños, como el libro La última loba de Sierra Morena, escrito por Kris Cobo con ilustraciones de Javier Pérez Mata. El cuento, muy educativo y formativo, contribuye con la conservación del lobo ibérico y narra la historia de Luna, quien bien pudiera haber sido la protagonista de las fotografías de 1975 rescatadas por Lieva y por Parrillo.

Actualmente, la cultura y el turismo rescatan pasajes loberos en la comarca, como la iniciativa de Vestigia, que ofrece rutas para conocerlas características biológicas, formas de vida y de hábitat, así como causas de su desaparición y relatos de lobos en La Sierra, por parajes como la Rivera de la Alcalaboza.

El resumen de esta histórica presencia es la lucha durante siglos entre dos especies por el territorio y sus usos, en la que venció el que parece más inteligente, exterminando el mítico linaje del lobo ibérico en nuestros territorios.  

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