Seda torera para una saya de Esperanza

El traje grana y oro de la grave cogida de Silvera en Huelva luce en la titular de la Borriquita de Moguer

La Virgen de La Esperanza de Moguer luce la saya realizada a partir del traje donado por Emilio Silvera.
La Virgen de La Esperanza de Moguer luce la saya realizada a partir del traje donado por Emilio Silvera. / Celestino Reyes
Paco Guerrero

09 de abril 2017 - 02:08

Una tarde agosteña de 1997 a Emilio Silvera le partió la vena safena la certera cornada de un burel negro y astifino de Millares. Silvera se había encargado para esas Colombinas un traje grana y oro, de estreno. No era un color habitual en los gustos del torero, pero a la postre con ese traje cruzó el albero onubense esa segunda tarde de feria del año apuntado. Y con él recibiría la cornada más grave de su carrera y de paso, en la de la historia de esta plaza desde su reinauguración.

El otro puntal de esta historia no tiene brillos de tarde torera sino que reza sobre la intimidad de un templo, con el otoño onubense alboreando entre el almanaque de la temporada 2012. Emilio ofrecía esa tarde noche el regalo de su último traje de luces a la Virgen del Refugio. Pasión y torero, encontrándose mutuamente en la tremenda emotividad de un traje destinado en principio para seguir luciendo en los paseíllos de un nuevo Silvera que venía llegando pero al que la devoción del torero dejó a los pies de esa Virgen, dueña del corazón de San Pedro.

El torero onubense ofrendó en el año 2012 el traje de su retirada a la Virgen del RefugioPiedad Muñoz realizó en su taller de bordado el encargo de la hermandad moguereña

Seda nazarena y bordado en oro con los que el choquero cruzó el albero mercedario junto a José Tomás y Luque a los pies de la Virgen del Refugio. Ofrenda torera como continuación de esa otra que en su día hiciera a esa Hermandad Miguel Báez Litri con el traje de su alternativa.

Finalmente de ese traje nazareno y oro no terminó de salir saya alguna, pero sí lo hizo de aquel que regalase a la Esperanza moguereña de la Borriquita.

Durante un año, ese traje formaba parte del paisaje de lo que en mi casa se llama la habitación de Los Toros. En ese reducto personal de recuerdos y trabajo frente al ordenador, metido en una vitrina de cristal, el traje grana y oro dejaba llegar un montón de sensaciones de aquella tarde. Algún capricho del destino le había llevado hasta allí, lejos del armario del torero, sitio del que mi amistad había procurado alejarlo por aquello de la evidente cicatriz en la seda y de cómo son los toreros.

Emilio había reaparecido de su grave percance en febrero del 98 con un traje azabache, un brindis al equipo médico que le había salvado algo más que una pierna y una gran faena a un exigente toro de Pereda. Parecía haber olvidado aquel lance ingrato pero aquellas taleguillas seguían recordando cosas.

Le ofrecí a Silvera comprarle ese traje. Apenas dijo nada el torero y en el compromiso quedó para señalar precio en los próximos días.

Apenas una semana después, Emilio se presentó con el traje delante mía. "A un amigo no se le vende un traje de torear. Aquí lo tienes".

Y así llegó hasta mi casa. Hasta esa habitación de Los Toros, enseñando sin pudor un agujero, perfecto en la redondez de una moneda de cincuenta pesetas, fruto de la cornada.

En el tiempo había perdurado, por cercanía y aprecio, mi relación con aquella hermandad de la Borriquita. En su cancel de madera se habían estrellado mil golpetazos de aquellas pelotas de goma blanca hinchada al sol y entre esos capirotes granas y verdes, que cada Domingo de Ramos procesionaban ante los ojos de los moguereños, la belleza sublime de esa Virgen marinera me había unido aun más a la devoción, admiración y amistad con quienes trabajaban por ella.

De ellos llegó la petición de buscarle un traje de torero para una saya que renovara ajuar cofrade y en ese pensamiento fue tomando forma la determinación de que realmente ese traje que colmaba mi orgullo de aficionado iba a tomar un rumbo definitivo hacia la petición de la hermandad.

Tomó un tiempo hacerme a la idea de que tan valioso regalo de un amigo desapareciera de mi vista pero al fin y al cabo la determinación me llevó a plantarme con el traje un día delante de Emilio y devolverle a su dueño original tan preciado objeto.

"La hermandad necesita un traje, Emilio, y creo que debes ser tú quien se lo regale a la Virgen".

Silvera aceptó el envite y un servidor el orgullo legítimo de que fuese el torero quien lo pusiera en manos de esa Esperanza moguereña, cuajando ese circuito que iba desde una tarde dura de albero y sangre hasta la esperanza de ver convertido en realidad el deseo de la hermandad.

El vestío de torero lo recepciona la hermandad en el año 2000 dentro de los actos que la misma celebra en el mes de junio en el patio de la iglesia de San Francisco con motivo de la anual Cena de La Amistad y comienza su transformación en saya ese mismo año en el taller de bordado de Piedad Muñoz, en la sevillana localidad de Albaida del Aljarafe.

Del traje apenas sobrarán las hombreras y algunos trozos que siguen atestiguando ese origen torero del bordado. En apenas un año todo queda preparado para que la Virgen de la Esperanza estrene su saya coincidiendo con el pregón de la Levantá del Domingo de Ramos de 2001, el año que sobre el pecherín de dicha imagen va a quedar también prendida la medalla de oro que la Hermandad Matriz de Montemayor le ha concedido.

Por las calles moguereñas, esa misma tarde, procesiona La Esperanza. En uno de aquellos tramos, en plena calle Flores, Emilio protagoniza una de las levantás del recorrido quedando cerrada una bonita vinculación entre el diestro onubense y la historia de la Semana Santa moguereña.

La última vez que la imagen lució dicha saya fue el pasado año con motivo de la festividad del Corpus.

Seda de miedos transformada en esperanza y devoción sobre esa imagen que en su día brotara de la imaginación y buen hacer del palmerino Joaquín Moreno Daza.

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